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Los chismes de los generales alemanes (y 6)

Emilio de Miguel Calabia el

 

(Franz Haider)

Con Hitler, el estilo del Ejército alemán cambió. Durante la I Guerra Mundial se había dado mucha libertad a los generales y las órdenes habían tendido a ser concisas, dejando un margen de maniobra importante. Según transcurría la II Guerra Mundial, los generales fueron perdiendo libertad. Esto se deja ver en las órdenes. Eran más detalladas que en el pasado y contenían un elemento de propaganda, que se expresaba en un lenguaje bombástico y superlativo. Algunos de los generales llegan a comparar las cadenas que se les imponían con las que tenían los generales del Ejército soviético, lo que me parece que es exagerar un poco las cosas.

Al final de la guerra, sobre todo tras el atentado fallido del 20 de julio de 1944, la desconfianza que Hitler sentía hacia los generales se agudizó y pasó a depender más de su Mando más inmediato, turiferarios lacayunos como Keitel, Jodl o Warlimont, pero al mismo tiempo era consciente de que carecían de experiencia de combate. Esto hacía que minusvalorasen las dificultades y creyeran que se podían alcanzar objetivos que los generales con experiencia sobre el terreno sabían que eran imposibles. Al menos a Hitler le gustaba hablar con generales jóvenes con experiencia, ya que pensaba que estarían más libres de la casta militar tradicional.

Preguntados por las diferencias entre el soldado alemán de 1914 y el de 1939, las opiniones diferían. Para Blumentritt, el soldado de 1914 era más resistente y más sacrificado, mientras que al de 1939 le faltaba algo de fibra moral. Para Elfeldt el nacionalsocialismo había fortalecido la moral de los soldados, de manera que no se produjo el mismo hundimiento de la moral que tuvo lugar en 1918. Otros como Heinrici o Bechtolsheim matizan esto y creen que la moral se había ido debilitando hacia el final de la guerra, sobre todo en el Frente Oriental, por efecto del exceso de fatiga acumulada, la falta de descanso y la tendencia de las SS a llevarse a los mejores hombres. Las relaciones entre soldados y oficiales eran mejores, tal vez porque el nacionalsocialismo exaltaba la camaradería y habían aparecido generales “plebeyos” como Rommel que no existían en 1914. El soldado alemán de 1939 demostró tener más iniciativa en el campo de batalla.

Centrándonos ya en los generales alemanes en sí, dos destacan en las páginas del libro. Uno, Rommel, al que Liddell Hart no llegó a conocer y otro al que entrevistó varias veces y por el que llegó a sentir mucha estima. A Rommel el régimen nazi le promocionó para dar a los alemanes un héroe inspirador. Rommel sabía poco de tanques, pero estaba muy dotado para la movilidad, el engaño táctico y la sorpresa. Su fama se eclipsó un tanto tras su derrota en El Alamein, pero sería injusto criticarle, dado que combatía en inferioridad de condiciones y sin dominio aéreo.

Su talento táctico se vio con ocasión del desembarco de Normandía. Mientras que su superior, el mariscal Von Rundstedt favorecía una defensa en profundidad y el contraataque cuando los Aliados estuviesen centrados en consolidar sus cabezas de puente, Rommel que tenía la experiencia de combatir sin el dominio del aire, abogaba por derrotar la invasión en las las mismas playas, antes de que hubiese consolidado su presencia. El plan de von Rundstedt no era malo y respondía a los principios de la estrategia, pero el plan de Rommel respondía a la situación sobre el terreno y los medios disponibles, aunque no pocos generales alemanes lo criticaron tras la guerra.

Resulta interesante lo que von Rundstedt decía sobre Rommel: “Era un hombre valiente y un comandante muy capaz en pequeñas operaciones, pero no estaba realmente cualificado para el alto mando.” ¿Valoración objetiva o fruto de un ataque de celos contra otro general que, además, venía de la plebe?

Von Rundstedt pertenecía a la vieja aristocracia militar que abominaba la democracia y el populacho. Liddell Hart dice esto de él: “Tiene una mente bastante ortodoxa no sólo en el terreno operativo, pero es una mente capaz y sensible, respaldada por un carácter que le hace sobresaliente. Tiene dignidad sin ser arrogante y es esencialmente aristocrático en su aspecto (…) Tiene una apariencia austera, que es contrapesada por una sonrisa agradable y por un hermoso brillo humorístico…” Aunque creía en la motorización de la infantería y el incremento de su potencia de fuego, no tenía tanta confianza en los tanques. Su desempeño en la campaña de Polonia fue sobresaliente. Su participación en la ofensiva final de las Ardenas fue reticente. Era consciente de la locura del plan y trató de reducir su alcance y dejarlo en algo más pequeño pero con alguna posibilidad remota de triunfo. Von Rundstedt fue uno de los generales que vio de manera más crítica la necesidad de la Operación Barbarroja. A toro pasado, resulta que más de uno de los generales tenía sus dudas sobre la sabiduría de atacar la URSS.

Liddell Hart concluye el libro con una valoración que, curiosamente, también habría sido aplicable al Ejército alemán de la I Guerra Mundial: “Un fracaso completo en el terreno de la política bélica, o la gran estrategia, va acompañado de una notable, aunque irregular, ejecutoria estratégica y táctica. (…) Los líderes profesionales más veteranos entrenados bajo el sistema del Mando General tendían a ser muy eficientes, pero les faltaba genialidad (…) Tendían a conducir la guerra más a la manera del ajedrez que como un arte, a diferencia de los antiguos maestros de la guerra. Tendían a mirar con malos ojos a los colegas que tenían ideas novedosas y eran despreciativos cuando esas ideas venían de aficionados. La mayor parte de ellos, también, tenía una comprensión limitada de cualesquiera factores fuera del terreno militar.”

 

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