Emilio de Miguel Calabia el 03 jul, 2022 El XIII Congreso del PCCh se celebró entre el 25 de octubre y el 1 de noviembre de 1987. Para quien quisiera ver, estaba claro que China se democratizaría cuando las ranas criaran pelo, pero los optimistas impenitentes pudieron ver algunas chispas de esperanza: 90 veteranos del ala dura, que habían criticado las reformas económicas, fueron jubilados; el liberal Zhao Ziyang vio su posición ensalzada; se vinculó la reforma económica a la reforma política, pero se insistió en que China era una “democracia socialista” y que democracia no significaba introducir una democracia a la occidental. Simplemente implicaba una mejora en los métodos de trabajo del PCCh y una desburocratización. El momento de verdad para la democracia en China llegó en 1989. Los últimos meses de 1988 habían sido complicados. Los obstáculos puestos por los conservadores habían impedido que se ejecutase la terapia de choque que el calentamiento de la economía demandaba. Una de las consecuencias de ello fue que se habían formado dos mercados: uno de precios fijados por el Estado y otro basado en el mercado. Sólo hacían falta los contactos adecuados para hacerse rico, comprando a precios módicos y estables en los almacenes estatales y revendiéndolos en el mercado libre. Hubo desabastecimiento, inflación y salida de capitales de los bancos. Se produjeron protestas ciudadanas por las disrupciones causadas por las reformas económicas a las que en ocasiones se unían protestas que pedían reformas políticas de calado. Todo esto dio argumentos a los conservadores para defender que las reformas habían ido demasiado lejos y que había que retranquear. En abril de 1989 murió Hu Yaobang. Su funeral, al igual que el de Zhou Enlai trece años antes, fue el detonante para que los estudiantes saliesen a la calle pidiendo reformas. Para terminar de complicar las cosas, el 15 de mayo Gorbachov llegó a Pekin en una visita que ya estaba programada. Gorbachov era entonces el hombre del momento, la persona que se había propuesto liberalizar la URSS, aunque a menudo se pasase por alto que quería liberalizarla para salvarla, no para cargarse el modelo comunista. Las autoridades chinas pilotaron la visita como pudieron y debieron dar un suspiro de alivio cuando el huesped se fue. Las esperanzas democráticas suscitadas por esta visita murieron (a veces literalmente) en los acontecimientos de Tienanmen del 4 de junio de 1989. Una descripción de lo ocurrido en esas fechas y lo que se discutió en el seno del Partido se encuentra en las memorias “Prisionero del Estado”, que Zhao Ziyang fue grabando en secreto y que fueron sacadas de China por amigos suyos y publicadas en 2010 en el extranjero, cinco años después de su muerte. Son unas memorias recomendables para cualquiera que quiera saber lo que ocurrió entonces, pero deben leerse con una pizca de sal. En ellas Zhao se presenta como un político angélico, liberal y cargado de buenas intenciones. La realidad tiene muchos más matices, empezando con que nadie llega al Politburó de un partido comunista porque sea buena persona. Un resumen de lo que cuenta Zhao es que los elementos conservadores del PCCh, que eran mayoría, aprovecharon las manifestaciones estudiantiles para hacerle la cama a Zhao y comerle la oreja a Deng Xiaoping para que declarase la ley marcial. En mi opinión, Deng no necesitaba que le comiesen mucho la oreja. La estabilidad y el mantenimiento del marxismo eran prioritarios para él. Como mucho, aquellos dirigentes lo que hicieron fue reforzar a Deng, haciéndole ver que si actuaba con dureza tendría a la mayoría del Partido detrás suyo. Tiananmen fue un shock para Occidente que veía cómo la aparentemente más intratable Unión Soviética se estaba liberalizando a pasos agigantados y sin baños de sangre. Pasado el shock inicial, la actitud occidental fue pensar que Tiananmen había sido un accidente de recorrido, un revés temporal en el camino hacia la democracia en China. El mito de que el crecimiento económico crearía una clase media que, llegado el momento, pediría más libertades políticas, persistió. Tiananmen, además de dejar muchos cadáveres estudiantiles, dejó un cadáver político, Zhao Ziyang. Muchos daban por descontado que su sucesor sería el duro y conservador Li Peng, que se había mostrado inflexible durante la crisis de Tiananmen. La sorpresa vino cuando en la sesión plenaria del Comité Central del PCCh del 23 y 24 de junio se eligió nuevo Secretario General del Partido al líder del Partido en Shanghai, Jiang Zemin. Jiang Zemin era el líder del Partido en Shanghai. Jiang representaba una buena fórmula de consenso: era partidario de las reformas económicas de Deng, había demostrado ser un administrador eficaz, era leal a Deng y no cabía esperar de él veleidades de liberalización política. Jiang era consciente de que por edad le faltaba la legitimidad de haber sido un revolucionario de los comienzos y que su principal baza consistía en haber sido el elegido por Deng Xiaoping. En 1997, con Jiang plenamente asentado, se celebró el XV Congreso del PCCh. Hubo dos aspectos interesantes en el Congreso. El primero fue el retorno de los militares a los cuarteles. Todos sabían que cuando Tiananmen era el Ejército Popular de Liberación el que había salvado al Partido, pero a los regímenes comunistas no les suelen gustar los Ejércitos fuertes y con ideas propias. En el XV Congreso algunos miembros clave de las FFAA fueron jubilados, al tiempo que se constituía un Comité Permanente del Politburó sin militares. Todo ello debía servir como piedra de toque para su profesionalización. En lo económico, Jiang logró imponer su agenda reformista y los cambios legales necesarios para su triunfo. Esto implicó una serie de cambios ideológicos de calado. Se situó a Deng Xiaoping a la altura de Sun Yat-sen y de Mao, colocando las reformas iniciadas por Deng en 1978 al mismo nivel que el derrumbamiento del régimen imperial o el establecimiento de la República Popular. En este Congreso se eliminó finalmente la política de los dos cualesquiera (cualquier decisión política tomada por Mao, debía ser mantenida; cualquier instrucción que hubiese dado debía ser observada rigurosamente); el pragmatismo chino hacía que el respeto de los dos cualesquiera dependiera de las circunstancias, pero resultaba mejor rescindirlo, que los simbolismos los carga el diablo. A cambio, se instituyeron los “tres favorables”: todo es válido y correcto si contribuye al desarrollo de las fuerzas productivas, a mejorar las condiciones de vida del pueblo y a fortalecer el Estado socialista en China. En marzo de 1999 se realizó una pequeña enmienda de seis artículos de la Constitución. Los cambios principales consistieron en: 1) Consagrar el papel director del Pensamiento de Deng Xiaoping; 2) El sector privado subió de categoría, al pasar de “complemento de la economía socialista” a ser “un componente importante” de la economía nacional; 3) Se habla de gobierno socialista conforme a la Ley; 4) Se reafirma el deber del Estado de mantener el orden público y suprimir las actividades traidoras o criminales que pongan en peligro la seguridad estatal. Penaliza las actividades que distorsionen la economía socialista. 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