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El poder ya no es lo que era (y 2)

Emilio de Miguel Calabia el

Un aspecto que, por deformación profesional, me interesa especialmente es el de cómo ve Naím la geopolítica en este nuevo contexto. Piensa que las alianzas tradicionales han perdido interés y pone el ejemplo de la OTAN, que no acaba de superar el susto que le supuso la desaparición de su rival de siempre, el Pacto de Varsovia. Cree que ahora es el momento de la formación de coaliciones ad hoc en función del asunto. Un ejemplo lo tuvimos en la invasión de Iraq por EEUU en 2003; otro ejemplo es la colaboración internacional en la lucha contra la piratería en elGolfo de Adén. Las alianzas formales tienden a ser reemplazadas por foros informales, cuya fortaleza está precisamente en la agilidad que esa informalidad les proporciona. Otra novedad es que pequeños países con una buena chequera pueden también crear coaliciones ad hoc y tener un peso en política internacional que hace años habría sido impensable. Un ejemplo es Qatar: estuvo entre los que más contribuyeron a la caída de Gaddafi y ha ofrecido una ayuda sustanciosa a los rebeldes sirios, mediante su fondo soberano ha realizado inversiones significativas en empresas que van desde Volkswagen hasta el club de fútbol París St. Germain y es la sede de la cadena Al-Jazeera, una de las más influyentes a nivel global.

Otra área que, según Naím, está cambiando es la de la diplomacia económica. La integración económica global ha hecho que los Estados dependan menos de un sólo proveedor o cliente. Las posibilidades de influir sobre otros Estados por medio de la cooperación internacional se han reducido ante la aparición de una plétora de agencias estatales de cooperación internacional, la creciente ayuda de las agencias multilaterales y la aparición de ONGs y fundaciones con sus propios recursos y objetivos. La inversión extranjera que se canaliza por vías oficiales, salvo en unos pocos casos como el de China, palidece ante la inversión privada extranjera. Incluso las multinacionales, se ven cada vez más desvinculadas de los Estados. Entre la externalización, los cambios de domicilio social a efectos fiscales y las adquisiciones, la comunidad de intereses con el de su nación de origen está cada vez menos clara.

Discrepo bastante de lo que dice Naím sobre el declive de la diplomacia económica estatal. La integración económica global no ha restado, sino que ha aumentado, la importancia de la firma de acuerdos comerciales o de influir sobre la Organización Mundial del Comercio. La cooperación internacional sigue dando réditos en términos de influencia. De otra manera, ¿por qué, por ejemplo, Turquía aumentó su ayuda al desarrollo a los pequeños estados insulares en desarrollo en el Pacífico, al presentar su candidatura al Consejo de Seguridad de NNUU para el período 2015-2016? ¿Acaso fue pura generosidad a sabiendas que, como dice Naím, la cooperación al desarrollo ya no es tan útil para promover tus intereses políticos? Las multinacionales puede que estén más globalizadas que nunca, pero cuando Facebook tiene problemas con la UE, a quien recurre es a EEUU.

En principio, que el poder tal y como lo conocíamos esté en declive es positivo, pero Naím advierte de cinco peligros: 1) El desorden y la anarquía: El Estado podrá ser un Leviatán monstruoso, pero asegura la estabilidad y relativa cierta certidumbre. Un ejemplo lo tenemos en Libia: Gaddafi era un dictador monstruoso, pero tras su caída no hemos tenido la democracia, sino el caos y la guerra; 2) La pérdida de conocimiento: Las instituciones poseen un bagaje de conocimientos, un capital intelectual, que no resulta fácil de reemplazar. Naím advierte del peligro de que estas instituciones, por muy lentas y estancadas que puedan ser, sean reemplazadas por lo que denomina “los simplificadores terribles”; 3) La banalización de los movimientos sociales. Creer que porque consigues muchos “me gusta” y tienes muchos seguidores, representas una fuerza de presión importante. Satisfacer tus necesidades de hacer algo a base de dar “me gusta”, creyendo que así estás cambiando el mundo; 4) Capacidad de mantener la atención más breve, que lleva a la impaciencia y al cortoplacismo. Empezó con las empresas y su obsesión por medir sus avances en términos trimestrales y continuó con los gobiernos y su tendencia a que su horizonte no vaya más allá de la próxima cita electoral. El resultado es que cuesta cada vez más pensar en el largo plazo y en términos estratégicos; 5) Alienación: Las autoridades y las instituciones están en declive, cada vez hay menos valores que generen consenso social. En una sociedad que cambia deprisa y donde ninguna autoridad parece tener las respuestas, los ciudadanos se sienten cada vez menos identificados con quienes mandan. En muchas democracias, elegir entre varios políticos cada vez se parece más a elegir entre varias marcas de cereales distintas para el desayuno.

