Emilio de Miguel Calabia el 07 ene, 2022 (Moses Mendelssohn) La época de la Ilustración en Alemania fue un momento singular en la Historia de los judíos. Por primera vez se les abrieron las puertas de la sociedad gentil. El precio a pagar no pocas veces era la asimilación o, al menos, una moderada insistencia en sus caracteres judíos. La Ilustración podía ser abierta de miras en lo filosófico, lo religioso y lo étnico, pero las clases existen. No era lo mismo llamar a las puertas de los salones alemanes si eras un judío rico y cultivado de Berlín que si eras un judío campesino de Prusia oriental. Esa dicotomía la podemos ver en las trayectorias de Solomon Maimon y de Moses Meldelssohn. Solomon Maimon escribió una “Autobiografía” peculiar, que gira entre lo picaresco y lo existencial. Un detalle de cómo era el personaje: habiendo decidido que su vida era un lastre y que no servía para nada, una noche borracho fue a buscar un canal al que tirarse. Allí se quedó con medio cuerpo fuera del pretil y medio cuerpo dentro, sin acabar de decidirse. Finalmente su propia indecisión le hizo reírse. Abandonó el pretil y se fue a dormir. Maimon había nacido en el campo lituano, en un contexto que para él venía definido por la pasividad, la vulnerabilidad, la falta de sentido común y la obstinación de los judíos. La única área en la que sus correligionarios mostraban diligencia era en el estudio del Talmud. Los talmudistas gozaban de un inmenso prestigio, ocupaban las posiciones de honor en la comunidad y eran unos yernos muy cotizados. Era un estado de cosas que el “Pirkei Avot” habría reconocido, pero en el siglo XVIII había comenzado a perder su atractivo. Maimon reconoce que no toda la culpa era de los rabinos, cuyas virtudes admite. Lo que más critica es la educación de los niños en condiciones antihigiénicas y centrada en el estudio del Talmud, excluyendo cualquier otra materia. Una frase de su padre, cuando le encontró dibujando en una hoja: “¿Quieres convertirte en pintor? Tienes que estudiar el Talmud y convertirse en rabino. Quien comprende el Talmud, comprende todo.” A pesar de sus recelos, Maimon fue un niño prodigio del Talmud y desde muy pronto resultó evidente que estaba llamado a convertirse en rabino. Irónicamente, la misma inteligencia que le llevaba a descollar en el estudio del Talmud, le estaba convirtiendo en un escéptico. A los once años, su fama era tanta, que se había convertido en un candidato a yerno muy solicitado. El relato de los intentos por casarle tiene el encanto de la literatura del absurdo. Una candidata con posibles y amigable fue rechazada por su padre porque tenía una pierna torcida. Otra candidata murió de viruela y su madre lo lamentó porque ya tenía cocinados los pastelitos para la boda. El padre de Maimon lo comprometió con dos familias distintas. El padre de una de las candidatas intentó secuestrarlo. A pesar de todas esas vicisitudes, logró casarse a la provecta edad de once años. Sus peleas con su suegra darían para un capítulo entero. En cierta ocasión se escondió bajo su cama, fingió que era un espíritu y pidió a la suegra que se portase mejor con su yerno. Como no consumaba el matrimonio, – pobrecito mío, lo que debía saber sobre el sexo a sus once añitos-, le llevaron a una bruja para que le curase del hechizo que le impedía funcionar. Y debió de curarle, porque a los catorce años ya era padre. No es de extrañar que Maimon no viese el momento de salir huyendo. Maimon tenía ansia de conocimiento. Aprendió de manera autodidacta latín y alemán y con su ayuda fue penetrando en otras materias laicas. Algo estaba cambiando. Un judío inteligente y con ansia de conocimiento ya no sentía que lo único que merecía estudiar era el Talmud. Al contrario, no encontraba sentido en centrarse en su estudio. La única manera de desarrollarse intelectualmente era abandonar Lituania e ir a Berlín. Maimón nunca había llegado a encajar en su Lituania natal, pero tampoco