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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El hombre que soñaba con hacerse el seppuku

Emilio de Miguel Calabia el

Yukio Mishima se pasó sus 45 años de vida preparando el seppuku con la que la terminó. Me lo imagino corriendo por su casa de Tokyo con las tijeras; a su espalda su abuela le gritaría: “Niño, con las tijeras no se corre, que te puedes tropezar y clavártelas” y el pequeño Yukio pensaría: “Eso, ojalá me tropiece, me caiga y me las clave en el vientre”.

¿Exagero? A los 24 años Mishima escribió “Confesiones de una máscara”, en la que relata su infancia y adolescencia. De pequeños, todos solíamos fantasear con ser futbolistas de mayores o con explorar la selva africana o con ser astronautas para ir a Marte. Mishima fantaseaba con una escena de un cuento en la que “el dragón comenzó a pegar voraces dentelladas al príncipe, triturando así su cuerpo. Aquello fue casi insoportable para el príncipe, pero reunió todo su valor y soportó la tortura con firmeza, hasta que, al fin, el dragón lo dejó totalmente triturado. Cayó derrumbado al suelo y murió.” En el cuento, en realidad, el príncipe era mágico y no sufría ni un rasguño, pero eso le dejaba insatisfecho a Mishima, que quería sangre, tragedia y sufrimiento y le cambió el final al cuento.

Otra anécdota: está jugando con unos niños a soldados. De pronto, se lleva la mano al corazón y cae muerto. Cuenta lo que sintió entonces: “Me sentía entusiasmado con la visión de mi propio cuerpo allí yacente, lacio y desmadejado. Me produjo un deleite indecible el que me hubieran pegado cuatro tiros y estuviera agonizando…” No sé… cuando jugábamos de pequeños a soldados, lo que no queríamos era que nos matasen.

Más adelante, se produce el despertar sexual y Mishima descubre que tiene un juguete muy divertido y con unos intereses bastante peculiares: “El juguete también levantaba la cabeza ante la muerte, los charcos de sangre y los cuerpos musculosos. Sangrientas portadas de duelos en las portadas de los semanarios de aventuras (…); grabados de jóvenes samuráis abriéndose el vientre, o de soldados heridos de bala, prietos los dientes, y corriendo la sangre entre los dedos de las manos que oprimían el pecho cubierto de tela caqui…”

Hay otro cuento que Mishima escribió a los 35 años, “Patriotismo”, que es un regodeo en el seppuku. La historia cuenta cómo el joven teniente Takeyama descubre que sus camaradas le han mantenido al margen de sus planes de amotinarse (se trata del denominado Incidente Ni Ni Roku del 26 de febrero de 1936), probablemente en atención a que estaba recién casado. Ahora se encuentra con que posiblemente al día siguiente le encarguen mandar a las tropas que deberán aplastar a los amotinados. Tratándose de Mishima, la única manera de salir del dilema moral consiste en hacerse el seppuku. Una baja médica no sirve.

Sigue una de las conversaciones conyugales más surrealistas que haya leído nunca:

“… Esta noche me abriré el vientre.

(…)

– Estoy preparada- dijo ella.- Te pido permiso para acompañarte.

(…)

– Bien. Nos iremos juntos. Pero te quiero como testigo, primero, de mi propio suicidio. ¿De acuerdo?

Cuando lo hubo dicho, una oleada repentina de felicidad pletórica llenó los corazones de ambos…”

Da gusto. Por el tono, parecería que estuvieran hablando de si vacaciones en la playa o en la montaña y que finalmente se hubieran puesto de acuerdo. Sí, conozco matrimonios que dramatizan mucho más lo del destino vacacional que éstos dos la futesa de abrirse o no el vientre.

Una observación adicional: la tradición quería que en estos casos la mujer se suicidara primero y luego siguiera el marido. Mishima presenta el deseo del esposo de ser el primero en morir como una muestra de confianza y generosidad: le está dando la opción a su esposa de salvarse, porque él no estará allí para comprobar el pacto de suicidio. Esto es lo que nos dice Mishima, pero yo veo algo más. Mishima era un exhibicionista. Abrirte el vientre si no hay otro que vea cómo lo haces, no tiene la misma gracia. Este cuento es la fantasía sexual perfecta de Mishima: sangre, dolor, muerte y la persona amada asistiendo a tu agonía. En comparación Sacher-Masoch tenía unas apetencias sexuales de lo más normalitas.

