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Kissinger en la Casa Blanca (4)

Emilio de Miguel Calabia el

(Aunque este apretón de manos afectuoso cae fuera del período temporal de este libro, ya que menciono a Chile me ha parecido oportuno sacarlo a colación)

Y aquí casi se terminan los intereses geográficos de EEUU. América Latina no aparece hasta la página 635 a propósito del intento soviético de establecer una base de submarinos nucleares en Cuba. El otro gran tema latinoamericano es la elección de Allende, que EEUU intentó torpedear apoyando a sus rivales. Kissinger lo justifica diciendo que el objetivo de Allende era conducir a Chile al comunismo y que si ya era malo un régimen comunista en una isla caribeña, tenerlo también en el continente… El capítulo sobre Chile y Allende tiene mucho de autojustificación del golpe de estado que tendría lugar en septiembre de 1973 y que queda fuera del espacio temporal de este libro.

Me llama la atención que lo único que cuente de Latinoamérica sean esos dos hechos. Toda vez de las especiales relaciones y la gran influencia que EEUU ejercía sobre el continente en aquellos años, me hubiera esperado más menciones. El norte de África y África subsahariana tampoco existen para Kissinger.

Una de las cosas que más me ha gustado del libro son sus semblanzas de los mandatarios a los que conoció. Kissinger era un analista de personas muy fino. El primero al que psicoanaliza es al propio Richard Nixon. Nixon era un hombre complejo y atormentado. Procedía de un medio humilde y sentía que el Establishment, en el que le hubiera gustado integrarse, nunca le había aceptado del todo. Era muy desconfiado y podía llegar a ser mezquino; esto hacía que jugase a dividir a su equipo. Era la manera de asegurarse de que no se coaligarían contra él. Necesitaba que confortasen continuamente a su ego herido, por ejemplo con recibimiento multitudinarios, en los que lo de menos era la sinceridad. No era capaz de relajarse ni cuando conseguía un gran triunfo, como ocurrió cuando consiguió su segundo mandato. Fueron sus defectos e inseguridades las que le llevaron al espionaje de sus rivales que acabó causando el escándalo del Watergate. “Qué vehículos extraordinarios selecciona el destino para lograr sus designios. Este hombre, tan solitario en su hora de triunfo, tan mezquino en algunas de sus motivaciones, había dirigido a nuestra nación a través de uno de los períodos más angustiosos de su historia [lo que hace la perspectiva. En 2024 pensar que los años 70 de EEUU fueron angustiosos… ¡Ahora sí que son años angustiosos!]. No siendo de natural valiente, se había armado para realizar actos llamativos de un raro valor. No siendo normalmente extrovertido, se había forzado para reunir a su pueblo frente a sus desafíos. Se había esforzado para revolucionar la política exterior norteamericana de manera que pudiera superar sus oscilaciones desastrosas entre el exceso de compromiso y el aislamiento. Despreciado por el Establishment, ambiguo en sus percepciones humanas, se había aferrado a un sentido del honor nacional y la responsabilidad, determinado a demostrar que el país libre más fuerte no tenía derecho a abdicar. ¿Qué habría pasado si el Establishment sobre el que se mostraba tan ambivalente le hubiera demostrado algo de amor? ¿Se habría retirado más adentro en el desierto de sus resentimientos o un acto de gracia le habría liberado?”

Por las páginas de las memorias circulan tantos personajes históricos, que no puedo detenerme en ellos tanto como lo he hecho en Nixon. Mao transmitía una sensación de poder, fuerza y voluntad; era un experto en develar las debilidades y las duplicidades de la gente. Zhou Enlai se sentía cómodo hablando de filosofía, de recuerdos, haciendo análisis históricos, haciendo indagaciones tácticas, formulando comentarios humorísticos; tenía una gracia personal muy acusada. Leonid Brezhnev tenía una personalidad típicamente rusa: “una mezcla de tosquedad y calidez; al mismo tiempo brutal y atractivo, astuto y encantador”. Gromyko, el Ministro de AAEE de la URSS, era un gran diplomático y controlaba muy bien los detalles, pero le faltaba una gran visión. A de Gaulle le califica de “coloso” y como un gran estadista; fue la persona que más le impresionó junto con Zhou Enlai. El Sha de Persia Reza Pahlevi no tenía una personalidad dominante, sino que era tímido e introvertido. Era una persona gentil y hasta sentimental que se había entrenado en aparecer duro y por encima del bien y del mal, como creía que correspondía a un mandatario.

Kissinger evidentemente creía en la importancia de los individuos en la Historia. Sólo Mao podía haber roto con la tradición china y haber traído un régimen revolucionario que barrió con todo lo anterior. Hacía falta una persona inteligente y valerosa como Sadat para echar a los soviéticos de Egipto y acabar firmando la paz con Israel. Si la Francia derrotada en la primavera de 1940 pudo resurgir como la Francia Libre se debió en buena medida a de Gaulle… Para mí la Historia es algo más complicada. Los grandes hombres existen y pueden ejercer muchísima influencia sobre los acontecimientos, pero la suerte y la coyuntura histórica también existen. Hablé de esto justamente en junio de 2022, al comentar el libro de William Dalrymple, “La Anarquía”.

 

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