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Obsesionados (y 2)

Emilio de Miguel Calabia el

Volviendo a Francia, otro ejemplo de obsesión amorosa lo encontramos en el episodio “Un amor de Swann” del primer volumen de “En busca del tiempo perdido”. Charles Swann es un hombre cultivado y refinado y un gran seductor. El primer encuentro de Swann con Odette de Crecy es anticlimático. Se la presenta un amigo en el teatro y “… le pareció que ciertamente no le faltaba belleza, pero de un tipo que le era indiferente, que no le inspiraba ningún deseo, que le causaba incluso una especie de repulsión física (…) Para su gusto, tenía el perfil demasiado acusado, los pómulos demasiado salidos, los rasgos demasiado cansados. Los ojos eran bellos, pero tan grandes que se plegaban bajo su misma masa, dan un aire cansado al resto del rostro, así como el aspecto de tener mala cara o de estar de mal humor.” Este primer encuentro es lo más opuesto a los descritos por Flaubert y Mauriac, en los que el hombre sentía un terremoto bajo sus pies.

Puede que Odette no fuera del todo del gusto de Swann, que estaba ahíto de acostarse con duquesas y le apetecía cambiar de producto, pero Odette sabría llevarlo al matadero, alternando indiferencia y otros amantes con momentos de entrega amorosa. Odette había dado con la fórmula para vérselas con un gran seductor: la indiferencia y los celos, alternados con grandes momentos de pasión. El astuto Swann se cae con todo el equipo y le veremos en las siguientes páginas sufrir muchísimo. Un día, de pronto, le viene el recuerdo de la primera impresión desfavorable que Odette le causó y se dice: “¡Y pensar que he malgastado años de mi vida, que he querido morirme, que he tenido mi mayor amor, con una mujer que no me agradaba, que no era de mi estilo!” Aquí Proust pinta de una manera genial otra manera en la que las grandes obsesiones amorosas pueden terminar: la indiferencia.

Y con todo, el mejor ejemplo de obsesión amorosa,- mejor incluso que los descritos-, lo tenemos en “De la servidumbre humana” de Somerset Maugham. Una noche una camarera antipática y de físico indiferente, que trabaja en un local que Philip frecuenta, le hace de menos. Philip comienza a pensar en tomarse la revancha. Y de pronto, se da cuenta de que no puede dejar de pensar en ella: se ha enamorado. La tesis de que el amor y el odio son caras de una misma moneda queda demostrada. 

Lo que sigue es un cortejo que deja cortos los sufrimientos de Swann por Odette de Crecy. Cortejar a Mildred es como flirtear con una estatua de mármol y encima borde. Como Swann, Philip se da cuenta de que se ha enamorado de alguien que no lo merece: “… parecía imposible que estuviera enamorado de Mildred Rogers. Su nombre era ridículo. No la veía guapa; odiaba su delgadez, sólo esa noche se había dado cuenta de cómo los huesos de su pecho destacaban en su traje de noche; repasó sus facciones una por una; no le gustaba su boca y su tez insana le repelía vagamente. Era vulgar. Sus frases, tan osadas y escasas, continuamente repetidas, mostraban la vacuidad de su mente…” Una joya, vamos. Y unas líneas después… “La anhelaba. Pensaba en tomarla en sus brazos, el cuerpo frágil, delgado, y en besar su boca pálida: quería pasar los dedos por sus mejillas levemente verdosas. La quería.” Sólo los que han estado muy enamorados, pueden comprender este párrafo contradictorio.

La historia entre Mildred y Philip roza el masoquismo. Cuanto más le putea ella y más se escapa con otros hombres, más la quiere él. Ella queda embarazada de un hombre que le prometió matrimonio y no cumplió su promesa y Philip la acoge. Viven juntos y Mildred hace algún movimiento de aproximación, pero Philip se mantiene distante. Y entonces descubre que la indiferencia ha aparecido. La está viendo dormir y… “recordó con qué pasión la había amado y se preguntó por qué ahora le era completamente indiferente. El cambio en su interior le llenó de un dolor sordo. Le pareció que todo lo que había sufrido había sido un puro desperdicio (…) Encontró extrañamente trágico que la hubiera amado con tal locura y que ahora no la amase en absoluto.” Allí donde el mundano Swann se da una cachetada desenfadada y se dice que ha sido un gilipollas, al buenazo de Philip le duele haber llegado a la indiferencia.

