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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Una fuerza (diplomática) de la naturaleza (1)

Emilio de Miguel Calabia el

 

(El libro que escribió sobre el mayor de sus éxitos)

Cuando yo ingresé en la Carrera Diplomática, aún existía una categoría de diplomáticos que sólo podían ser definidos como “fuerzas de la naturaleza”. Solían ser hombres (no había ninguna mujer en esta categoría) de una presencia física arrolladora (altos, corpulentos, de gestos impulsivos; ellos solos llenaban cualquier habitación en la que entrasen). Eran hombres de convicciones firmes, convencidos de llevar siempre la razón y dispuestos a pelearse con quien hiciera falta,- Ministros incluidos-, para demostrarlo. Eran personajes legendarios, cuyas historias circulaban de continente en continente y producían una mezcla de respeto, pasmo e hilaridad. Como escritor lamento que esos diplomáticos ya no existan, pero como diplomático creo que es mejor que hayan desaparecido. La diplomacia moderna requiere conocimientos técnicos, paciencia, constancia y solidez intelectual; además, unas cuantas gotas de humildad no vienen mal, no vas a arreglar tú solo el mundo. Ninguno de estos personajes tenían estos cuatro rasgos; a veces ni uno solo de ellos. Uno de los últimos representantes de esta estirpe fue el diplomático norteamericano Richard Holbrooke.

Holbrooke era judío y neoyorquino, que es como decir inteligente, ambicioso y energético. También era tenaz, avasallador e impaciente con los estúpidos, que solían ser casi todos los demás. Cuando se fijaba un objetivo, se convertía en un toro cargando contra el torero y se olvidaba de todas las habilidades sociales que hacen que los demás nos vean como amables y simpáticos, incluso cuando nos estamos comportando como auténticos cretinos (precisamente un dicho señala que una de las virtudes de un verdadero diplomático es que puede mandarte a la mierda con tal gracia que desees realmente hacer el viaje). Alguien comentó que no estaba completamente domesticado. Sus cabreos monumentales eran legendarios. Alguien dijo que su estilo negociador era una combinación de ajedrez y escalada en roca. Podía ser sucesivamente encantador, halagador, matón e intimidante. Al mismo tiempo que ignoraba las sensibilidades de quienes le rodeaban, era un fino observador de su entorno. Sí, todo lo observaba minuciosamente, menos a sí mismo.

Su carrera profesional comenzó como periodista. Su primera aproximación al mundo de la diplomacia fue en 1960, cuando le mandaron a cubrir la Cumbre entre Eisenhower y Jrushev en Paris. La Cumbre fue un fiasco. Pocos días antes los soviéticos habían abatido un avión espía norteamericano sobre su territorio. Jrushev llegó a la Cumbre hecho un basilismo y humilló en público a Eisenhower, que no quiso saber nada más del líder soviético en los meses que le quedaban de presidencia.

Su primer destino como diplomático fue Vietnam del Sur, en 1963. Siendo el último mono de la Embajada, le mandaron a hacer el trabajo que nadie quería: ir al campo a ver cómo progresaban los programas de desarrollo. Para él fue muy instructivo. Descubrió por qué los norteamericanos iban a perder la guerra. Por muchas clases que recibieran en contrainsurgencia, no conseguían captar algo tan básico como que el terreno que limpiaban hoy de enemigos, mañana volvería a estar plagado de insurgentes, a menos que consiguiesen ganarse a la población local; y no, regalarles barras de jabón no era la manera de ganársela.

En 1968 consiguió que le incluyeran en la delegación norteamericana que, liderada por Averell Harriman, iba a comenzar las negociaciones con los norvietnamitas. Lo consiguió dando codazos y agobiando a sus superiores con ese estilo arrollador e invasivo que le distinguiría. Conociendo a Holbrooke, seguramente le movían tres cosas: aprender cómo se negocia de la mano de uno de los mejores negociadores norteamericanos; estar envuelto en un acontecimiento histórico,- las negociaciones más importantes en las que se había visto envuelto EEUU desde el final de la II Guerra Mundial. A Holbrooke le gustaba estar metido en todas las salsas que fueran vistosas, y ésta lo era; y autopromocionarse. Holbrooke era un trepa profesional.

En esas negociaciones Holbrooke aprendió mucho. Aprendió que siempre se puede hablar con el enemigo y que siempre se puede encontrar la calle de enmedio, el lugar en el que las posiciones radicalmente opuestas se encuentran. Finalmente, aprendió que la herramienta militar existe y se puede utilizar, que a veces conviene que las palabras vayan acompañadas de algunas bombas, pero que no se le deba dar la prioridad. Debe estar sujeta a lo que determinen los negociadores civiles. Más tarde, Holbrooke diría que las negociaciones fracasaron por el canto de un euro, ya que las posiciones estaban más próximas de lo que se pensaba. En su opinión, EEUU había desaprovechado una oportunidad de alcanzar la paz. 25.000 norteamericanos y un número elevado de vietnamitas pagarían con sus vidas por ese fallo.

