Emilio de Miguel Calabia el 23 nov, 2019 Este año se cumplen treinta años de la caída del muro de Berlín. También se cumplen treinta años de mi primera ruptura amorosa. Por algún motivo la Humanidad ha decidido conmemorar la primera de las efemérides e ignorar la segunda. La caída del muro de Berlín despertó el entusiasmo universal. La Guerra Fría había terminado y además habíamos ganado nosotros. Aquello que se decía de que de las dictaduras de derechas se salía, pero que era imposible salir de una dictadura comunista, se había revelado falso. El telón de acero que tenía dividida a Europa había desaparecido. Los pueblos de Europa podían reencontrarse y recrear esa Mitteleuropa pre-1914, con sus valses de Strauss, su cosmopolitismo y su Stefan Zweig. Adiós a la pesadilla de que un día el enfrentamiento entre EEUU y la URSS acabase saliéndose de madre y desencadenando una guerra nuclear. Mejor todavía, empezó a hablarse de los dividendos de la paz. Ahora que no había Guerra Fría, sería posible invertir mucho menos en armamentos y todos esos fondos podrían redirigirse hacia el gasto social, el gasto en investigación y las inversiones productivas. Los Estados de Europa del Este, recién liberados de la tutela soviética, se apresuraron a abrazar la democracia con entusiasmo. La democracia era el régimen del futuro. Un análisis de lo que había sucedido en el mundo en las dos décadas precedentes, permitía ser optimista. En los años setenta, los países del sur de Europa dominados por dictaduras militares, abrazaron la democracia (Grecia, Portugal y España). En los 80 las dictaduras latinoamericanas se vinieron abajo y volvió la democracia (Bolivia, Argentina, Uruguay, Chile, ¡hasta el Paraguay de Stroessner, la dictadura más longeva de América Latina!). En los noventa, no sólo los países de Europa del Este se volvieron democráticos; la democracia también llegó a África Subsahariana. El 20 de junio de 1990 en la Conferencia de Jefes de Estado de África y Francia que se celebró en La Baule, el Presidente François Mitterand vinculó democracia y desarrollo y dijo que Francia ayudaría a aquellos países que entrasen por la senda de la democracia multipartidista. En los meses siguientes varios países del África francófona emprendieron ese viaje (Costa de Marfil, Gabón, Benin, República Popular del Congo…). En China la población había mostrado sus ansias de democracia y libertad en las manifestaciones de mayo de 1989, que terminaron con la represión sangrienta de Tiananmen. Sin embargo, los gurus pronosticaban que desarrollo económico capitalista y democracia iban unidas, con lo que era cuestión de tiempo que China alcanzase un nivel de desarrollo tal, que la democracia llegaría casi sin esfuerzo. No es extraño que por aquellos días Francis Fukuyama escribiese “El fin de la Historia”. Efectivamente, parecía que la Humanidad había encontrado la fórmula política perfecta, la democracia a la occidental, y que todos los países se encaminaban hacia ella con entusiasmo. Pienso que la obra de Fukuyama hizo mucho daño. Hoy sabemos que se equivocó. Lo malo es que fue tan influyente en su momento, que hizo que muchos se adormecieran y creyeran que el triunfo de la democracia en el mundo era inevitable, pasara lo que pasase. Inevitable en el mundo sólo es la muerte. Punto pelota. El primer sobresalto post-Guerra Fría nos lo dio la invasión iraquí de Kuwait en agosto de 1990. Pero fue un sobresalto que confirmó que andábamos por la senda adecuada. En los tiempos de la Guerra Fría, Saddam Hussein habría encontrado la protección soviética para su invasión y nos habríamos encontrado bien con el riesgo de una guerra por terceros entre las dos superpotencias, bien con tener que aceptar la invasión, al no tener medios para oponernos a ella sin generar un conflicto de consecuencias impredecibles. Pero no, en 1990 todo había cambiado. La URSS, en pleno proceso de descomposición, no tenía ni las ganas ni los recursos de ir a salvar a un sátrapa mediooriental. La reacción de la comunidad internacional fue encomiable. El Consejo de Seguridad de NNUU al día siguiente de la invasión condenó ésta y pidió a Iraq que se retirase sin condiciones a las posiciones que tenía el 1 de agosto. La Resolución fue aprobada por 14 votos a favor y un miembro del Consejo, Yemen, que optó por no votar (que es muy distinto que abstenerse). Yo creo que era la primera vez desde 1945 que el Consejo de Seguridad reaccionaba de manera tan unánime ante una violación a uno de los principales principios de la Carta de NNUU: la prohibición del uso o la amenaza del uso de la fuerza. Tal vez fuera el primer indicio de que en el futuro la comunidad internacional se tomaría con más seriedad el multilateralismo y el respeto al Derecho Internacional. Tras una serie de negociaciones y resoluciones que sería muy prolijo detallar, el 29 de noviembre el Consejo de Seguridad aprobó la Resolución 678, por la que daba a Iraq hasta el 15 de enero de 1991 para abandonar Kuwait. La Resolución legitimaba ir a la guerra con Iraq si después de esa fecha no había abandonado Kuwait. La Resolución tuvo 12 votos a favor, 2 en contra (Cuba y Yemen) y una abstención (China). Para