lograría encontrar su hueco en la cultura germánica. Irónicamente, cada vez que se veía sin dinero, quien acudía en su ayuda era la comunidad judía por el respeto que tenían a un talmudista de prestigio. El Talmud, al que tenía por inútil, fue lo que le dio de comer en muchas ocasiones. Maimón recorrió media Europa, sin encontrar su sitio en ninguna parte. Tenía una habilidad especial para alienarse a los amigos y quemar puentes. Era un hombre que se había desarraigado de su medio, pero no había logrado aclimatarse al mundo gentil. El mismo lo contaría: “Había recibido demasiada educación como para regresar a Polonia, a pasar mi vida en la miseria sin una ocupación o una sociedad racional y a volver a hundirme en la oscuridad de la superstición y la ignorancia, de las que apenas me había liberado con tantísimo esfuerzo. Por otra parte, triunfar en Alemania era algo con lo que no podía contar, debido a mi ignorancia del idioma, así como de las maneras y costumbres de su gente, a las que nunca había sido capaz de adaptarme debidamente.” La vida de Mendelssohn, a quien también atrajo la cultura alemana, fue muy distinta y todo arranca de sus comienzos. Mendelssohn había nacido en la ciudad alemana de Dessau y, como Maimón, fue un prodigio del Talmud y parecía encaminado a convertirse en rabino. A los catorce años huyó a Berlín para estudiar. Fue la lectura de Maimónides la que le abrió la mente y le encaminó hacia la filosofía secular. A los 37 años Mendelssohn se hizo un nombre con la publicación de “Fedón”, un tratado en defensa de la inmortalidad del alma. Mendelssohn se convirtió en el hombre de moda en los círculos ilustrados de Berlín y encarnó para muchos la posibilidad del judaísmo de salir del gueto e integrarse en el mundo gentil. La posición de Mendelssohn no era tan cómoda como podría parecer. Tenía un pie en cada uno de los campos. Quería igualdad para su pueblo, pero no que éste abandonara el judaísmo, aunque sí ciertas prácticas arcaicas. Su postura recibió un golpe bajo, pero comprensible, en un panfleto anónimo titulado “La búsqueda de la luz y el derecho” que señalaba que si los judíos renunciaban a sus leyes y a su obligatoriedad, estarían abandonando el judaísmo. La conclusión era obvia para el autor del panfleto: Mendelssohn, lo quisiera o no, había renunciado a la religión de sus antepasados y lo que correspondía era convertirse al cristianismo. El resultado de ese desafío fue su libro más conocido, “Jerusalem”, que aboga por la libertad absoluta de conciencia en cuestiones religiosas y pide simplemente la admisión de los judíos en la sociedad europea en términos libres e iguales. Para ello, es necesario que seguir la religión del Estado deje de ser necesaria para tener la ciudadanía y aspirar a empleos públicos; es decir, que en última instancia Iglesia y Estado tienen que estar separados. En el libro, también realiza una defensa del judaísmo: las verdades de la razón y las de la religión provienen igualmente de Dios; así pues, no puede haber contradicción entre ellas. La esencia del judaísmo no son las creencias, sino la Ley. “La religión revelada es una cosa, la legislación revelada es otra.” Un judío demuestra que lo es, cumpliendo con la Ley. En su vida pública debe respetar la Ley del Estado en que reside y en su vida privada, la Ley de Dios. El Dios de los judíos es el mismo que el del resto de la Humanidad, pero a los judíos les pide más que a otros naciones. La vía propuesta por Mendelssohn para su pueblo no era sencilla. ¿Vivir públicamente sometido a unas leyes y en el ámbito privado someterse voluntariamente a otras? Si todo depende de la conciencia del individuo, ¿por qué no renunciar a la ley privada? Eso fue lo que ocurrió con los descendientes de Mendelssohn. Todos sus nietos fueron bautizados en el cristianismo. Literatura Tags IlustraciónJudaísmoJudíosMoses MendelssohnSolomon Maimon Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 07 ene, 2022