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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

De Reyes, verdugos, guillotinas y otras cosas (3)

Emilio de Miguel Calabia el

(Luis XVI. Como que no se le ve muy avispado)

Luis XVI compartía bastantes rasgos de personalidad con su abuelo Luis XV. Débil de carácter. Indeciso. No le gustaban las pompas y la vida cortesana que iban aparejadas con la institución. Buena persona, quería ser amado por su pueblo. Tenía más el carácter de un burgués bonachón que el de un Rey. Sus grandes aficiones eran la caza, la lectura y la cerrajería. Los testimonios sobre su inteligencia son muy dispares: desde quienes le consideran inteligente, hasta quienes piensan que era un simple. Viendo su reinado, mi impresión es que tenía una inteligencia académica aceptable e incluso notable, pero que fallaba estrepitosamente en la inteligencia práctica y en lo que se denomina ahora la inteligencia emocional. Una diferencia esencial con su abuelo es que nunca tuvo amantes. Su único e intenso amor fue María Antonieta.

A Luis XVI le casaron a los 15 años con Maria Antonieta, una de las hijas de la emperatriz María Teresa de Austria, que era un año menor. Nadie les preguntó su opinión. Era una cuestión de Estado: se trataba de confirmar el acercamiento diplomático entre Francia y Austria y evitar que la segunda se acercase a Prusia. El matrimonio tardó siete años en ser consumado y durante todo ese tiempo la gran preocupación de los Embajadores acreditados en París era saber lo que sucedía en el dormitorio regio. Más allá del morbo, querían saber qué futuro tendría el matrimonio entre los Borbones y los Habsburgos. Se ha especulado con algún defecto fisiológico de Luis,- tal vez la fimosis-, que le impedía mantener relaciones. A mí me parece más sencillo pensar que con su timidez y su inmadurez, tardó siete años en tirarse a la piscina. Y eso sí, una vez que se hubo tirado, nadó con gran entusiasmo en esa piscina en los años venideros.

Alguien dijo que Luís era el equivalente en el Antiguo Régimen al empollón gafotas que sólo sabe hablar de videojuegos y que, sin embargo, se liga a la tía buenorra de la clase; nunca se repuso de ese shock. Luis y María Antonieta no podían haber sido más disímiles. Él era culto y un lector voraz; ella tenía una pátina de cultureta y no cogía un libro. Él era reservado y tímido; ella era desenvuelta y le encantaban las fiestas. A pesar de que el suyo había sido un matrimonio arregado y de sus caracteres contrapuestos, con el tiempo llegaron a amarse profundamente.

Una cosa que les unía especialmente era el intenso amor que sentían por sus hijos. En este campo, como en casi todos los demás, fueron desgraciados. María Antonieta tuvo seis embarazos, de los que dos se malograron. De los cuatro hijos que tuvo, tres murieron en la infancia: Sophie-Beatrice murió con un año de tuberculosis; Luis-José, desde los tres años sufrió de fiebres y murió a los siete y medio de tuberculosis en la espina dorsal, que los médicos habían diagnosticado inicialmente como escoliosis. Murió cuarenta días antes de la toma de la Bastilla. Tal vez fuese mejor así; Luís-Carlos, más conocido como Luís XVII, murió de tuberculosis a los diez años, después de tres años horribles pasados en la prisión del Temple y de haber visto cómo se llevaban primero a su padre y luego a su madre a ejecutar. María Teresa, la única que sobrevivió, se casó con el conde de Artois, que luego sería Carlos X de Francia, y murió en 1851 a los 73 años de edad. No tuvo hijos.

María Antonieta ha sido uno de los personajes más denostados de la Historia de Francia. Para empezar, su condición de austriaca no le ayudó. Salvo breves intervalos, los franceses llevaban zurrándose con los Habsburgos 250 años y no había mucha simpatía mutua. María Antonieta era frívola, altanera, derrochadora y muy atractiva, rasgos que no hacen demasiados amigos. Cierto que había habido reinas de Francia mucho más capullas que ella, pero simplemente dio la casualidad de que estaba allí en el momento en el que la Monarquía empezaba a hacer aguas y resultó un objetivo demasiado bueno para los libelistas del momento.

