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Waterloo. Una batalla sobrevalorada

Emilio de Miguel Calabia el

 

 

Ya me cansa un poco cuando oigo hablar de la batalla de Waterloo como de una batalla decisiva, que cambió el curso de la Historia. Quienes lo afirman suelen ser historiadores militares ingleses, que sacan pecho porque su Duque de Wellington derrotó al mejor general de su generación. En el relato, por cierto, se olvidan a menudo de que si Wellington derrotó a Napoleón fue porque los prusianos de Blücher llegaron justo a tiempo. Si ese día a Blücher le hubiera dado por echarse a dormir una siestecita a media mañana, hoy estaríamos hablando de la retirada despendolada de los ingleses por la carretera hacia Bruselas.

En fin, voy a explicar por qué Waterloo está sobrevalorada y su resultado no cambió realmente nada.

Napoleón logró recuperar el poder a su regreso de la isla de Elba gracias a cuatro cosas: su audacia, la rapidez con la que se movió, el efecto que su nombre tenía todavía entre sus antiguos soldados y la defección de Ney. El mariscal Ney había pedido al Rey Luis XVIII tropas para capturar a Napoleón y prometió que lo llevaría a París en una jaula. Cuando se encontró con su antiguo líder, el recuerdo de lo que habían pasado juntos pudo más que la lealtad que debía a su Rey. Se pasó con armas y bagajes a Napoleón y con su defección posibilitó que Napoleón entrara en París.

Aunque Luís XVIII salió huyendo y Napoleón se hizo con París, la situación estaba lejos de estar bajo control. A diferencia de lo que sucedía con el Ejército, no pocos ciudadanos, sobre todo las élites, habían pasado página y no querían el regreso del régimen autoritario napoleónico. En el mes de abril estallan focos insurreccionales en varias partes del sur y oeste de Francia. Aunque no consiguieron extenderse y fueron aplastados con relativa prontitud, por sí solos mostraban que Francia estaba muy lejos de ser unánimemente bonapartista.

Si la situación en el interior no era tranquilizadora, la del exterior era bastante peor. Las potencias reunidas en el Congreso de Viena no querían ni oír hablar de Napoleón. No estaban dispuestas a permitir que volviese a la escena internacional. Habían sido muchos años pisando callos a toda Europa. Napoleón era un apestado. El 25 de marzo, cinco días después de que Napoleón hubiese entrado en París, Inglaterra, Prusia, Rusia y Austria se comprometieron a que cada una aportaría 150.000 soldados para acabar con Napoleón.

Muy pronto la situación estratégica de Francia se vuelve complicada. Para comienzos de junio un ejército inglés de 99.500 hombres y otro prusiano de 125.000 se encuentran en Bélgica. Sendos ejércitos rusos y austriacos se dirigen hacia la frontera este de Francia. En el sur, españoles y portugueses empiezan a concentrarse.

Napoleón decide que lo más perentorio es afrontar la amenaza en el norte. Una vez derrotados ingleses y prusianos, marchará hacia el este para enfrentarse a rusos y austriacos. Con celeridad recrea la “Grand Armée”. Es un Ejército compuesto por veteranos aguerridos pero que adolece de falta de cohesión y, sobre todo, falta de compenetración entre los soldados y sus oficiales. Muchos oficiales se habían pasado al bando realista y tuvieron que ser reemplazados a la carrera y, en otro casos, las tropas recelaban de las simpatías de los oficiales que tenían al mando.

Un problema adicional era el de los números. Frente a los casi 200.000 anglo-prusianos que le esperan en el norte, Napoleón sólo disponía de 125.000 soldados. Los planes de Napoleón pasan por insertarse entre ambos ejércitos y derrotar primero a uno y después al otro. Estuvo cerca de conseguirlo. El 16 de junio derrotó a los prusianos en Ligny, pero no fue una victoria total. Napoleón creyó que los había derrotado y que se retiraban hacia sus bases en el este, cuando en realidad se estaban retirando hacia Wavre en el noreste. Los británicos, por su parte, el 16 fueron desalojados de Quatre Bras y se retiraron hacia el oeste, atricherándose en Waterloo. Napoleón había logrado introducir una cuña entre los ejércitos inglés y prusiano, pero no tan profunda ni decisiva como había esperado. Peor todavía, sus suposiciones sobre dónde estaban los prusianos estaban completamente equivocadas. Los tenía más cerca de lo que creía.

Waterloo fue una batalla muy reñida, que los franceses estuvieron a punto de ganar. Si perdieron, fue por la llegada de los prusianos a media tarde. Para entonces, tanto ingleses como franceses estaban agotados. Los ingleses estaban a punto de quebrar. La llegada de los prusianos inclinó la balanza decisivamente del campo aliado.

¿Y si no hubieran llegado los prusianos y Wellington hubiese sido derrotado? No creo que la Historia universal hubiera cambiado gran cosa. Napoleón habría entrado en Bélgica. Los ejércitos prusianos se habrían retirado al este y los ingleses habrían reembarcado. Pero aún le habría quedado derrotar a austriacos y a rusos en el este. Y eso a sabiendas de que prusianos e ingleses podían reagruparse y volver a atacar, de que la situación en Francia estaba lejos de estar estabilizada y de que nunca conseguiría formar ejércitos tan numerosos como los de sus rivales. En el mejor de los casos Napoleón habría conseguido reeditar la brillante campaña de las fronteras de 1814, que acabó perdiendo por falta de hombres para hacer frente a la abrumadora presión de los aliados. Si Napoleón no hubiera sido derrotado el 18 de junio de 1815, lo habría sido cualquier otro día de aquel largo verano.

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