Holbrooke se hizo amigo de Harriman y de su mujer Pam y sus contactos con la élite política y mediática de Washington le vinieron muy bien para propulsar su carrera. Cuando Harriman murió en 1986, convenció a su viuda para que le dejase pronunciar el eulogio funeral. No he conseguido el texto del eulogio, pero me pega que en él se hablase tanto del difunto como de su gran amigo Holbrooke. Tras la ceremonia hubo una cena y Holbrooke se preocupó de cambiar los tarjetones con los nombres de los comensales, para asegurarse de que a su lado se sentase alguien que fuera interesante para sus intereses profesionales.

Su siguiente golpe de suerte ocurrió en 1976 cuando sirvió de coordinador de campaña para asuntos de seguridad nacional para el candidato demócrata Jimmy Carter, al que además ayudó a preparar la parte de política exterior de sus debates con Gerald Ford. La recompensa fue su nombramiento como Asistente al Secretario de Estado para Asuntos de Asia Oriental y el Pacífico, cuando ganó Carter. Fue el diplomático más joven en alcanzar esa posición tan elevada.

Como Asistente al Secretario de Estado, su gran empresa fue la normalización de las relaciones con Vietnam, algo en lo que se obcecó incluso cuando el resto del Departamento de Estado estaba apostando por China. Bueno, su gran empresa en realidad fue pelearse con el Asesor de Seguridad Nacional del Presidente Carter, Zbigniew Brzezinski. No es que tuviesen ideas básicamente diferentes. Fue ante todo una cuestión de egos. Cuando uno tenía un ego desmesurado como el de Holbrooke, resultaban inevitables los choques continuos con otros que tenían egos de la misma magnitud. Simplemente no había habitación lo suficientemente grande que pudiese acomodar dos egos parejos.

Un ejemplo de cómo se las gastaba Holbrooke ocurrió en 1977. En el marco de sus intentos por normalizar las relaciones con Vietnam, viajó a Laos, donde se entrevistó con el Embajador vietnamita y echó la culpa de las malas relaciones bilaterales a Brzezinsky. Éste se enteró, montó en cólera e intentó que cesasen a Holbrooke. Con ayuda de un amigo en los servicios de inteligencia, Holbrooke logró que la CIA enviase un telegrama diciendo que toda la historia había sido desinformación soviética. No contento con eso, filtró los detalles a un comentarista político conservador, que se burló de Brzezinsky por haber caído en un engaño soviético.

En 1983, cuando ya no era Asistente al Secretario de Estado, Holbrooke contaría cómo fue el fracaso de las negociaciones con Vietnam. Los vietnamitas se obcecaron en pedir que EEUU les indemnizase por los destrozos producidos por la Guerra de Vietnam, algo que el Congreso nunca aceptaría. Para cuando la ventana de oportunidad de los años 1976-77, cuando la reconciliación fue posible, se estaba cerrando, los vietnamitas dejaron caer su demanda, pero ya era demasiado tarde. La mejora de las relaciones China-EEUU, la cuestión de los refugiados vietnamitas y la crisis de Camboya impidieron esa normalización.

Un punto muy negro en su desempeño como Asistente al Secretario de Estado fue su visita a Indonesia en 1977. El objetivo de la visita, supuestamente, era presionar a Indonesia en cuestiones de Derechos Humanos y muy especialmente en lo relativo a su ocupación de Timor Este, donde se estima que unos 100.000 timoreños fueron asesinados o muertos por el hambre. Holbrooke se entrevistó con el Presidente indonesio Suharto y salió encantado de la manera tan elegante que tenía el señor Suharto de asesinar. Elogió los avances ocurridos en el terreno de los Derechos Humanos y le agradeció que permitiera que una delegación de congresistas norteamericanos visitasen Timor para apreciar los avances con sus propios ojos, aunque, eso sí, acompañados en todo momento por las FFAA indonesias.

¿Qué sucedió en aquella visita? ¿Holbrooke se dejó ganar por el carisma de Suharto? ¿O más bien llevaba instrucciones inconfesables de que no había que dejar que unas cuantas decenas de miles de muertos enturbiasen las relaciones con un país tan importante? No diré lo que pienso. Sólo apunto a que en cuestiones de egos Holbrooke nunca se dejaba ganar.

 

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