Emilio de Miguel Calabia el 11 may, 2019 Hojeando un libro, que lamento no haber comprado ni haber tomado nota del título y del autor, me encontré con la observación de que si le preguntas a un físico si hay vida en otros planetas, la respuesta es: “Sí, sin duda”. Si le preguntas a un biólogo, la respuesta es: “No, casi seguro”. El físico responde guiado por un mero cálculo de probabilidades. Parece que todas las estrellas tienen planetas orbitando a su alrededor. Hay miles de millones de estrellas. Muy mal se tendrían que dar las cosas para que no hubiese ahí afuera unos cuantos millones de planetas como la Tierra, en algunos de los cuales se hubiese desarrollado la vida. Pongamos las cosas en perspectiva: ¿cuántas noches entraste en una discoteca donde había la proporción de tres personas del sexo contrario por cada una del tuyo y te dijiste que muy mal se te tendrían que dar las cosas para salir solo/a de allí y así fue exactamente como saliste? Los biólogos son personas que han ido a muchas discotecas de las que han salido solos, fanés y descangallados. Han perdido el optimismo, que es una de las maneras que uno se vuelve realista y acepta que las cosas son como son. Observan todo lo que fue necesario para que surgiera la vida sobre la Tierra y encuentran que era más improbable que probable. Para que la vida pueda aparecer, lo primero que hace falta es encontrar una buena ubicación, igual que los comercios que quieren prosperar. Resulta preferible estar en la periferia de una galaxia. En el centro de la galaxia, la densidad estelar es mayor y las posibilidades de que te toque cerca una supernova son mayores. Además, el agujero negro que hay en el centro de la galaxia emite radiaciones de rayos x que hacen la vida casi imposible en un determinado radio. El Sol no sólo está en el lugar correcto, sino que además tiene la suerte de encontrarse en un vecindario despejado, lo que minimiza riesgos de emisiones de rayos gammas y otras lindezas que abundan en otros vecindarios galácticos más concurridos. A continuación hace falta una estrella adecuada, una estrella que no consuma su combustible demasiado rápido, porque la vida necesita mucho tiempo para aparecer y desarrollarse. Además no debe ser una estrella muy joven, porque la composición de éstas es generalmente de hidrógeno y helio y faltan otros elementos necesarios para la vida. Tampoco sirve una estrella demasiado pequeña, porque entonces la zona de habitabilidad está demasiado próxima a la estrella, lo que hace que los planetas se vean anclados por la gravedad de ésta y no roten sobre sí mismos, como le ocurre a la Luna con la Tierra. Así, una cara del planeta tiene temperaturas de varios centenares de grados, porque está siempre insolada, y la otra, a la que nunca da la luz de la estrella, es gélida. Aparte de que a mayor cercanía, mayor bombardeo de molestísimos rayos gamma y demás. Parece que por razones de longitud de vida y de estabilidad, de las siete categorías de estrellas que hay por razón de su temperatura, sólo dos, G (como nuestro sol) y K son candidatas a tener planetas en lo que haya surgido la vida. Estos dos tipos representan juntos menos del 25% de todas las estrellas, lo que sigue siendo un buen puñado. Igual que era importante que la estrella esté bien ubicada dentro de la galaxia, es importante que el planeta esté bien ubicado con respecto a la estrella. La distancia entre el sol y el planeta más alejado, Neptuno, es de 30 unidades astronómicas (1 UA es la distancia entre la Tierra y el Sol). Los optimistas piensan que la zona de habitabilidad, aquélla donde la vida podría surgir está entre las 0,85 UAs y 1,7 UAs. Demasiado cerca y el agua se vaporiza; demasiado lejos y se congela. Un ejemplo lo tenemos con Venus y con Marte. Sus distancias respectivas al Sol son 0,72 y 1,52. En principio Marte estaría en la zona habitable y estaría en condiciones de tener agua líquida, pero ahí entra una segunda variable: no