Emilio de Miguel Calabia el 16 mar, 2022 Pero lo digital hace algo más, algo que torpedea la visión del mundo tradicional. Solíamos pensar que la vida era como un iceberg. Sólo vemos la parte que sobresale que es un décimo del total. Las otras 9/10 partes que no vemos están sumergidas y es ahí donde se encuentra el corazón de la experiencia. Con lo digital todo está en la superficie, no hay nada en lo que profundizar. La explicación es muy sencilla: “Gente de esta clase desarrolló tecnologías adecuadas a su forma de pensar. No eran filósofos; por regla general, eran ingenieros: no diseñaron sistemas teóricos, pusieron al día herramientas.” Esos ingenieros reemplazaron la experiencia tradicional por lo que Baricco denomina “la posexperiencia”. Es la experiencia hija de la superficialidad. El “multitasking” es hijo de la posexperiencia. La realización simultánea de varias acciones superficiales que lo digital posibilita. Todos convertidos en víctimas del síndrome del déficit de atención, porque la experiencia se ha convertido en un caleidoscopio y es imposible fijarse por más de unos pocos segundos en cualquiera de sus elementos individuales. Recapitulando lo que va de la experiencia a la posexperiencia. “La experiencia, como la imaginaba el siglo XX, era realización, plenitud, rotundidad, sistema hecho realidad. La posexperiencia, por el contrario, es arrebato, exploración, pérdida de control, dispersión. La experiencia era la conclusión de un gesto solemne, el resultado tranquilizador de una operación compleja, el regreso final al hogar. La posexperiencia es por el contrario el principio de un gesto, es la apertura de una exploración, es un rito de alejamiento: como las series de televisión, que de hecho son animales de la era digital, no tiene final. Y tampoco es un final. Es el durante de un movimiento, es la trayectoria de un andar. La experiencia tenía su propia estabilidad y comunicaba una sensación de firmeza, de permanencia del yo. La posexperiencia, por el contrario, es un movimiento, una huella, un cruce y comunica esencialmente una sensación de falta de permanencia y de volatilidad (…) La experiencia estaba vinculada a categorías que se querían bien perfiladas e imponentes en su firmeza: la verdad, lo bello, lo auténtico, lo humano. Pero la posexperiencia es un movimiento y su cosecha no podría ser nada tan firme: la verdad, como lo bello, como lo humano acaban siendo su cosecha, sí, pero en forma de procesos cambiantes, constelaciones que se regeneran de manera continua, oscilaciones…” Baricco no da el paso siguiente y evidente que habría sido preguntarse: ¿cómo es el yo que se mueve en el mundo de la posexperiencia? La experiencia nos proporcionaba un yo sólido: aquí estoy yo frente al mundo; la memoria de las experiencias pasadas nos proporcionaba la idea del devenir del yo, de un yo que se desenvuelve a lo largo del tiempo de experiencia en experiencia. La experiencia tenía una profundidad que era el reflejo de la profundidad del sujeto que la vivía. La conclusión es que la esencia del sujeto, como la de la experiencia, se encuentra en lo más hondo. La posexperiencia favorece un yo múltiple y disperso, que mora en la superficialidad, que encuentra su esencia en el puro movimiento, en el salto de experiencia en experiencia. El yo de la posexperiencia no tiene una finalidad, más allá de coleccionar posexperiencias transitorias. Es un yo impaciente, superficial, incapaz de estarse parado, casi adicto al mundo de las posexperiencias. Y es que la posexperiencia es mucho más subyugante que la experiencia tradicional: ¿cómo comparar ver un atardecer desde una barca en el centro de un lago en calma con conducir una nave a toda velocidad para destruir a la Estrella de la Muerte? Lo digital promueve el yo que acabo de describir, pero también genera un ego supervitaminado. De ser seres mediocres y anodinos, pasan a convertirse en seres que ya no son dirigidos, sino que dirigen el juego (o al menos eso se piensan). De pronto ya no son anónimos, tienen 1.000, 2.000, un millón de seguidores, sus payasadas que antes no importaban a nadie pueden volverse virales y dar la vuelta al planeta, sus opiniones de repente cuentan y en las redes pueden alcanzar al mismo público que el experto más experto de todos los expertos. Las redes no están pensadas para promover un yo profundo, sino para hipertrofiar el ego. De una sociedad de masas en la que éramos individuos anónimos, nos convertimos en el centro del pequeño reino digital privado que las nuevas tecnologías nos permiten crearnos. Tras esas reflexiones sobre la experiencia y la posexperiencia, Baricco aborda los cambios sociales y económicos que trajo el mundo digital que comenzó a consolidarse a comienzos del siglo XXI. La crisis puntocom sirvió para agitar el árbol digital y que cayeran las empresas improductivas, basadas en proyectos irrealizables. Las que quedaron, comenzaron a ganar dinero a espuertas. De pronto las cuentas de resultados sirvieron para juzgar cuáles de los visionarios digitales estaban descubriendo nuevos mundos y cuáles se habían metido en callejones sin salida. Se habían convertido en capitalistas, pero capitalistas de un nuevo tipo. No buscaban competir con otros, sino consigo mismos, ver cuán lejos podían llegar en la plasmación de sus ideas en el mundo real. Entonces conocieron la experiencia que han conocido todos los revolucionarios que en el mundo han sido. Una vez has derribado el sistema caduco previo, descubres que no has traído la libertad total que buscabas, sino que has creado un nuevo sistema, del que eres el Papa y en cuya subsistencia estás interesado. Los programadores e ingenieros de Silicon Valley se convirtieron en una nueva élite, que iba a determinar la forma que adquiriría el futuro. Irónicamente el movimiento digital que había buscado acabar con las élites caducas y liberar a los individuos, acabó generando una nueva élite mas poderosa y más controladora que aquélla a la que había reemplazado. Las viejas élites intentaban convencerte de que votaras por A o por B. La nueva élite sabía de antemano si votarías por A o por B y podía incluso cambiar el sentido de tu voto. Más todavía, la nueva élite introdujo el concepto de EL TODO. Spotify te ofrece TODA la música del mundo o, más bien, el acceso a TODA la música del mundo. La diferencia es sustancial. En el ciberespacio no eres el dueño de nada. Tu cuenta de Facebook no te pertenece realmente. Le pertenece a Mark Zuckerberg que es quien determina qué anuncios te va a mostrar y qué comentarios considera lo suficientemente ofensivos como para cerrarte la cuenta. El TODO suplanta al infinito. Antes de Spotify podías pensar que había un número infinito de canciones. Ahora sabes que todas esas canciones están en Spotify. Existe un número inmenso, gigantesco, pero no infinito. Otros temas Tags Alessandro BariccoDigitalEl yoPosexperiencia Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 16 mar, 2022