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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El Innombrable

Emilio de Miguel Calabia el

Siempre he pensado que la función del escritor es contar historias. Ni más ni menos que lo que hacía el anciano de la tribu en el paleolítico, cuando al calor de la hoguera, les contaba a los jóvenes historias de osos cavernarios y de espíritus ancestrales.Esto que me parece tan evidente, se les olvidó a algunos escritores allá por las décadas de los 50 y los 60. La experimentación con el lenguaje y el deconstructivismo hicieron furor y muchos autores se olvidaron de que los lectores no pedimos más que lo que los jóvenes de la tribu paleolítica le pedían al anciano: una historia que nos emocione y nos entretenga.

Si hubo por esos años un escritor que se olvidase de algo tan sencillo, para mí que fue Samuel Beckett. Una vez, por desafío, me puse a leer “El Innombrable” y todavía no me he repuesto del todo de la experiencia.

El Innombrable es una voz, una persona reducida a una voz, o una voz detrás de la cual no hay persona. Me ha hecho pensar en el monólogo de Molly Bloom en el “Ulises” de Joyce. Allí hay una persona que en la soledad del dormitorio intenta explicarse quién es. Molly Bloom divaga, pero hay una persona y una realidad a la que alude.

El Innombrable es una sucesión de frases brillantes que giran sobre sí mismas y no llevan a ninguna parte.

“El infierno mismo, aunque eterno, data de la rebelión de Lucifer. Así pues, me será permisible, a la luz de esa remota analogía, creerme aquí para siempre, aunque no desde siempre. He aquí lo que va a facilitar singularmente mi exposición. La memoria sobre todo, cuyo empleo creí que debía vedarme, tendrá que decir algo, si la ocasión se presenta.”

“Añado, para mayor seguridad, esto. Estas cosas que digo, que voy a decir, si puedo, no están ya, o no están todavía, o no estuvieron nunca, o no estarán nunca, o si estuvieron, o si están, o si estarán, no estuvieron aquí, no están aquí, no estarán aquí, sino en otro sitio.”

Me introduje en “El Innombrable” seducido por esa verborrea brillante, pensando que en algún momento comenzaría algún tipo de historia o que el monólogo se anclaría en la realidad como el de Molly Bloom. Pero el Innombrable hablaba y hablaba; era un adicto a su veborrea, que se había olvidado del lector.

En un momento dado el Innombrable dice: “El hecho parece ser, si en la situación en que me encuentro se puede hablar de hechos, no sólo que voy a tener que hablar de cosas de las que no puedo hablar, sino también lo que aún es más interesante, que yo, lo que aún es más interesante, que yo, ya no sé, lo que no importa. Sin embargo, estoy obligado a hablar. No me callaré nunca. Nunca.”

Y sí, esa sensación de que no se iba a callar nunca, sensación que en la vida real sólo me ha transmitido un jefe pesadísimo que tuve, acaba permeando toda la novela. Llega un momento en que el lector sólo quiere que se calle ya de una vez, el lector ya ha renunciado a que le cuenten una historia, sólo quiere el silencio al que el Innombrable no quiere entregarse, porque acaso piense que dejará de existir si se calla. Igual que aquel jefe mío.

Y uno llega a las últimas frases de la novela: “…hay que seguir, acaso esto se haya hecho ya, quizá me dijeron ya, quizá me llevaron hasta el umbral de mi historia, ante la puerta que da a mi historia, esto me sorprendería, si da, seré yo, será el silencio, allí donde estoy, no sé, no lo sabré nunca, en el silencio no se sabe, hay que seguir, voy a seguir.” Y no le han contado una historia y Beckett se ha olvidado de lo que los narradores han venido haciendo desde el paleolítico y, sin embargo, no se siente del todo decepcionado. Es más, puede que de alguna extraña manera hasta la obra le haya gustado.

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