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Tres aldabonazos a la teoría política medieval

Emilio de Miguel Calabia el

Si desde el siglo XXI echásemos un vistazo a la teoría política medieval, hay varias cosas que nos sorprenderían enormemente. La primera es la concepción de la Humanidad como un cuerpo místico, una pluralidad que debe reducirse a la unicidad de Dios. Jesucristo es la cabeza de ese cuerpo y, en su defecto, es el Papa el que lo representa. Existen dos órdenes, la Iglesia y el Imperio, en el que la primera tiene primacía sobre el segundo. El Papa unge al Emperador y tiene poder sobre los gobernantes temporales a los que puede incluso excomulgar. Esos mismos gobernantes temporales en lo religioso están supeditados al Papa y en lo político al Emperador. O al menos eso decía la teoría. En la práctica, a medida que avance la Edad Media, los reyes de los nacientes Estados-nación irán rechazando cualquier idea de supeditación al poder imperial.

Lo que al lector moderno más le puede sorprender de estas teorías es la teleología que atribuyen a la comunidad política. Para el teórico medieval clásico, el fin último del gobierno de la comunidad humana es la salvación eterna y en la consecución de este fin el Imperio es un coadyuvante del Papado. El redescubrimiento de Aristóteles introdujo otra idea sobre la finalidad del Estado: “La ciudad o el Estado existe no sólo para la seguridad y el comercio, sino para promover la vida buena, la vida conforme a la virtud” (Política). Obsérvese que en estas concepciones no se habla de la eficacia de la acción de gobierno o de fines más materiales para el Estado. Un rey era considerado bueno o malo en función del éxito de su acción de gobierno (bueno) o de su fracaso y del tratamiento despótico a sus súbditos (malo). En última instancia, el éxito mundano era una señal del favor divino. Tomemos el ejemplo de Felipe el Hermoso de Francia, que reinó entre 1285 y 1314. Felipe el Hermoso fortaleció el reino de Francia, reforzó la Corona y se enfrentó con éxito al Papa. Desde nuestro punto de vista moderno, sería un rey exitoso. No obstante para un moralista de la Edad Media sería un rey malo: se enfrentó al Papa, murió poco después del gran maestre del Temple, al que había condenado injustamente, y su la línea directa de los Capetos dejó de reinar en la generación siguiente.

Desde el siglo XIV comienzan a observarse fisuras en el edificio de la teoría política medieval. Felipe el Hermoso, en su enfrentamiento con el Papado, reclutó a jurisconsultos que defendieron que el reino de Francia era una entidad política soberana sobre la que ni el Papa, ni el Emperador podían imponerse. Marsilio de Padua (1275-1343) elabora poco después una teoría política naturalista y racionalista que sustituye la “vida buena” de Aristóteles por la “vida suficiente” y negó la plenitud del poder papal, al tiempo que afirmaba que el poder procede del pueblo. Guillermo de Ockham (1287-1347) se inspiró en Marsilio de Padua y habló de los límites del poder, ya fuera el religioso o el secular. Finalmente tenemos al checo Jan Hus (1370-1415), que defendió que la verdadera Iglesia de Cristo era invisible y su cabeza era el propio Cristo; sólo la Biblia y la ley de Cristo debían ser obedecidas.

El verdadero derribo de la teoría política tradicional se fraguaría entre finales del siglo XV y las dos primeras décadas del siglo XVI y en él intervendrían tres elementos:

1) El maquiavelismo. Nicolás Maquiavelo disoció la moral de la política. La moral pertenece al ámbito privado. En el ámbito del Estado lo que prima es el pragmatismo: será bueno lo que contribuya al mantenimiento del poder y a la conservación de la estabilidad del Estado. Con Maquiavelo el criterio de la eficacia entra descarnadamente en la teoría política.

2) La Reforma protestante rompió con la idea de una Cristiandad unida y de un cuerpo místico encabezado por el Papa en tanto que representante de Cristo en la Tierra. La figura del Emperador, que había ido deslavazándose a medida que las monarquías iban afirmando su soberanía, recibió un golpe mortal. Si la Cristiandad estaba rota, su papel de sostén de un poder papal cuestionado y hasta rechazado se volvía irrelevante. Carlos V (1500-1558) fue el último de los Emperadores que intentó cumplir con su papel tradicional. Fracasó.

3) El descubrimiento del Nuevo Mundo puso a Europa en contacto con hombres que no aparecían mencionados ni en la Biblia, ni en los escritos de los autores clásicos. E inmediatamente surgieron las preguntas: ¿cómo encajar a esos hombres en el esquema de la Creación? ¿Podían considerarse sus reinos terra nullius? ¿Era legítimo esclavizar a sus habitantes?

 

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