Precisamente, porque era tan impopular, cualquier infundio era bueno. El que más daño le hizo fue el del collar de perlas. Luis XV,- sí, el mismo que dejó las finanzas francesas en un estado calamitoso-, encargó a unos joyeros un collar costosísimo para su amante, Madame du Barry. Para cuando lo terminaron, Luis XV ya no estaba en este mundo y Madame du Barry ya no estaba en la Corte; Luis XVI le había dado la patada. Los joyeros se encontraron entonces con un collar que les había costado carísimo y para el que no tenían comprador. Sucedió una larga intriga de estafas y engaños en las que se envolvió a la Reina sin su conocimiento. Aunque al final el embrollo salió a la luz, la impresión que quedó a los franceses, que ya estaban bastante hartos de la Monarquía, fue que María Antonieta era una caprichosa, una derrochadora y una manipuladora que había intentado hacerse con un collar carísimo a pesar del estado de las finanzas del Reino. La reputación de la Reina nunca se recuperó de aquello. La historia pone de manifiesto algo que las redes sociales y los medios de comunicación actuales han demostrado ampliamente: una vez que se te ha colgado un sambenito en los medios y que los periodistas han olido sangre fácil, date por jodido. Dará lo mismo lo que hagas. Tu imagen ya está empañada.

Indudablemente, el desprestigio de María Antonieta afectó a la posición del Rey, pero entre la personalidad débil de Luís XVI y el creciente resentimiento de la población con la Monarquía absoluta, es posible que su reinado estuviera condenado desde el principio.

Luis XV había dejado a su nieto una pesada herencia: sus deudas. Luis XVI era consciente de ello y trató de reformar los impuestos al comienzo de su reinado. Por desgracia, se interpuso la Guerra de Independencia de los EEUU (1776-1782). Algunos de sus Ministros pensaron que la ocasión era inmejorable para vengarse de la Guerra de los 7 Años y recuperar las colonias perdidas en Canadá y la India. Y así una Francia endeudada se metió en una guerra innecesaria y de la que sacó muy poco provecho: Tobago y Senegal. Lo que de verdad le interesaba, Canadá y la India, estaba demasiado bien defendido.

La guerra se financió con empréstitos internacionales a un tipo elevado de interés para no tener que subir impuestos. Sin embargo, al término de la guerra, el país estaba arruinado y resultaba ineludible reformar el sistema impositivo, que es la manera fina de decir subir los impuestos. Las reformas intentadas fracasaron y generaron una intensa oposición en parte de la nobleza y de la burguesía. Tal vez la razón principal del fracaso fuese la incapacidad de Luis XVI de afirmar su autoridad.

En un intento de remover los obstáculos a las reformas, Luis XVI decidió convocar los Estados Generales, una institución que no se había reunido desde 1614 y que reunía a representantes de la nobleza, el clero y el común. Tal vez sea en este momento cuando Luis XVI dé las mayores muestras de su falta de sabiduría política. En unos momentos de zozobra financiera y malestar en el Reino, convoca a una institución que se le puede revolver, sin una idea clara de cómo dirigirla o manipularla. Sin tener en cuenta los ánimos levantiscos, el Rey la inauguró con un discurso sin ambición y centrado únicamente en la cuestión de los impuestos. Un discurso osado y reformista tal vez habría logrado encarrilar los Estados Generales, pero eso era pedirle mucho a Luis XVI. Éste, fiel a su carácter, pasó cazando buena parte del tiempo en los primeros días de los Estados Generales.

Resulta interesante comparar a Luís XVI con otro monarca al que una revolución se llevó por delante: Nicolás II de Rusia. Ambos eran débiles de carácter, tímidos y tenían un pobre instinto político y poco entusiasmo por gobernar. Ambos eran hombres de familia, estaban muy enamorados de sus esposas, que tenían más carácter e inteligencia que ellos y que fueron muy impopulares entre sus súbditos, y adoraban a sus hijos, cuyos destinos fueron trágicos. De los cuatro hijos que tuvo Luis XVI sólo una llegó a la edad adulta. De los cinco hijos del Zar Nicolás II, ninguno sobrevivió a la Revolución soviética.

Ya está bien de hablar de Reyes. Ahora llega el momento de mencionar a los verdugos.

 

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