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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Olvidados

Emilio de Miguel Calabia el

Leer “La novela de un literato” de Rafael Cansinos Assens es pasar lista a una serie de escritores muy menores, que tuvieron sus cinco minutos de gloria en su día y que hoy están más que olvidados. ¿Quién se acuerda hoy y lee a Mauricio Bacarisse, Emilio Carrere o a Armando Buscarini? Me he dado cuenta de que yo también tengo mi propia lista de escritores muy menores, cuyos nombres oía a menudo en mi infancia y juventud y que ahora dudo que nadie lea. Y es que perdurar en literatura es muy difícil. Bastante es poder disfrutar de los cinco minutos de gloria bajo el sol, que la mayor parte ni eso.

Ángel Palomino fue un escritor que conoció su momento de gloria en el tardofranquismo. No hay más que ver su palmarés de premios, para darse cuenta de que la Transición no fue un buen momento para él: Premio Club Internacional de Prensa (1968); Premio Leopoldo Alas (1970); Premio Nacional de Literatura y finalista del Premio Alfaguara (1971); Premio Hucha de Oro (1972); Finalista del Premio Planeta (1977). Después de esos premios como que el Premio del Círculo Mercantil de Almería que recibió en 1980, sabe a poco.

Mi padre tenía en casa dos de sus grandes éxitos, “Torremolinos Gran Hotel” (1971) y “Madrid Costa Fleming” (1972), y otra novela menos conocida, “Todo incluido” (1975), que fue lo único suyo que leí. Me dejó la impresión de un escritor correcto, pero no extraordinario, que sabía manejar bien las tramas y que tenía un deje irónico atractivo. El tipo de escritor del que uno se esperaría que después de sus cinco minutos de gloria, cayese en el olvido más absoluto.

Ángel Palomino se había estrenado como escritor en las páginas de “La Codorniz”, revista que dirigió durante 33 años Álvaro de la Iglesia. Álvaro de la Iglesia era irreverente, culto, encantador, mujeriego, se bebió todas las bodegas y se fumó todos los cigarillos, circunstancias estas dos últimas que algo tendrían que ver con que muriese con sólo 59 años de un trombo. Es de esos personajes abrumadores que llegan a ser más grandes que su obra.

Álvaro de la Iglesia era el humorista oficial y un poco cínico del franquismo. Algunos de sus grandes éxitos en esos años fueron “Un náufrago en la sopa” (1944), “Todos los ombligos son redondos” (1956) y “Yo soy Fulana de Tal”. Algunas de sus frases entre irónicas y tiernas, que muestran su humor: A mi padre, que era muy monárquico porque había tirado al pichón con Alfonso XIII, la República le había sentado como uno de los tiros que él pegó a los pichone “Mal asunto -pensé, a pesar de mí pequeñez-: cuando los gobernantes se ven obligados a pedir por favor al pueblo que se tranquilice “motu proprio”, significa que ellos se sienten incapaces de imponer la tranquilidad “motu suyo” [se refiere a la situación del orden público en la República en el verano del 36. Ahora que ya no se estila el estudio del latín, habría que poner una nota a pie de página para explicar lo de “motu proprio”]. Y la frase que ocasionaría el primer cierre de “La Codorniz”, por cómo explicó la situación en las universidades: Ni rojos ni azules ni verdes ni grises, por ahora solamente AMORATADOS”.

No acabo de entender que en los últimos años en los que se ha producido una recuperación de los humoristas españoles de los años cincuenta,- Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville-, esa recuperación no haya alcanzado a Álvaro de la Iglesia, que hoy está tan olvidado como si nunca hubiera existido.

Fernando Díaz-Plaja era un ensayista y escritor que estuvo muy de moda en los años setenta por su libro “El español y los siete pecados capitales” (1966). Era una reflexión entre humorística y sociológica sobre la relación del español con cada uno de los pecados capitales. Recuerdo haberle visto más de una vez en televisión y siempre era a propósito de esta obra, que llegó a tener una versión televisiva dirigida por José María Forqué y protagonizada por Jesús Puente y Juanjo Menéndez. En el contexto español se trataba de una obra innovadora, que mezclaba la sociología con el humor y permitía que los españoles nos mirásemos a nosotros mismos sin dramatismo, o sea como casi nunca nos miramos. Lo malo es que el libro tuvo tanto éxito que se comió al resto de la obra de Díaz-Plaja. Peor todavía, Díaz-Plaja se pasó parte del resto de su carrera exprimiendo la idea y tratando de repetir el éxito del primero de los libros: “Los siete pecados capitales en U.S.A.” (1968); “El italiano y los siete pecados capitales” (1970); “Mis pecados capitales” (1975); “El francés y los siete pecados capitales” (1980); “El uruguayo y los siete pecados capitales” (2008). Dudo mucho que en la España laica de 2020 un libro como “El español y los siete pecados capitales” fuera a tener mucho éxito. Aquí ya nadie se siente culpable de nada y es probable que más de la mitad de los españoles no fueran capaces de enumerar más de dos o tres de los pecados capitales y eso suponiendo que conocieran de qué va el concepto de “pecado capital”.

