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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La guerra más larga (9)

Emilio de Miguel Calabia el

(Trump dejándose convencer de que hay que enviar más tropas. No sé por qué tengo una sensación de déjà vu)

Había cierta expectación sobre la política que adoptaría la nueva Administración Trump con respecto a Afganistán. Hay que reconocer que la primera aproximación de Trump fue sensata. En abril, en una alocución a las tropas dijo que su primer impulso había sido salir de Afganistán, pero que había decidido seguir en el país para evitar que se crease un vacío que favoreciese a los terroristas. También dijo que cualquier decisión sobre la retirada se tomaría sobre la base de cuáles fueran las condiciones sobre el terreno y no sobre la base de cronogramas arbitrarios. Finalmente dijo que flexibilizaría las restricciones para entrar en combate.

El gobierno afgano elogió entusiasmado la nueva estrategia. Le agradó que no se hablase de calendarios. Valoró positivamente que se pusiera un énfasis renovado en presionar a Pakistán, en tanto que patrocinador de la insurgencia. Hasta entonces, ninguno de los predecesores de Trump había hablado con tanta claridad.

Creo que la estrategia propuesta por Trump en 2017 tenía bastantes cosas positivas. La principal es que ya no se hablaba de retirar las tropas en un plazo determinado y se incrementaban las fuerzas sobre el terreno. Otro aspecto clave de su estrategia es que aumentaba la presión sobre Pakistán. Una innovación fue que los norteamericanos comenzaron a bombardear los cultivos de opio; el opio, precisamente, era la principal fuente de financiación de los talibanes. Pero la estrategia también presentaba sus debilidades: descuidaba el lado civil de la ecuación. De hecho, Trump señaló que su objetivo era “matar terroristas”, no reconstruir el Estado. La corrupción y el mal gobierno eran dos factores que estaban haciendo que la guerra se perdiese, pero Trump optó por pasarlos por alto. Éste era el talón de Aquiles de su estrategia. La guerra no se podía ganar en tanto el sistema político afgano siguiese siendo disfuncional.

Para noviembre de 2017, después de tres meses de la nueva estrategia, el General Nicholson pudo decir que la situación seguía en tablas, pero que la iniciativa había vuelto al bando aliado. Había margen para la esperanza: las fuerzas especiales afganas se estaban demostrando eficaces y dirigían el 70% de las operaciones de combate; el Ejército se estaba reformando de forma que fuese capaz de conservar el territorio una vez que hubiese sido conquistado por las fuerzas especiales; y para rematar se habían incrementado los efectivos aéreos. Viendo cómo transcurrió 2018, da la impresión de que Nicholson estaba tratando desesperadamente de ver el vaso medio lleno… a pesar de que no había agua en él.

2018 no fue un año positivo en lo militar. A comienzos de año los talibanes estaban operando en el 70% del país; controlaban 14 distritos y estaban presentes en otros 263. Comparando estos datos con los de dos años antes, no se apreciaba mucha mejora. Los talibanes, en revancha a los bombardeos norteamericanos, comenzaron a realizar ataques suicidas más complejos, que causaban un mayor número de víctimas.

En agosto, aprovechando que los norteamericanos y las tropas gubernamentales estaban distraídas combatiendo al Estado Islámico de Jorasán, los talibanes lanzaron un ataque sobre Ghazni, la sexta principal ciudad del país, que ocuparon en su práctica totalidad, antes de ser desalojados. A nivel militar la batalla mostró dos cosas: la capacidad de los talibanes de penetrar los cinturones defensivos de las ciudades y la dependencia de las fuerzas afganas de la ayuda norteamericana. Posiblemente sin la asistencia norteamericana, las tropas afganas no habrían sido capaces de recuperar la ciudad.

