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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La Historia oculta de Birmania (y 2)

Emilio de Miguel Calabia el

Un punto de inflexión lo supuso el ciclón Nargis de 2008, que causó al menos 138.000 muertos en el delta del Irrawaddy. La versión que prevaleció en su momento en Occidente fue que los militares habían sido negligentes y que luego con su reticencia a recibir ayuda humanitaria internacional habían empeorado las cosas.

Thant nuevamente presenta una versión de la historia que deja en mejor lugar a los militares. Para empezar, todavía el 1 de mayo los pronósticos eran que golpease las costas de Bangladesh. Ese día inesperadamente el ciclón dió un giro de noventa grados y se encaminó hacia Birmania a la que golpeó la madrugada del 2 de mayo. El ciclón superó tanto los pronósticos del gobierno como su capacidad de respuesta. La opacidad del gobierno hizo que sus acciones para mitigar el desastre, insuficientes en todo caso, pasasen desapercibidas ante una comunidad internacional acostumbrada a vilificarlo. Puede que Thant tenga razón, pero lo que resulta más que criticable es que el gobierno siguiera adelante con sus planes de celebración de un referéndum constitucional, el cual tuvo lugar el 10 de mayo, salvo en las zonas más afectadas por el ciclón, en las que se retrasó al 24 de mayo. No parece un orden de prioridades muy sensato.

El siguiente problema vino con la recepción de la ayuda internacional, que despertó todos los instintos paranoicos de los militares. Los especialistas en desastres que EEUU ofreció enviar fueron rechazados por temor a que se tratara de espías. Por si fuese poco, EEUU ofreció la colaboración del grupo de combate Essex, capitaneado por un buque de ataque anfibio y que se hallaba en el Océano Índico, así como de varios navíos de la Séptima Flota. Por su parte, el entonces Ministro de AAEE francés, Bernard Kouchner pidió que NNUU adoptase una acción enérgica sobre la base del principio de la “responsabilidad de proteger”. Por cierto, que también Francia, al igual que el Reino Unido, envió un navío de guerra al Mar de Andaman para asistir en el esfuerzo humanitario. Más allá de sus prioridades equivocadas, puede entenderse que los generales birmanos, acostumbrados al aislamiento y a la paranoia, pensasen que de un momento a otro iban a desembarcar los marines en sus playas. De hecho, según Thant, hubo algunos analistas internacionales que llegaron a defender una invasión parcial de Birmania, para asegurar que la ayuda llegase a las víctimas.

Finalmente, la situación se recondujo diplomáticamente y el 25 de mayo tuvo lugar en Yangon una conferencia de donantes. Se habían perdido tres semanas, pero al menos la llegada de ayuda humanitaria se regularizó.

El 7 de noviembre de 2010 tuvieron lugar las elecciones que habían prometido los militares. La LND había decidido boicotearlas en marzo y, en aplicación de la ley, fue disuelta. Como era de esperar, el Partido de la Solidaridad y el Desarrollo de la Unión (USDP), patrocinado por los militares y compuesto en buena medida por militares reconvertidos en civiles, barrió.

Seguro de que dejaba todo atado y bien atado, Than Shwe hizo los últimos nombramientos y partió a su jubilación dorada. Como presidente eligió a Thein Sein, que había sido primer ministro en el viejo régimen. Era un hombre discreto y poco ambicioso, con problemas cardiacos, un trabajador nato y honesto, virtud que no sobraba en las alturas. Para ahorrarle fatigas, Than Shwe le escogió el gobierno. Y ya, finalmente, por si las cosas se desmandaban, Than Shwe se ocupó también de designar al Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, Min Aung Hlaing, un protegido suyo.

Thein Sein comenzó su gobierno con unas expectativas muy bajas. La gente pensó que se trataba de vino viejo en odres nuevos. Lo que sucedió en los siguientes meses pilló a todo el mundo por sorpresa. El Parlamento recién elegido comenzó a hacer lo que se supone que tienen que hacer los parlamentos: debatir sobre temas serios. El gobierno comenzó a aceptar los consejos de asesores externos. Se tomaron las primeras medidas para liberalizar la economía y sacarla del modelo de “capitalismo de amiguetes” en el que había caído. Thein Sein hizo maniobras de acercamiento a Aung San Suu Kyi y anuló la disolución de la LND. Aceptó la visita del Relator Especial de NNUU para los Derechos Humanos en Birmania, Tomás Ojea Quintana. Inició negociaciones con las insurgencias étnicas para poner fin al estado de guerra en las fronteras que había existido desde que el país accedió a la independencia. Escuchó las protestas populares y canceló la construcción de la presa de Mytsone, acordada con China por el anterior régimen y que hubiera tenido consecuencias medioambientales serias. Y, por si alguien seguía dudando de que el cambio era real, en las elecciones parciales de abril de 2012 la LND conquistó 41 de los 43 escaños en juego.

