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La India conquistada (2)

Emilio de Miguel Calabia el

Otras dos ideas que van asociadas al colonialismo británico en la India es que introdujo paz y organización en un subcontinente caótico y que militarmente 100 soldados europeos valían lo que 10.000 indios. Wilson dice que ambas ideas están equivocadas. La Compañía seguramente empeorase el desorden que siguió a la decadencia de la dinastía mogol. Los indios librados a sí mismo habrían encontrado antes o después un equilibrio. La Compañía garantizó que ese equilibrio tardase mucho más en llegar.

En cuanto a la superioridad intrínseca de los soldados ingleses, va a ser que tampoco. El ejemplo lo tenemos en las guerras contra Mysore y los marathas que se extendieron de 1766 a 1805. Mysore era un estado pujante en el suroeste de la India, cuyo sultán Haidar Alí, que reinó desde 1761 hasta su muerte en 1782, modernizó la economía y el ejército, hasta el punto de que fue capaz de derrotar a los británicos en las dos primeras guerras anglo-Mysore (1766-1769 y 1780-1784). Los marathas, por su parte, eran una confederación de estados hindúes con un ethos guerrero y habían sido los principales beneficiarios de la decadencia de los mogoles.

Las guerras contra los marathas fueron cualquier cosa menos paseos militares. Wilson menciona la batalla de Assaye, que se libró el 23 de septiembre de 1803. Al frente de las tropas británicas estaba Arthur Wellesley, más conocido posteriormente como el Duque de Wellington. Más tarde Wellington diría que aquella batalla había sido más dura que Waterloo. Fue una batalla de cargas de caballería contra una artillería bien dirigida. El prejuicio occidental lo mismo hace pensar que eran los ingleses los que tenían la artillería. No, eran los marathas, cuya artillería era muy avanzada tecnológicamente. Los ingleses ganaron la batalla, pero por poco. Un tercio de su ejército fueron bajas.

Si al final los ingleses ganaron las guerras anglo-marathas, no fue porque fueran mejores estrategas o porque sus ejércitos estuvieran más avanzados tecnológicamente. No, su ventaja estaba en su capacidad de endeudarse para pagar la guerra. Dado que sus ingresos por impuestos no bastaban para cubrir los gastos de las guerras, la Compañía tuvo que recurrir a pedir préstamos en Londres y entre los banqueros y comerciantes indios. Los marathas en cambio lo más que podían hacer era enviar a sus jinetes a los poblados para exigir contribuciones a los campesinos.

La victoria inglesa no supuso la paz, sino más anarquía. Muchos de los antiguos soldados marathas, al no cobrar, se convirtieron en bandidos. Aunque desde 1818 podían considerar que su autoridad sobre los marathas estaba consolidada, el gasto militar durante la década de los veinte del siglo XIX aún fue inmenso. En realidad el poderío británico no se consolidaría hasta el inicio de la década de los 30 y aún quedaría entonces el gran susto que fue el motín de 1857, del que luego hablaré.

Desde finales de la segunda década del siglo XIX, algunos ingleses comenzaron a preguntarse por lo que estaban haciendo en la India. Aquellos fueron años de cambios en el Reino Unido: reforma liberalizadora del Parlamento, abolición de la esclavitud, fin de la marginación de los católicos… A algunos en Londres empezó a rechinarles el poder absoluto que la Compañía ejercía sobre sus posesiones indias.

El gobierno de la Compañía sobre la India era el producto de un proceso anárquico de conquistas sin ningún designio claro detrás. Estaban por un lado los viejos puertos fortificados de Madras, Bombay y Calcuta. Luego venían las costas y deltas del este de la India incorporados en la segunda mitad del siglo XVIII y regidos por las ordenanzas que introdujo el Gobernador Cornwallis. En tercer lugar estaban los territorios del oeste de la India, incorporados tras las guerras contra Mysore y los marathas, donde imperaba la ley marcial. Finalmente estaban las zonas más áridas e improductivas, donde seguían mandando los gobernantes locales, bajo la supervisión de un residente británico. Londres decidió introducir un sistema de gobierno centralizado y jerárquico, que fuese de los ministros en Londres al Gobernador General y su consejo en la India y de éste a los funcionarios de distrito. Había que introducir un orden racional en la India.