Ambas partes clamaron victoria. Los aliados dijeron que la ocupación talibana de la ciudad no había durado más de cinco días y que a nivel estratégico, operativo y táctico los talibanes no habían conseguido nada a la postre. Los talibanes, por su parte, dijeron que la batalla había demostrado que podían tomar ciudades y había puesto de manifiesto sus capacidades ofensivas. En mi opinión, los talibanes tenían más razones para cantar victoria. La batalla había puesto de manifiesto las debilidades y falta de coordinación del Ejército afgano frente a unos talibanes que habían demostrado una fiereza combativa notable.

En agosto justo se cumplió un año desde el inicio de la aplicación de la nueva estrategia de Trump y llegó el momento de los análisis. La posición oficial fue que la estrategia estaba produciendo réditos, ya que había ayudado a que las conversaciones de paz avanzasen, puesto que los talibanes se sentían más presionados militarmente. De pronto, se consideraba un triunfo haber denegado la victoria militar a los talibanes (es muy distinto denegar la victoria al contrario, que ganar al contrario) y haber llevado a los talibanes a la mesa de negociaciones (habría que aclarar si desde una posición de fuerza o una de debilidad; la impresión es que los talibanes estaban sentándose a la mesa negociadora desde una posición de fuerza).

Las opiniones en el bando norteamericano estaban más divididas de lo que se quería reconocer. Algunos militares creían sinceramente que la estrategia estaba funcionando, mientras que otros lo dudaban, pero se resistían a decirlo abiertamente por diversos motivos. Uno de ellos era el temor a que Trump cambiase el rumbo y retirase las tropas. Las distintas agencias de inteligencia, por su parte, consideraban que la estrategia no había cambiado sustancialmente las cosas. El gobierno controlaba el 65% de la población del país, menos que en 2016, y la estabilidad política seguía siendo precaria.

Tal vez el mejor indicador de lo que pensaban los norteamericanos sobre el curso de la guerra es que 2018 fue el año en el que se empezó a hablar seriamente de la paz. Todas las partes estaban cansadas de guerra, menos, aparentemente, los talibanes. En febrero Ashraf Ghani hizo una oferta a los talibanes que olía a desesperación: negociaciones sin condiciones previas, reconocimiento de los talibanes como un partido político y liberación de los presos talibanes. Incluso sugirió que podría presionar para que se borrase a los talibanes de las listas negras internacionales. A cambio les pedía que reconocieran al Gobierno afgano y que respetasen el Estado de Derecho; aquí me he perdido un poco: ¿no habíamos quedado en que no habría precondiciones? La respuesta de los talibanes fue que estaban abiertos a negociar con EEUU. Ninguna mención al Gobierno afgano, al que consideraban como un lacayo de intereses extranjeros.

Un augurio ominoso de lo que acabaría ocurriendo sucedió a finales de julio cuando diplomáticos norteamericanos de alto nivel se reunieron secretamente con los talibanes en Doha y no invitaron al Gobierno afgano. En septiembre, Trump designó a Zalmay Jalilzad como Representante Especial para la Reconciliación Afgana. La elección era buena. Jalilzad, de origen afgano, había sido Embajador de EEUU en Afganistán de 2004 a 2005 y era uno de los mejores conocedores del dossier.

A medida que la guerra se empantanaba, Rusia comenzó a ver que el conflicto afgano podía representar una oportunidad geopolítica de sacar pecho en Asia Central y ponerle alguna zancadilla a EEUU. En noviembre organizaron una reunión internacional en Moscú para impulsar las negociaciones de paz. Por primera vez los talibanes estuvieron presentes en una reunión internacional de estas características, lo que muestra lo que habían cambiado las cosas. Ya nadie pensaba que fuese posible derrotarles militarmente e incluso es posible que algunos hubiesen empezado a entrever que algún día podrían ser los amos en Kabul. Significativamente, por el lado gubernamental, asistieron miembros del Alto Consejo de la Paz, pero no lo hicieron en tanto que representantes del gobierno, ya que los talibanes se habían enrocado en que no negociarían con el Gobierno afgano. Otros países que participaron en la reunión de Moscú fueron China, Pakistán, India, Irán y las repúblicas de Asia Central. EEUU asistió como observador.

 

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