basta con estar en la zona habitable, también hay que ser el tipo de planeta adecuado. El planeta tiene que ser rocoso. Un planeta gaseoso no sirve. El planeta debe tener también un núcleo fundido para que genere un campo magnético que le proteja de las radiaciones cósmicas y del viento solar. Para ello, se requiere una determinada masa. Se estima que Marte durante sus primeros mil millones de años tuvo agua líquida y una temperatura moderada. No obstante, al ser pequeño (aproximadamente la mitad que la Tierra), el calor se disipó pronto, el núcleo se solidificó y dejó de generar un campo magnético. Sin esa protección, el viento solar se llevó por delante la mayor parte de la atmósfera del planeta. Un planeta demasiado grande tampoco es adecuado, porque la presión atmosférica sería demasiado fuerte. Algunos astrónomos estiman que la masa ideal estaría en la franja 0,2-10 veces la masa de la Tierra, pero mi impresión es que en este cálculo hay algo de optimismo. No nos engañemos, hablamos de vida, pero la vida que nos mola es la de organismos multicelulares y si encima son inteligentes, mejor que mejor. Sí, quedaría bien encontrar microorganismos en una de las lunas de Júpiter o en el subsuelo marciano, pero un titular que dijera “hallan microbios en Titán” como que resulta menos atractivo de otro que diga “encuentran diplodocus de nueve cabezas en Ganímedes”. Que toda la vida que encontremos se reduzca a microorganismos, es como ganar la pedrea en la lotería; no está mal, pero lo que querías era el Gordo. Las primeras rocas terrestres se formaron hará cosa de 3.800 millones de años y los primeros microorganismos aparecieron hace 3.500 millones de años. La impresión es que a poco que se den las condiciones adecuadas, la vida surge. La vida pluricelular surgió en varias ocasiones. Como poco hace 1.500 millones de años ya había organismos pluricelulares. En cambio la vida animal se hizo esperar un poco más. Los primeros animales fueron las esponjas, que aparecieron hace entre 560 y 530 millones de años. Hacer inferencias a partir de un solo ejemplo, el de la Tierra, es arriesgado, pero lo visto podría indicar que, mientras que la aparición de microorganismos e incluso la de los organismos pluricelulares es fácil apenas se den las condiciones adecuadas, la de los animales es harina de otro costal. Si, como parece, Marte tuvo condiciones de habitabilidad durante sus primeros mil millones de años, si hubiera seguido el ritmo de la Tierra, habría podido desarrollar microorganismos, pero no le habría dado tiempo a desarrollar animales. Encontrar animales en otros planetas, sería magnífico, pero si encima tuvieran inteligencia, sería como si el mismo día te hubieran tocado el Gordo de la Lotería, la bonoloto y un pleno al quince. Esto nos lleva a la siguiente cuestión: una vez que aparecen los animales, ¿el desarrollo de la inteligencia es inevitable? Parece que ha habido una tendencia evolutiva hacia la cefalización, el desarrollo de cabezas separadas del tronco en las que se concentran los órganos sensores. También ha habido una tendencia al desarrollo de la inteligencia. Entre los dinosaurios, antes de su desaparición, había una tendencia a un incremento de la ratio entre volumen del cerebro y volumen del cuerpo, algo que se asocia con la inteligencia. Una rama de ellos, los theropodos, a la que pertenecían entre otros los Tyranosaurus, iba claramente por esta vía, hasta el punto de que ha habido científicos que han afirmado que sin el meteorito que aniquiló a los dinosaurios, esta rama habría podido desarrollar una inteligencia semejante a la humana. No obstante, me quedo con la opinión de otros científicos que dicen que los dinosaurios ya eran muy eficientes tal y como eran hace 66 millones de años. ¿Qué necesidad hubieran tenido de desarrollar la inteligencia? La desaparición de los dinosaurios fue la gran oportunidad de los mamíferos. Comparados con otras familias, los mamíferos han desarrollado