Para entonces, el mundo ya había entendido que la transición birmana iba en serio. EEUU reabrió su Embajada y la Secretaria de Estado Hillary Clinton visitó el país. Más tarde, el propio presidente Obama visitaría el país. Los países comenzaron a retirar las sanciones a Birmania y las empresas extranjeras a llegar al país. Birmania era el nuevo El Dorado capitalista: un país lleno de recursos naturales que se abría después de décadas de aislamiento.

El 8 de noviembre de 2015 tuvieron lugar las elecciones. Fueron tan limpias que la LND ganó el 57% de los votos y conquistó el 86% de los escaños. En las ciudades arrolló. Las razones que los votantes esgrimieron para votarla fueron: la figura de Aung San Suu Kyi y los sacrificios que había hecho durante la etapa de la dictadura militar; el odio a los militares; la esperanza de que un gobierno de la LND traería una subida en los niveles de vida. Si el libro de Thant hubiese terminado aquí, habríamos tenido la historia perfecta con su final feliz y todo. Pero la política suele aborrecer los finales felices.

Los días siguientes a las elecciones fueron complicados. Los generales, cuando elaboraron la hoja de ruta para la transición, nunca imaginaron que la LND ganaría un día. No obstante, aceptaron que la LND había ganado y que sería la encargada de formar el próximo gobierno. La cláusula de la Constitución que impedía que Aung San Suu Kyi pudiera convertirse en Presidenta fue obviada por el procedimiento de designarla Consejera de Estado y dotarla de una serie de poderes ejecutivos que normalmente habría debido ejercer el Presidente. Para que no quedase duda de quién mandaba, en un primer momento Aung San Suu Kyi asumió las carteras de Ministra en la Oficina del Presidente, AAEE, Educación, Energía eléctrica y Energía (luego se desprendería de todas, menos de la de Exteriores). Como compañeros de gobierno, escogió a los leales de entre los leales, la gente que había estado junto a ella en los momentos duros. Perfecto, solo que ninguno de ellos cumpliría ya los setenta. Con 71 años, ella era la más joven del Gabinete.

Thant es crítico con Aung San Suu Kyi. Le echa en cara que desmanteló el aparato de asesores y think tanks que había organizado su predecesor, con lo que quedó en manos de los burócratas de manguito y pocas ideas. Esto se vio agravado porque los ministros que había escogido eran personas mayores a menudo con poca experiencia en las carteras que les habían sido encomendadas. Y, lo peor, es que no había preparado ninguna estrategia de gobierno. Más bien su tendencia era a la microgestión.

Para 2017, sus jaleadores occidentales empezaron a mostrar su decepción. Las reformas fulgurantes que habían esperado, no llegaban. Y entonces, el 25 de agosto de 2017 el ARSA (el Ejército de Salvación Rohingya de Arakan) lanzó ataques coordinados contra treinta puestos policiales y una base militar en la frontera entre Bangladesh y el birmano estado de Rakhine. Los ataques pillaron por sorpresa al Ejército y la policía birmanos. La reacción fue terrible. Varios centenares de miles de rohingyas huyeron a Bangladesh, donde todavía siguen.

La comunidad internacional contempló horrorizada lo sucedido y se preguntó por qué Aung San Suu Kyi, que había sido un icono de la democracia y había sido aclamada universalmente, no reaccionaba. Cuando reaccionó el 19 de septiembre, casi que fue peor. Thant resume su intervención televisiva de aquel día: “…cuestionó la narrativa que se estaba creando en el exterior. No había habido operaciones militares en las últimas dos semanas, afirmó. Y la mayor parte de la población musulmana de Arakan no había huido [afirmación discutible], lo que sugería que la situación no era tan severa como algunos decían…” Lo que siguió fue el vilipendio entre sus antiguos admiradores. Esto me recuerda al cuento “Queremos tanto a Glenda” de Julio Cortázar: cuando tienes un grupo incondicional de fans que te coloca en un pedestal, de ahí no puedes bajar vivo.

En el epílogo Thant reconoce que Birmania es un lugar mucho más libre que hace diez años, pero quedan una serie de desafíos, que enumera en la última página: la cuestión étnica; las desigualdades; la inmadurez de las instituciones democráticas; la fe ciega en los mercados; la economía ilícita; la abundancia de armas en las zonas étnicas… Y todo esto con una crisis climática en ciernes.

Se trata de un libro apasionante para alguien que ya conozca Birmania y que sepa leer más allá de las opiniones y los sesgos del autor. En este resumen, no he querido mencionar la cuestión de las minorías étnicas, ni el conflicto de Rakhine, ni las relaciones con China, para no complicar más las cosas. Meter todos esos temas hubiera requerido dos entradas más.

 

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