los estándares del Consejo de Seguridad no era un consenso desdeñable. EEUU formó una coalición de 34 Estados que aportaron fuerzas para la intervención en Iraq. Hasta países con tan escaso protagonismo internacional como Sierra Leona, pusieron su granito de arena; 130 hombres en este caso. Si uno no fuese consciente de la tendencia de la Humanidad a cagarla, habría pensado que se abría un glorioso futuro: EEUU, como hegemón benevolente, lideraría la comunidad internacional desde los principios y el respeto al Derecho Internacional, buscando la creación de consensos multilaterales. Tal vez uno de los momentos cumbre de esos años gloriosos fuera la firma de los Acuerdos de Paz de Oslo de 1993 entre israelíes y palestinos. ¡Habíamos sido capaces de poner fin a uno de los conflictos más intratables del mundo contemporáneo! El estallido de la URSS y los conflictos que trajo (Chechenia, Nagorno Karabaj, Abjazia…) y la ruptura de Yugoslavia hubieran debido mostrarnos que el nacionalismo resurgía y que podía dar al traste con las perspectivas tan apetecibles que se abrían en el orden internacional. Pienso que minusvaloramos la importancia del nacionalismo, porque parecía que era algo que sólo les ocurría a los países ex-comunistas que lo habían reprimido durante largo tiempo. En todo caso, los conflictos de la ex-URSS nos pillaban muy lejos y el conflicto yugoslavo, que estaba más cerca, sí que nos preocupó, aunque, cuando comprendimos que no se desbordaría de sus fronteras, nos relajamos un poco. En el terreno económico eran los años álgidos de la globalización. Los mercados avanzaban imparables. Los países ex-comunistas se convertían al capitalismo con entusiasmo. Los países abrían sus mercados. La tónica era la creación de vastas áreas de libre cambio: APEC (Asia-Pacific Economic Cooperation), que buscaba servir de piedra de toque para el establecimiento de una gran área de libre comercio que englobase a ambas orillas del océano Pacífico; el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica; el Mercado Único europeo, que entró en vigor el 1 de enero de 1993… La política ya no era lo que dirigía las relaciones internacionales, sino la economía y el comercio. La tendencia del futuro era el debilitamiento de las fronteras y la multiplicación de los intercambios comerciales. La Organización Mundial del Comercio, creada en 1995, fue la expresión de este sueño librecambista. ¿En qué momento empezaron a torcerse las cosas? ¿Cuándo la ilusión de un mundo mejor gracias al final de la Guerra Fría empezó a desvanecerse? Tuvimos algunos toques de atención a mediados de la década: el genocidio ruandés de 1994, la intratable guerra civil somalí, que hizo que EEUU y las Naciones Unidas salieran huyendo con el rabo entre las piernas, la Primera Guerra del Congo, una suerte de guerra mundial africana que comenzó en 1996 y causó varios centenares de miles de muertos… Tal vez porque ocurrieron en África Subsahariana, apenas hablaron de ellos los medios internacionales y seguimos viviendo en el mejor de los mundos posibles. Los ataques terroristas a las Embajadas de EEUU en Kenya y Tanzania fueron harina de otro costal. De pronto el mundo descubrió que existía un grupo terrorista yihadista, que se llamaba al-Qaeda y que ponía bombas. Un nuevo enemigo, muy peligroso porque aún no sabíamos cómo lidiar con él y representaba una amenaza novedosa, había hecho su aparición. Tal vez el final del optimismo llegara antes en el terreno económico. En diciembre de 1994 se produjo el “tequilazo” mexicano, cuyas repercusiones llegaron a Venezuela, Brasil, China y Argentina. México hasta el momento de la crisis era considerado como un alumno modelo por las instituciones financieras internacionales. En 1998 Rusia, después de haber pasado por una transición traumática al sistema capitalista, tuvo su crisis propia, “el efecto vodka” (los economistas que ponen nombre a las crisis o bien tienen un sentido del humor muy siniestro, o bien tienden al alcoholismo). Pero la crisis por antonomasia fue la crisis asiática de 1997, que golpeó con dureza a Malasia, Indonesia, Tailandia y Corea del Sur. La ejecutoria del FMI en esa crisis fue cuando menos mejorable y sembró en Asia las semillas de la sospecha sobre las recetas que proponían las instituciones financieras internacionales en manos de los occidentales. Creo que fue ahí, más que en ninguna parte, donde la confianza en la globalización y sus beneficios empezó a desmoronarse (bueno los sufridos rusos que habían hecho una dolorosa transición al capitalismo también tenían sus dudas, pero no contaban. Una de las características de la década es que nos olvidamos de que Rusia seguía siendo una gran nación y que desde los tiempos de Pedro el Grande tenía aspiraciones imperiales). Para 1999 comenzaba a resultar difícil mantener el optimismo que generó la caída del Muro de Berlín. 2001 fue el año en que el optimismo se desvaneció y descubrimos que la década de los 90 había sido una etapa de transición hacia un mundo más hóstil y caótico. 2001 fue el año del estallido de la burbuja dot-com y del derribo de las Torres Gemelas. 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