Emilio de Miguel Calabia el 17 sep, 2022 Para 2011, la Administración Obama empezó a sentir la urgencia de Afganistán. Hacía dos años que se había anunciado un cambio de estrategia con un incremento sustancial de los efectivos y quedaba un año para las elecciones presidenciales de 2012. ¿Qué había que hacer? Sólo diré que Whitlock titula el capítulo que trata este episodio “En guerra con la verdad”. “Nos reconforta saber que la marea de la guerra está bajando” (Obama, junio de 2011, cuando anunció la retirada de parte de las tropas). “Hemos progresado mucho. Desde el punto de vista de la estrategia, parece que ha funcionado realmente como esperábamos” (almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto, en una entrevista televisiva en junio de 2011). “La campaña, como he señalado antes, creo que ha hecho progresos significativos. Estamos en el camino correcto. Estoy absolutamente convencido de ello” (Leon Panetta, Secretario de Defensa, en marzo de 2012, en el transcurso de visita a Afganistán). Atribuyen a Churchill el adagio de que hay mentirijillas, mentiras gordas y estadísticas. Pues, bien, en esta etapa de la guerra este adagio fue más empleado que nunca. Whitlock refiere una comparecencia de la Secretaria de Estado Clinton ante una comisión del Senado en la que anunció que EEUU había “atajado el empuje talibán” y que “la vida es mejor para la mayoría de los afganos” como mostraba el que se hubieran matriculado 7,1 millones de estudiantes en las escuelas, siete veces más que en tiempo de los talibanes, que la mortalidad infantil se hubiera reducido en un 22% y que las mujeres afganas hubieran recibido más de 100.000 microcréditos. Lo malo es que las estadísticas estaban alteradas para presentar la mejor imagen posible, como reconoció en Lessons Learned el coronel Bob Crowley, que había asesorado sobre contrainsurgencia a los comandantes norteamericanos. “Las encuestas, por ejemplo, no eran nada fiables, pero reforzaban que todo lo que hacíamos era correcto y nos regodeábamos con nuestras propias mentiras.” Nadie se preguntaba ni por la veracidad de las cifras, ni por lo que significaban en la realidad. Uno tiene la sensación de que los decisores pasaban más tiempo buscando interpretaciones que justificasen que las cosas eran como ellos decían, que analizando los hechos fríos y determinando por qué la situación no evolucionaba como ellos querían. Un miembro anónimo de la Casa Blanca lo explicó de manera meridianamente clara: “… si los ataques se recrudecían: “Es porque hay más objetivos contra los que disparar, así que el aumento de ataques es un falso indicador de inestabilidad”. Después, a los tres meses, si los ataques seguían empeorando: “Es porque los talibanes están desesperados, así que en realidad es un indicador de que estamos ganando.” Aquí hago un inciso. En todas las guerras y en todos los bandos, la verdad es la primera baja. Lo que sucede es que el siglo XXI ha puesto las cosas más difíciles a los decisores. El ciclo de noticias ha acortado los tiempos y funciona 24 horas sobre 24. Mientras que el número de medios de calidad se ha mantenido o ha disminuido, el de medios de todo pelaje ha aumentado. Lo que importa no es la veracidad de esos medios o su capacidad de análisis, sino el impacto que puedan tener sobre el público. Basta con que una noticia, incluso no contrastada, se viralice, para que te encuentres con un problema de imagen entre las manos. El único alivio es que el período de vigencia de las noticias es mínimo. Si aguantas impávido durante tres días a un desastre informativo, a lo mejor sales incólume y todo… hasta la siguiente, que puede ocurrir al otro fin de semana. Lentamente se fue imponiendo la fatiga. EEUU llevaba ya más de 10 años envuelto en Afganistán y no estaba claro ni que las cosas fuesen a mejor ni que estuviese ganando. Whitlock tiene un capítulo titulado “La gran ilusión” en el que habla de ese extraño año 2014, en el que se anunció que las fuerzas norteamericanas y aliadas pasaban de misiones de combate a otras de formación y que Afganistán iba camino de convertirse en un país normal y hasta próspero. También fue el año en que Karzai ganó las elecciones presidenciales de aquella manera. Así describe Whitlock ese 28 de diciembre de 2014 en el que se quiso declarar oficialmente el fin de la guerra: “Pero para ser un día tan histórico, el evento pareció extraño y poco convincente. El presidente no asistió; Obama emitió sus comentarios en una declaración escrita desde Hawai mientras se relajaba en sus vacaciones. La ceremonia militar tuvo lugar en un gimnasio, donde varias docenas de personas se sentaron en sillas plegables. Apenas se mencionó al enemigo y mucho menos un instrumento de rendición Nadie vitoreó.” En aquel momento aún quedaban 10.800 soldados estadounidenses en Afganistán, el 10% de los que había habido en el momento álgido del despliegue. Historia Tags Barack ObamaCraig WhitlockGuerra de AfganistánHillary ClintonLeon Panetta Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 17 sep, 2022