La preparación para el seppuku tiene mucho de lirismo. Se dan un baño, comparten una copa de sake, hacen el amor y como ambos saben que será la última vez, tienen la madre de todos los polvos… Hasta aquí yo la consideraría como una noche perfecta. Pero luego viene lo que viene, se levantan de la cama, se visten, se acicalan y escriben sus mensajes de despedida.

La escena del seppuku del teniente es casi erótica y uno sospecha que Mishima se hizo varias pajas mientras la escribía. El inicio de la escena dice: “Por un momento el pensamiento le llevó al teniente a una fantasía extraña. Una muerte solitaria en el campo de batalla, una muerte ante los ojos de su hermosa mujer… en la sensación de que ahora iba a morir en esas dos dimensiones, alcanzando una imposible unión de ambas, había una dulzura que estaba más allá de las palabras. Esto debe de ser el culmen de la buena suerte, pensó. Que cada momento de su muerte fuese observado por esos ojos bellos, era como ser conducido a la muerte por una brisa suave y fragante…” ¿Hace falta que repita que Mishima era un exhibicionista?

No me extenderé sobre el final del cuento. Después de lo que acabo de transcribir, todo es describir con pelos y señales el seppuku del teniente y a continuación el suicidio de su mujer. Mishima no ahorra hemoglobina al lector.

Si escribiendo “Patriotismo”, se mató a pajas, mientras se imaginaba haciéndose el seppuku, cinco años después con “El sol y el acero” intentará darle una pátina seudofilosófica a todo eso. “Confesiones de una máscara” tenía el encanto de un veinteañero que cuenta cómo descubrió que era un poco rarito y que lo de abrirse el vientre le ponía. En “El sol y el acero”, un cuarentón narcisista pontifica sobre su relación con su cuerpo y se empieza hacer pajas mentales: “Si mi yo era mi morada, entonces mi cuerpo se parecía a un jardín que la rodease…” Sinceramente me divertía más cuando se hacía pajas de las de verdad, imaginándose a samuráis desventrados.

“El sol y el acero” es una disquisición sobre el cuerpo, la carne, el arte y la acción. Y, ¡cómo no!, pronto la muerte hace su aparición: “…acariciaba un impulso romántico hacia la muerte, pero al mismo tiempo requería un cuerpo estrictamente clásico como su vehículo (…) Una constitución poderosa, trágica y unos músculos esculturales eran indispensables en una muerte romántica y noble. Cualquier confrontación entre la carne débil y fláccida y la muerte me parecía inadecuada y absurda.” Ya lo sabéis fofos y fofas del mundo: el seppuku no es para vosotros, a menos que os gastéis un pastón en gimnasios y liposucciones varias. En el mejor de los casos podéis probar a mataros de un atracón como los protagonistas de “La grande bouffée”.

Mejor aún, Mishima descubre en este ensayo que el dolor tiene después de todo un valor metafísico. El dolor podría ser la única prueba física de la existencia de la conciencia dentro del cuerpo. Ignoro porqué un orgasmo no podría servir también como prueba. Yo los prefiero.

Su última gran creación literaria fue la tetralogía “El mar de la fertilidad”. La segunda de las novelas, “Caballos desbocados”, es una gran historia que gira en torno al seppuku. Su protagonista, Isao, es un joven idealista, que quiere mantenerse puro y que desea acabar con la corrupción política que ve a su alrededor (son los años 30) y volver al buen y viejo Japón tradicional, donde el Emperador velaba por todos y no estaba manipulado por un grupo de políticos venales y el mundo estaba en armonía. Evidentemente sus planes pasan por hacerse el seppuku en algún momento. De hecho se diría que la conspiración que Isao prepara para restaurar el Japón tradicional, no es más que una excusa un poco burda para hacerse el seppuku, lo mismo que hizo Mishima.

