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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

En medio del mundo (1)

Emilio de Miguel Calabia el

La conquista rusa de Asia Central fue un proceso que se extendió desde mediados del siglo XVIII hasta el tercer cuarto del siglo XIX. Los rusos fueron conquistando sucesivamente el Janato kazajo, el Janato de Kokand, el de Jiva y el de Bojara. El imperio británico sintió que el avance ruso amenazaba el noroeste del Raj y tras diversos avatares y en distintos tratados ambas potencias definieron cuál sería la frontera sur del Asia Central rusa y convinieron en que Afganistán sería un Estado tapón neutralizado entre ambas.

En aquel momento las demás potencias no mostraron demasiado interés por lo que estaba ocurriendo en Asia Central. La región era poco conocida, salvo para los rusos, y en aquellos momentos el reparto de África, el deseo de despiezar china o de manipular al decadente imperio otomano tenían mucha más importancia.

No sería hasta comienzos del siglo XX que los primeros albores de la ciencia de la geopolítica mostraron la importancia de Asia Central, el corazón de Eurasia. En 1904 en la famosa “El pivote geográfico de la Historia” el geógrafo británico Halford John Mackinder afirmó que la zona nuclear de Eurasia, lo que él denominó el “Heartland”, era un área que aproximadamente iba del río Volga a la Siberia occidental y que, desde luego, comprendía Asia Central. Según Mackinder, “quien gobierne Europa Oriental, manda sobre la zona nuclear (“Heartland”); quien gobierne la zona nuclear, manda sobre la Isla-Mundo (Eurasia) y quien gobierne la Isla-Mundo manda sobre el planeta.” El motivo es que la posición central es la más ventajosa y la que ofrece los medios para controlar el planeta.

En 1997 en el influyente “El gran tablero mundial” Zbigniew Brzezinski siguió en la estela de Mackinder. La clave de la hegemonía global está en controlar Eurasia. Brzezinski distingue entre una zona euroasiática central, que se correspondería esencialmente con la extinta Unión Soviética, y zonas periféricas como Europa Occidental o el Sudeste Asiático. La zona central juega un papel clave en el control de Eurasia y nuevamente Asia Central figura allí.

A pesar de su importancia geopolítica, Asia Central era una terra incognita, un espacio que estaba dentro del imperio soviético, cuya existencia a largo plazo no se ponía en duda. Como alguien dijo, Asia central estaba en medio de ninguna parte.

En 1991 a las repúblicas de Asia Central se les infligió la independencia. Sí, aquello por lo que otros pueblos han luchado, les cayó del cielo y les hizo poca gracia. Las élites estaban bien integradas en el sistema soviético, la dependencia económica de Moscú era grande y el sentimiento nacionalista débil. No obstante, cuando vieron a finales de 1991 que se producía una carrera hacia la independencia en las demás repúblicas soviéticas, se subieron al carro. Mientras que la pérdida de Ucrania le dolió infinito a Moscú, la independencia de las repúblicas de Asia Central fue harina de otro costal: le costaban mucho al erario central, no había afinidad cultural y eran territorios que llevaban dentro del espacio ruso/soviético poco más de 100 años.

Las nuevas repúblicas compartían una serie de características: 1) Son países enclaustrados. Uzbekistán tiene el raro honor de ser un país doblemente enclaustrado: todos sus vecinos son a su vez países enclaustrados. Sólo Liechtenstein comparte esta característica; 2) Sus exportaciones consistían básicamente en materias primas. Esencialmente hidrocarburos y productos agrícolas; 3) La diversificación económica era escasa; 4) Dependencia de un pequeño número de socios comerciales; 5) La herencia de graves problemas medioambientales producidos por el tipo de desarrollo promovido por la extinta URSS, que no tenía en cuenta el medio ambiente. El caso más dramático es el del Mar de Aral que casi desapareció como consecuencia del desvío de las aguas que lo alimentaban para producir algodón. En la actualidad subsiste el 10% del área original; 6) Eran sociedades seculares, en las que se practicaba un Islam muy moderado; 7) La composición étnica era variada con una etnia mayoritaria y diversas etnias minoritarias. Por ejemplo, en el caso de Kazajstán, según el último censo realizado durante el período soviético, – el de 1989-, los kazajos representaban el 39,7% de la población y a continuación venían las siguientes etnias con al menos un 5% de representación: rusos, ucranianos y alemanes (suena raro, ¿verdad? Es el producto de la migración forzada de los alemanes del Volga durante la II Guerra Mundial).

Las nuevas repúblicas optaron por regímenes presidencialistas donde el presidente concentraba una buena parte del poder. En varias de las repúblicas desde muy pronto se produjo un proceso de patrimonialización del Estado por parte del presidente. La vida política, social y económica estaba muy estatalizada; el Estado ocupaba grandes parcelas de poder. En general los mismos que habían ocupado la Administración de las repúblicas durante el período soviético, la siguieron ocupando tras la independencia. A medio plazo se produciría un éxodo de los rusos, que regresaron a la Federación rusa. Su salida permitió cambió los equilibrios étnicos en favor de la mayoría centroasiática y facilitó la nativización de las Administraciones.

El primer desafío al que tuvieron que hacer frente las nuevas repúblicas fue el de la transición a una economía de mercado. La transición se vio dificultada en sus inicios porque las repúblicas seguían utilizando el rublo, lo que generó mucha inflación. La situación no empezó a cambiar hasta 1993, en que gradualmente las repúblicas comenzaron a dotarse de sus propias monedas. Kazajstán y Kirguistán optaron por las terapias de choque preconizadas por el FMI; Uzbekistán y Turkmenistán prefirieron terapias más graduales y finalmente Tayikistán hizo lo que pudo en un contexto de guerra civil. Para 1995 Kazajstán y Kirguistán consiguieron la estabilidad macroeconómica.

 

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