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Cartas de un tiempo ido

Emilio de Miguel Calabia el

(A Philippe K. que me regaló este libro)

Austin Coates (1922-1997) pertenece a una raza de hombres que casi se había extinguido ya cuando aterricé por primera vez en Asia. Eran occidentales que habían recalado en el continente asiático más o menos en torno a la II Guerra Mundial, habían quedado fascinados por Asia y habían hecho de ella su casa. Se trataba de hombres cosmopolitas y con grandes inquietudes intelectuales, que habían tenido una vida muy activa tanto antes como después de recalar en Asia.

El Asia que les fascinó es un Asia que ya casi ha desaparecido. Las ciudades eran más pequeñas y el ritmo más pausado. El colonialismo había dejado tras de sí hoteles decadentes y cócteles tan imaginativos como sabrosos; oasis de un tiempo casi ido, en los que esos hombres cosmopolitas y cultos hablaban de casi todo, tal vez conscientes de que Asia estaba cambiando y llegaría un día en el que no la reconocerían. El afán por ganar dinero no lo había corrompido todo y uno aún podía encontrarse a asiáticos versados en su cultura tradicional, y a menudo en otras culturas, que no habían hecho de las finanzas el eje de su vida.

Austin Coates llegó a Asia en plena Segunda Guerra Mundial como agente de inteligencia de la RAF. Inmediatamente supo que había encontrado su sitio. Tras la guerra, trabajó como funcionario colonial y magistrado en Hong Kong, ciudad que se convertiría en su domicilio más o menos permanente hasta poco antes de su muerte. También trabajó para la Administración colonial británica en Sarawak y en la Malasia continental. En 1962 pasó a mejor vida, es decir que abandonó la Administración y se centró en la escritura.

La producción literaria de Coates es muy variada, pero los temas que prevalecen son Asia y la Historia. Su libro más famoso es “Myself a Mandarin” en el que describe sus experiencias como magistrado en los Nuevos Territorios de Hong Kong. Sin embargo, para un filipinista, su libro ineludible es su biografía sobre Rizal, posiblemente la mejor que se haya escrito. Otras obras suyas destacables son “Preludio a Hong Kong” y “Macao y los británicos, 1637-1842” sobre la ciudad portuguesa de Macao; “El camino”, una novela ambientada en el Hong Kong del siglo XX y “El comercio del caucho: los primeros 250 años”. Una afición muy particular suya, a la que dedicó un libro era la numerología. Afirmaba que con conocer el nombre entero y la fecha de nacimiento podía determinar el carácter de una persona y predecir su futuro.

En 1989 Austin Coates conoció al español Ramón Rodamiláns e iniciaron una amistad que duraría hasta la muerte del primero. Ramón Rodamiláns ha recogido las cartas que se intercambiaron, así como recuerdos de su amistad, en “Austin Coates. Souvenirs and Letters”. Me regalaron el libro en inglés y no sé si el original está en español.

Leyéndolo tengo la impresión de que se trata, como el propio Coates, de una descripción de un mundo ido. La gente ya no se escribe cartas y los emails que las han reemplazado son bastantes prosaicos. La idea de dos amigos cultos hablando de todo lo divino y lo humano en una correspondencia que se extiende por años, ya no se estila. Me compadezco de los historiadores del futuro cuando tengan que escribir biografías a base de whatsapps del tipo “k t pasa?”

Un tema muy presente en los intercambios entre Coates y Rodamiláns es la música. Coates era hijo del compositor Eric Coates (1886-1957) y un gran entendido musical. Si la II Guerra Mundial no lo hubiera interrumpido, Austin habría escrito con su padre una comedia musical, “Los caballeros de Malta.” Rodamiláns, además de un pianista aficionado talentoso, estaba vinculado a la Sociedad Filarmónica de Bilbao, cuya historia escribió.

Coates comenta que para su padre, en términos orquestales,  el summum llegó con Ravel y Richard Strauss; después de haber alcanzado esa cima, ya no quedaba ningún lugar al que ir y, según decía Eric Coates, en el siglo XXI la música tendría que volver a la sencillez inicial y comenzar a partir de ahí. Coates piensa que, a mediados de la década de los veinte del siglo XX, la imaginación musical de los compositores se volvió hacia la oscuridad, a la que sucedió una capa muy pesada de intelectualismo,- cuando no de esnobismo-, que ya no se quitaron. “Las salas de conciertos se convirtieron en mausoleos, y así se han quedado: templos de propiciación para los muertos, generalmente simbolizados por un busto de Beethoven…”Chaikovski y Rachmaninov pasaron a ser considerados músicos de segunda, mientras que Stockhausen y John Cage eran ensalzados.

Para Coates el momento determinante fue cuando los esnobs musicales se infiltraron en la BBC. Entonces murió la música melódica y las academias de música se encargaron de rematar a los músicos potenciales que podrían haber aportado algo nuevo. Coates es muy crítico,- yo también-, con cualquier intento de enseñar a crear arte como si fuese trigonometría.