La novela contiene una conversación delirante entre Isao y el Príncipe Toin, que comparte algunas de sus ideas. El Príncipe le pregunta: “… supón que Su Majestad Imperial no vea con buenos ojos ni vuestro espíritu ni vuestra conducta, ¿qué haríais?” Isao responde que abrirse el vientre. El cabroncete del Príncipe pregunta ahora: “Y si Su Majestad Imperial estuviese de acuerdo, ¿qué harías?” La respuesta de Isao es: “También en ese caso me abriría de inmediato el vientre”.

Lo mejor es la explicación que sigue de porqué obraría así. Isao propone el símil de que se le ocurriera prepararle albóndigas de arroz para Su Majestad. Si a Su Majestad no le gustaran y se las tirara a la cara, “… yo tendría que retirarme con los granos de arroz pegados a mi rostro y, muy reconocido, abrirme de inmediato el vientre”. Si en cambio, le gustaran a Su Majestad, “… no me quedaría otro camino que el de abrirme el vientre lleno de agradecimiento (…) Porque hacer albóndigas de arroz que sirvan de alimento a Su Majestad Sagrada con manos tan torpes como las mías es un pecado que merece mil muertes como castigo.” No se puede negar que desde un punto de vista moral, Isao vive en un mundo muy tranquilizador. Uno puede resolver cualquier dilema que se le presente abriéndose el vientre.

Como seguramente lo era Mishima en esos días, Isao es una persona volcada hacia la muerte: “Siempre estaba pensando en la muerte y esto lo había refinado de tal manera que lo físico parecía habérsele desprendido, liberándole de la atracción de la tierra y dándole la capacidad de caminar por encima de su superficie.” Vamos, que parece que a los suicidas potenciales los podemos detectar porque no caminan, sino que levitan.

Como no podía ser menos, la novela termina con el seppuku de Isao. Pero esta vez, a diferencia de “Patriotismo”, Mishima nos presenta un seppuku que es casi un acto místico, vamos que es tan bonito que casi cojo unas tijeras y me hago un rasguño en el vientre para ver lo que se siente.

Isao está sentado en una caverna en un acantilado. Sólo le llegan los sonidos del viento y del mar. Falta poco para el amanecer. “Isao aspiró una gran bocanada de aire y cerró los ojos mientras su mano izquierda recorría acariciante la pared de su estómago. Empuñando su cuchillo con la mano derecha, acercó la punta a su cuerpo y la guió hasta el lugar indicado sirviéndose de los dedos de su mano izquierda. Entonces, con un poderoso impulso de su brazo, hundió la hoja en su vientre. En aquel momento, cuando sus carnes se entreabrían, el brillante disco del sol surgió de pronto, estallando tras sus párpados.”

El 25 de noviembre de 1970 Mishima decidió dejarse de literaturas y abrirse finalmente el vientre.

Mishima llevaba una temporada jugando a los soldaditos. Había creado un grupo paramilitar, los Tatenokai. Hay gente que crea bandas de música, así que ¿por qué no?

Esa mañana, Mishima y cuatro miembros del Tatenokai, entre los que se encontraba su amante Masakatsu Morita, fueron al cuartel general del Mando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa japonesas, con la excusa de enseñarle a su general una vieja espada samurái. Una vez en el despacho del general, le maniataron y exigieron que se congregase a los soldados, que Mishima les iba a hacer una arenga o a echar un chorreo, no tengo claro lo que pasaba por su cabeza.

Mishima salió al balcón y comenzó a pedir a los soldados que dieran un golpe de estado y restauraran el poder del Emperador. A los soldados que debían de haber estado en la cantina del cuartel atiborrándose de sake y escribiendo cartas a la novia, lo de que les convocaran a media mañana al patio para que un alucinado les dijera que dieran un golpe de estado, les sentó a cuerno quemado y comenzaron a abuchear a Mishima y a burlarse de él.

Mishima volvió al despacho donde tenía retenido al general. Se quitó la casaca y se hizo el seppuku. Parece que mientras se lo estaba haciendo, gimió que dolía. Pues sí, debe de doler algo más que cortarse un dedo con unas tijeras. Siguiendo la tradición, Morita cogió una espada para decapitarle y acortar sus sufrimientos. Con los nervios, falló la puntería dos o tres veces y le dio en todas partes, menos en el cuello. Fue otro miembro del Tatonokai el que tuvo que coger la espada y, esta vez sí, cortarle la cabeza a Mishima.

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