Otro autor que alcanzó el éxito por una parcela pequeña de su obra fue Francisco García Pavón, que se atrevió a meterse con un género que hasta entonces apenas había sido practicado en España, la novela policiaca. Acostumbrados a los asesinatos de postín de Agatha Christie y a los inspectores atrabiliarios de Raymond Chandler y Dashiell Hamett, molaba tener un investigador patrio que los emulaba en un sitio tan poco cosmopolita como Tomelloso. Yo creo que ése fue el secreto del éxito de García Pavón.

Pensando en los casos de Díaz-Plaja y García Pavón, me da por pensar que la posteridad está tan concurrida que los escritores medianos se pueden contentar si logran que años después de su muerte una de sus obras siga siendo leída. A los cien años de la muerte del escritor, sólo los muy grandes (Tolstoi, Proust, Shakespeare…) consiguen que haya gente interesada en leerse una buena parte de su obra.

Torcuato Luca de Tena era de esos escritores correctos, que logran hacer novelas entretenidas y muy de su época, pero que luego envejecen mal. A lo largo de su carrera tuvo dos grandes éxitos. El primero fue “La edad prohibida”. Escrito en 1958, versa sobre la adolescencia y, con ese título, parecía que iba a prometer escándalo e historias atrevidas, cuando la verdad es que no puede ser más ramplón. Lo más original es que un escritor acomodado y del régimen decidiera escribir sobre un tema tan poco tratado en aquellos años. Tal vez ésa fuera la gran cualidad de Luca de Tena: sabía escribir libros que llamaban la atención y que respondían a temas de interés social; además, era muy bueno con la publicidad.

Su otra obra de éxito fue “Los renglones torcidos de Dios” (1979). Para ambientarse, se internó voluntariamente en un psiquiátrico y supo utilizar ese hecho para dar la máxima publicidad a la novela. La novela, como todas las suyas, es superficial. Su máxima virtud es que entretiene y en que abordó un tema que hasta ese momento nadie había abordado en España.

Otro escritor de gran éxito en aquellos días fue José María Gironella. Gironella tuvo el acierto de ser de los primeros en la España de Franco en novelar la Guerra Civil. Escribió una tetralogía en torno a una familia de Gerona de clase media baja y que tenía como telón de fondo la Guerra: “Los cipreses creen en Dios” (1953); “Un millón de muertos” (1961); “Ha estallado la paz” (1966). El cuarto volumen de la tetralogía, “Los hombres lloran solos”, lo escribió en 1986, cuando su nombre había dejado de estar en la palestra y tuvo muy poco eco. Otros libros suyos que entonces tuvieron éxito fueron dos de viajes,- “En Asia se muere bajo las estrellas” (1968) y “El escándalo de Tierra Santa” (1978) y uno periodístico, “100 españoles y Franco” (1979).

Gironella era un escritor solvente con una prosa sencilla, dos rasgos que pueden ayudar a tener éxito en vida del escritor, pero que no suelen contribuir a que su obra perdure. Sus obras sobre la Guerra Civil han quedado arrumbadas por otras mejores y que sí que han resistido el paso del tiempo. Pienso especialmente en “La forja de un rebelde” de Arturo Barea y en “A sangre y fuego” de Manuel Chaves Nogales. Sus libros de viajes han quedado algo obsoletos, ahora que todo el mundo viaja. En cuanto a “100 españoles y Franco” es un libro que ya sólo puede interesar al historiador o a quienes hayan vivido ese período.

Si alguien dentro de cuarenta años, escribe una entrada de blog semejante a ésta, siento muchísima curiosidad a cuáles de los escritores actuales meterá en la categoría de “olvidados”.

 

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