la inteligencia en mayor grado, culminando con los primates, a los que pertenecemos. Por cierto que otra familia de los mamíferos que ha desarrollado cerebros poderosos, es la de los cetáceos. Si consideramos lo anterior con un poco de frialdad, la situación tampoco es para tirar cohetes. La Tierra necesitó la mitad de su vida estimada para desarrollar el cerebro humano. El mecanismo de la evolución no tiene por qué conducir ineludiblemente a la inteligencia. Los tiburones llevan existiendo 450 millones de años plácidamente,-al menos hasta que llegamos nosotros- y en todo ese período no han experimentado la necesidad de volverse más inteligentes. Si una especie sobrevive bien con colmillos que inyectan veneno o con hileras de dientes cortantes, ¿necesita realmente la ventaja evolutiva que supuestamente ofrece una mayor inteligencia? El ejemplo de los tiburones mostraría que no. Podríamos clasificar los animales en tres categorías: 1) Animales que no se matan dentro de la especie, por ejemplo los peces payaso; 2) Animales que matan a sus semejantes a mordiscos, por ejemplo los chimpancés; 3) Animales que matan a sus semejantes con bombas termonucleares, por ejemplo los humanos. A los animales de la tercera categoría les denominamos seres inteligentes capaces de crear una civilización. ¿Habrá civilizaciones semejantes a la nuestra en otros planetas? El único ejemplo que tenemos alcance de la mano, que es el nuestro, dice que para que la Tierra pudiera desarrollar una inteligencia capaz de cargarse el planeta, necesitó la mitad de su vida estimada. El ejemplo terráqueo mostraría que para desarrollar una especie inteligente capaz de crear una civilización hace falta mucha paciencia y suerte. Con lo de suerte me refiero a que no haya extinciones masivas que den al traste con los progresos de la evolución. En los últimos 500 millones de años la Tierra ha conocido cinco grandes extinciones, que ahora la raza humana está tratando de emular con bastante éxito. En la tercera de ellas, que ocurrió hace 250 millones de años y se cree que fue ocasionada por la combinación del impacto de un meteorito con la actividad volcánica, el 99% de las especies resultó aniquilada. Realmente tenemos mucha suerte de estar aquí. Asumamos que haya una estrella con un planeta habitable, donde haya aparecido la vida compleja, que no haya sido aniquilada por un cataclismo y que haya evolucionado hasta producir a una raza de capullos parecida a la nuestra, que haya desarrollado una civilización. Si esa raza se encuentra en la galaxia de Andrómeda a un millón de años luz, como que nos va a dar lo mismo. Por el momento, que sepamos, nada viaja más rápido que la velocidad de la luz e intercambiarte mensajes de radio con una especie que va a tardar un millón de años en responderte a cada mensaje, como que apetece poco. En resumen. Es posible que la proporción de planetas habitables sea menor de la que afirman los optimistas porque hagan falta mucho más requisitos de los que parecería a primera vista. Mientras que la aparición de organismos monocelulares y hasta pluricelulares puede que no sea complicada a poco que se den las condiciones adecuadas, otra cosa podría ser la aparición de animales. Y lo del desarrollo de una especie capaz de crear una civilización, ya parece para nota. Por si lo anterior no fuera lo suficientemente difícil, haría falta que dicha civilización fuese contemporánea a la nuestra, que ha necesitado 13.800 millones de años para venir a ser, y que estuviera en un radio razonable, pongamos en torno a los 100 años luz (sólo en ir a Próxima Centauri, que está a unos ridículos 4 años luz, necesitaríamos 40.000 años con nuestra tecnología actual). En fin, que creo que la posibilidad de que una civilización alienígena destruya la Tierra no debería quitarnos el sueño. Nos bastamos nosotros. Otros temas Tags InteligenciaVida extraterrestre Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 11 may, 2019