En esas reformas desde Londres jugaron un papel esencial Jeremy Bentham, James Mill y Thomas Macaulay. Los dos primeros tenían una concepción pesimista del hombre. Pensaban de los seres humanos lo que todos los padres piensan de sus hijos adolescentes: que hay que controlar permanentemente lo que hacen. Esto, aplicado al gobierno, significaba que había que reducir el margen de arbitrariedad del gobernante. La mejor manera de hacerlo era someter la acción de gobierno a reglas claras. Mill además pensaba que el dominio británico sobre la India no podía justificarse por la violencia y el derecho de conquista. Su legitimación debía venir por el progreso y desarrollo que trajese a la India. Macaulay, por su parte, era un conservador que creía que el poder absoluto era necesario para mantener el orden y asegurar “la difusión de la civilización europea entre la vasta población de Oriente.” Al final del día lo que quedó fue un absolutismo al que se le lavó la cara, se le hizo más racional y se le otorgaron unos fundamentos legitimadores distintos. Plus ça change…

El resultado de estas reformas es que el poder de la Compañía se distanció aún más de los indios a los que gobernaba. La ley abstracta y homogeneizadora sustituyó al batiburrillo y a las negociaciones entre súbditos y gobernantes. Poco a poco fueron introduciéndose los elementos de la modernidad: un servicio de correos moderno, una ley que regulaba las relaciones y eliminaba los esfuerzos de los litigantes por ganarse al juez y apelar a su sentido de la justicia, los barcos a vapor…

La sensación de que habían establecido una forma de gobierno sobre la India segura y estable duró hasta el aldabonazo que fue el motín de 1857. El motín se extendió sobre todo por la zona norte, en torno al curso medio del Ganges. Sus impulsores fueron más los oficiales intermedios y las clases bajas que las élites. Para muchos campesinos, fue una ocasión para rebelarse contra los terratenientes y los recaudadores de impuestos ingleses. Para otros, fue la ocasión de vengarse de los británicos. Incluso hubo quienes creyeron que había llegado el momento de restablecer el gobierno mogol. El último emperador mogol, Bahadur Shah Zafar, se sumó a la revuelta, tanto por convicción como porque no le quedó más remedio. A sus 82 años no estaba en condiciones de oponerse a los soldados amotinados que vinieron a decirle que restaurase la autoridad mogol. Las élites en buena medida no se sumaron a él, posiblemente porque les desagradara el componente de revolución social que le vieron y porque muchas tenían sus intereses imbricados con los de los ingleses. La reticencia de las élites y la falta de coordinación y cohesión entre los amotinados fueron las principales causas de su fracaso. Para algunos musulmanes fue una oportunidad para declarar la jihad en defensa de la religión. A quien sienta más curiosidad por este episodio, le recomiendo “El último mogol” de William Dalrymple.

La versión más extendida entre los británicos de la época fue que la razón del motín había sido la resistencia de una sociedad tradicional a la modernización que los británicos estaban introduciendo. En fin, una lucha de la barbarie contra los buenos modernizadores. Wilson se alinea más bien con la opinión del doctor irlandés Montgomery Martin, que pensaba que el motín fue provocado por una Compañía insegura, que, para asegurar su poder, creía que tenía que destruir todas las fuentes tradicionales de autoridad. Yo creo que ambas explicaciones no se contradicen. Las reformas introducidas por la Compañía alteraron muchos modos de vida tradicionales. El motín fue tanto un intento de oponerse a una modernización impuesta desde arriba y desde fuera como una lucha por restablecer el poder de las autoridades tradicionales.

La venganza británica por el motín fue sangrienta. Se diría que querían que los indios pagasen con creces por el pánico que les habían causado con la insurrección y deseaban darles una lección que nunca olvidasen. En Londres, pasado el primer fervor patriotero y revanchista, los políticos comenzaron a pensar en cómo conciliarse a las élites indias y asegurarse su sometimiento al Reino Unido. La solución fue abolir la Compañía en octubre de 1858 y hacer que el Subcontinente dependiese tanto de facto como de iure de la Corona británica. Las élites, en general, aceptaron la mano que les tendía el Reino Unido. Preferían el orden británico al caos y la anarquía que habían vivido durante el motín.

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