Más adelante Maugham escribe uno de los diálogos más amargos sobre el amor que llega a destiempo y no es correspondido y la indiferencia:

[Philip] No tienes que enfadarte conmigo. Uno no puede impedir estas cosas. Me acuerdo de que pensaba de que eras perversa y cruel porque hacías esto o aquello; pero era tonto por mi parte. No me amabas y era absurdo que yo te culpase por eso. Pensaba que podría hacer que me amases, pero ahora sé que era imposible. No sé qué es lo que hace que alguien te ame, pero lo que quiera que sea, eso es lo único que importa, y si no lo hay, no lo crearás mediante la amabilidad, la generosidad o cualquier cosa de ese estilo.

[Mildred] Habría pensado que si me amabas de verdad, todavía me amarías.

[Philip] Yo también lo habría pensado. Me acuerdo de cómo solía pensar que duraría para siempre. Sentía que prefería morir a estar sin ti y solía anhelar cuando estuvieses marchita y arrugada, de manera que nadie se preocupase por ti y yo te tuviera toda para mí.”

¿Qué puede ser más obsesivo que aferrarse a un amor del pasado y esperar que resurja? Lo malo es que a veces ese amor sí que resurge y tal vez el protagonista viva para arrepentirse. Es un amor así el que describe el indio Vikram Seth en “Una música constante”. Michael, un músico que se ha quedado estancado en el papel de segundo violín, un día se encuentra por casualidad con Julia, un antiguo amor, que es música como él. Entre ambos hay una historia sin terminar: a Julia le dolió cuando él se marchó sin explicaciones y a él le sigue escociendo haberla perdido.

Este tipo de reencuentros son raros y pocas veces terminan bien. El pasado está muerto y nunca volverá por más que nos esforcemos. No está bien resucitar a los zombis. Julia está casada, tiene un hijo y se está quedando sorda. Se lían. El deseo de recuperar el pasado es igual de fuerte para ambos. Y ambos descubrirán que la repetición de su historia es imposible.

Al final, un Michael mucho más sabio sabrá sublimar lo sucedido. “La música, está musica es suficiente regalo. ¿Por qué pedir la felicidad? ¿por que esperar no sufrir? Es suficiente, basta con estar bendecido, con vivir día a día y oír esta música – no demasiado o el alma no podría soportarla- de tanto en tanto.”

Y termino con el libro más desagradable de la serie: “Diario de un violador” de Evan S. Connell. Earl Summerfield es un pequeño funcionario, casado en un matrimonio sin amor con una mujer mayor que él, que lleva una vida rutinaria. Earl cree que merece más y su rabia va aumentando. Es entonces cuando se obsesiona con una reina de belleza local. “Entonces esa zorra en traje de baño subió al escenario llevando una corona de cartón y un cetro, fue desfilando de aquí para allá para mostrar sus tetas. Sin vergüenza, sin modestia… me pareció como una de esas putas profesionales de Hollywood. Si no es el símbolo de la podredumbre americana, ¿entonces qué es?” Earl la acabará violando y no lo hará por lascivia, sino para castigarla por su impudicia o más bien para castigar en ella su vida aburrida y sin perspectivas.

Como la realidad a veces supera la ficción, Connell ha comentado que la idea de la novela le vino por una noticia en la que el mismo hombre violó en dos ocasiones a una reina de la belleza local. La segunda de las veces la llevó a su casa para asegurarse de que llegaba sana y salva. No, no creo que entendiese la ironía de la situación. Connell dice: “Y pensó,- estoy convencido-, de que si ella realmente llegaba a entenderlo, cuando se diese cuenta de que era un hombre bueno, podrían conocerse adecuadamente, almorzar juntos, visitar el zoo juntos, casarse y vivir felizmente por los restos. Sospecho que sólo en América alguien podría engañarse tanto. Sólo en América, podrida por el legado puritano.”

En fin, sed buenos y no os obsesionéis mucho.

 

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