Coates admiraba mucho Taiwán, que consideraba que había mantenido el espíritu chino genuino. Para él, la China real tenía “sus banderas y su adoración por los monumentos, su disciplina maravillosa cuando lo piden las convenciones (su total falta de disciplina en caso contrario, hasta que te detienen y te meten en la cárcel), y su sentimiento general de lo irreal”. Creo que para entender lo que Coates quería decir sobre la China real, hay que haber leído por ejemplo “Sueño en el pabellón rojo” de Cao Xueqin. Un poco de buena literatura enseña más que cualquier disquisición que yo pudiera hacer.

Coates también añoraba el Macao tranquilo de los años 50, en el que sólo había 27 coches, no había casinos y nada interesante ocurría antes de las 11 de la mañana.

Son interesantes los comentarios que hace, casi 40 años después, sobre su libro “Invitación a una fiesta oriental”, un libro de viajes que había escrito en 1952. Así, comparte la queja de sus amigos filipinos,- una queja que yo he oído también muchas veces-, de cómo ellos que eran el segundo país más avanzado de Asia en 1950, ahora están a punto de convertirse en el segundo país más atrasado, justo por delante de Bangladesh. Coates replica que los filipinos no están atrasados, simplemente es que son (muy) desordenados. El “muy” es mío. Una cosa que le sorprende de Filipinas es cómo se ha borrado lo hispánico en los casi cuarenta años transcurridos desde que escribió el libro. Se congratula en haber acertado en su pronóstico de que Birmania nunca sería comunista, pero reconoce que nunca hubiera esperado que Ne Win se perpetuase de esa manera en el poder.

Para mí, como filipinista, el personaje con el que más vinculo a Coates es Rizal. Hasta que lo escribió en 1968, tal vez la mejor biografía sobre Rizal era la de Retana que databa de 1907. Le llevó dieciseis años escribirla y pudo servirse de los lazos que tejió en esos años con la familia de Rizal. Coates escribió una biografía muy equilibrada y para nada anti-española. De hecho, en ocasiones en el libro compara a la Filipinas hispana con la India británica de la época, para mostrar que la colonizacion española no tenía nada que envidiar de la británica; casi al contrario. Opinaba, como el propio Rizal, que la labor de España en Filipinas había sido encomiable. Otra cosa había sido la labor de las órdenes religiosas españolas.

En general Coates, como el propio Rizal, tenía una idea positiva sobre la presencia española en Filipinas. “España en Filipinas representaba la civilización, como se hizo vergonzosamente aparente después de 1901, cuando los americanos la conquistaron. Los americanos, más que bienvenidos y modernos, pero sin cultura, no tenían nada que ofrecer a un pueblo asiático. Todo lo culturalmente importante en Filipinas, desde ese día hasta hoy, es español”.

Ocasionalmente la política aparece en su correspondencia, aunque casi diría que a su pesar. La correspondencia se inicia cuando aún estaban muy recientes las matanzas de Tiananmen y faltaban 8 años para la retrocesión de Hong Kong a China. Ambos especulan por cómo sería la China en la que se integraría Hong Kong y estoy seguro de que ninguno de los dos habría acertado si hubiera tratado de describir la China de 2019. Rodamiláns especula con un escenario semejante a los que habían ocurrido en los países de Europa del Este poco antes. Habiendo conocido el Hong Kong colonial, Coates se sentía deprimido por el ambiente crepuscular que predominaba en la ciudad. De hecho, poco antes de morir, optaría por abandonarla definitivamente.

Igualmente la entonces denominada CEE, Comunidad Económica Europea, aparece en las cartas. Coates piensa que Bruselas con sus reglas tiende a empeorar las cosas y a politizarlas. También duda de que la unión monetaria sea una buena idea. En el fondo preferiría que las naciones europeas volvieran a ser lo que eran. Siento curiosidad por saber lo que habría pensado sobre el Brexit. A lo mejor habría descubierto que volver a ser pequeñas naciones no era una idea tan brillante después de todo.

Parte de la correspondencia coincidió con la primera guerra del Golfo. Las opiniones al respecto de Coates son, cuando menos, originales. Piensa que Saddam le tendió una trampa a Bush, que cayó en ella. En su opinión, a Occidente no debería importarle si un país árabe se come a otro. Pero no, Occidente ha hecho lo peor que podía hacer: se ha inmiscuido en los asuntos árabes, que no entiende, y tendrá consecuencias muy graves. ¿Profético?

Un último tema en esta correspondencia es el de la comida. He llegado a pensar que existe una correlación muy estrecha entre la cultura y la gastronomía refinada, no la de Masterchef. En cuanto dos intelectuales cultos se juntan, tarde o temprano tiene que aparecer el tema de la comida. Si no aparece, es que su pretendida intelectualidad es puro postureo.

Así, la corresponencia abunda en nombres de restaurantes sabrosos, que ojalá sigan existiendo, como el restaurante chino “O Dragao” en Caiscais, el restaurante de pescado y marisco “Porto Santa María” en Gincho, “L’Opera” un restaurante de postín en Hong Kong, el buffet del hotel Furama Inter-continental de Hong Kong… De los productos alimenticios mencionados en el libro el más presente y que me ha despertado la curiosidad por los adjetivos que le dedica es el vino de Raposeira.

El libro se hace corto, bueno, es que es corto, y el lector lamenta no haber estado presente en las conversaciones que debieron de tener y que tuvieron que ser apasionantes.

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