¿Adónde nos lleva todo lo anterior? Naím no lo tiene muy claro, pero ofrece algunas recetas: 1) Dejemos de estar tan centrados en el Estado-nación. Hay otras fuerzas que están emergiendo e influyendo en las relaciones internacionales. Los rankings de quién goza de más poder tienen menos importancia cuando quienes están en la cima son vulnerables; 2) Hagámosle la vida más difícil a los “simplificadores terribles”, a los demagogos populistas, que tratan de vendernos soluciones facilonas cuando no directamente defectuosas. Me gusta la idea, pero la facilidad con que los populistas se han colocado a los mandos en los últimos años, me hace pensar que no va a resultar tan sencillo; 3) Devolver a la gente la confianza en los políticos y los partidos, lo que implica cambios de calado en su funcionamiento. No veo a los políticos actuales renovándose y cambiando el mismo sistema que les ha permitido medrar; 4) Fortalecer a los partidos políticos, impidiendo que caigan en manos de grupúsculos radicales como el Tea Party o QAnon, de líderes populistas y que se conviertan en meras plataformas para organizar elecciones ad maiorem gloriam del líder que los encabece en cada momento; 5) Fomentar la participación política de la ciudadanía.

Estas recetas, loables y con las que no puedo estar más de acuerdo, se quedan cortas y saben a poco en comparación con la ambición del libro. En el fondo tratan de recobrar lo que era la política en los países democráticos, hace sesenta años, con unos políticos serios y unos partidos políticos con una ideología clara, añadiéndoles una pizca de sabor del siglo XXI con lo del fomento de la participación ciudadana. El problema de fondo que tienen es que quienes deberían aplicarlas,- los políticos profesionales-, no tienen interés en ellas, porque van en contra de sus intereses. Quienes podrían empujarlas,- los activistas-, están tan desencantados con el sistema que, cuando se movilizan suele ser para ir en su contra, no para reformarlo.

El libro en general no me ha gustado. En el fondo Naím es uno de esos “simplificadores terribles”, académicos que se enamoran de una idea y la utilizan para explicar fenómenos sociales y políticos muy complejos. Me ha recordado a un libro que tuvo mucho éxito hace unos años, “Why Nations Fail. The Origins of Power, Prosperity and Poverty” de Daron Acemoglu y James A. Robinson. En este caso, la Gran Idea que lo explicaba todo era la creación de instituciones políticas incluyentes.

Una prueba de que estos simplismos se equivocan es que no resisten bien la prueba del tiempo. Naím comenzó a escribir el libro en 2006 y lo terminó en marzo de 2013. Eran los tiempos en que los hedge funds habían demostrado más flexibilidad que los grandes bancos y habían capeado mejor que éstos la crisis de 2008, los tiempos de las Primaveras Árabes espoleadas por las redes sociales, que parecían augurar que ningún dictador estaba ya seguro en su puesto, los tiempos de las protestas ciudadanas como la de los Indignados, que iban a revolucionar el paisaje político…

¿Seguro que siete años después las afirmaciones sobre el fin del poder a lo grande se siguen manteniendo? La crisis de 2008 nos ha dejado bancos más grandes que antes. La mayor parte de las Primaveras Árabes y movimientos similares han fracasado; si nos acordamos de Túnez es porque fue uno de los pocos casos en los que las protestas sí que triunfaron. Las redes sociales puede que sirvan para poner en contacto a opositores y para que circule la información, saltándose la censura, pero también pueden servir para manipular las elecciones, difundir noticias falsas y controlar a los ciudadanos. Pese a algunas afirmaciones de Naím en el libro, nada prueba que Putin y el Partido Comunista Chino sean menos fuertes de lo que eran en 2006, cuando empezó a escribir la obra. En fin, que me parece, que llevado por el entusiasmo generado por una idea genialoide, Naím se puso a escribir, olvidándose de ese gran aforismo bíblico de que no hay nada nuevo bajo el sol.

 

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