Emilio de Miguel Calabia el 05 ago, 2021 (No creo que a este soldado le quedasen muchas ganas de poner ese gesto altivo a los seis meses del inicio de la Operación Barbarroja) Tras la caída de Francia, Hitler ofreció la paz a Inglaterra. Ésta rehusó. Hitler comentó que el resultado de la guerra ya estaba decidido pero que Londres parecía no haberse dado cuenta. Me pregunto si ese comentario jactancioso era sincero o escondía el temor a que Inglaterra continuase la guerra y les complicase la situación a los alemanes. El Ministro de AAEE italiano, Ciano, describió a Hitler en junio de 1940 como un jugador que ha tenido un golpe de suerte increíble y quiere retirarse de la mesa con sus ganancias. Churchill no le dejaría. La opción de una invasión anfibia de Inglaterra, que incluso había sido planificada, no atraía ni a Hitler ni a sus generales. Eran conscientes de que con el dominio aeronaval inglés sobre el Canal de La Mancha, la invasión fracasaría. La ofensiva aérea sobre Inglaterra que se produjo en el verano y comienzos del otoño de 1940, tenía dos objetivos: 1) El principal, al menos para Hitler, era psicológico: desmoralizar a Inglaterra y llevarla a pactar; 2) Preparar el terreno para la ulterior invasión de Inglaterra. No estoy seguro de hasta qué punto Hitler y sus generales se creían esta posibilidad. Pienso que trataban de autoconvencerse de que con los bombardeos estaban atacando el problema inglés, cuando en realidad no tenían ni idea de cómo resolverlo. El fracaso de la Batalla de Inglaterra agudizó la sensación de que Alemania se encontraba ante un dilema estratégico irresoluble. Era impensable invadir Inglaterra, pero su resistencia implicaba la entrada en guerra de EEUU a medio plazo. De hecho Roosevelt ya había comenzado a dar señales de un mayor apoyo a Inglaterra: en septiembre transfirió al Reino Unido destructores norteamericanos, a cambio del derecho a construir bases en algunas de sus posesiones. La URSS, que desde septiembre de 1939 se había anexionado el este de Polonia, las repúblicas bálticas y la Besarabia rumana, estaba fortaleciéndose. Los países conquistados en el año de guerra no tenían los recursos necesarios para emprender una guerra larga; especialmente les faltaba petróleo. Alemania se veía cada vez más dependiente de los recursos que le mandaba la URSS. Los decisores alemanes sólo veían dos maneras de hacer frente al desafío británico. La primera consistía en crear un gran bloque continental, en el que la participación japonesa sería clave por cuanto que mantendría ocupados a los EEUU en el Pacífico. La segunda era una estrategia mediterránea, que pasaba por hacerse con Gibraltar y con el canal de Suez, lo que permitiría hacerse con los recursos de los Balcanes, el petróleo de Oriente Medio y hacer que Turquía entrase en la guerra. Esta estrategia era minoritaria. Su principal proponente era el Almirante Raeder. Hitler nunca consideró seriamente la estrategia mediterránea y Fritz le da la razón. La pérdida del Canal de Suez habría supuesto una incomodidad para los británicos, pero no un golpe mortal. No era tan evidente que la conquista del Canal de Suez fuera a asegurar el petróleo de Oriente Medio a los alemanes. Como poco había 1.500 kilómetros de desierto que cruzar para llegar a los campos petrolíferos y, una vez allí, habría que ponerlos en explotación y defenderlos de contraataques británicos. Yo no estoy tan de acuerdo. La estrategia mediterránea era menos arriesgada que la invasión de la URSS y aunque posiblemente no habría sacado a Inglaterra de la guerra, sí que habría puesto sus recursos al límite. Casi era inevitable que a finales de 1940 Hitler considerase que para salir del dilema estratégico en el que se encontraba, tenía que invadir la URSS. Una justificación que dio por aquellos días, fue que el Reino Unido podría avenirse a parlamentar, una vez que la URSS hubiese sido barrida del mapa y que no pudiese contar con ella como aliada para abrirle un segundo frente a Alemania. Fritz dice que más bien lo que pensaba Hitler era que la guerra se alargaría y que EEUU entraría en ella. La única manera de no perder era hacerse con los vastos recursos de la URSS. En el fondo, desde siempre Hitler había pensado que Alemania tenía que conseguir su espacio vital en el Este; Hitler odiaba el comunismo y consideraba a los eslavos subhumanos, poco mejores que los judíos. Ideológicamente era la guerra que siempre había querido hacer. Fritz advierte de una cosa: no era Hitler el único que quería esa guerra; también la querían muchos de sus generales, que estaban convencidos de ganarla. Resulta increíble la alegría con la que los alemanes se pusieron a planificar la invasión de la URSS. Embriagados por los éxitos de la guerra relámpago contra Polonia y Francia, creyeron que los mismos principios se podrían aplicar contra la URSS. Se olvidaron de sus grandes extensiones, sus pobres infraestructuras y el tiempo extremo en otoño e invierno. Además, la purga de la alta oficialidad cuatro años antes, unida al pobre desempeño del Ejército soviético en la guerra ruso-finesa de 1939-40, llevó a los planificadores alemanes a menospreciar las capacidades del Ejército soviético. Peor todavía: Alemania planificó la campaña con una inteligencia muy deficiente sobre el Ejército enemigo, que infravaloró el número de sus divisiones (inicialmente habían estimado que disponía de 150 divisiones de poca calidad; a poco de comenzar la invasión se dieron cuenta de que al menos disponía de 360 divisiones), sus blindados y sus aviones. Fritz saca a colación una reunión de Hitler con sus militares el 30 de marzo de 1941 para mostrar que éste tenía una valoración más exacta de lo que podían encontrarse. Hitler les pidió en esa reunión que no subestimasen al enemigo (justo lo que estaban haciendo), dijo que la URSS contaba con armamento moderno, especialmente sus blindados (los planificadores alemanes los juzgaban obsoletos y pronto descubrirían lo equivocados que estaban), y que poseía una gran fuerza aérea, que los alemanes no podrían eliminar de un plumazo. También les puso en guardia ante las vastas extensiones de la URSS que dificultarían la concentración de fuerzas para lanzar un golpe y les advirtió de la tenacidad del soldado ruso. Finalmente, Hitler les dijo que se trataba de una guerra racial e ideológica en la que había que aniquilar al enemigo y donde no cabía la camaradería entre soldados. Es decir, que sería una guerra criminal. Los oficiales alemanes no rechistaron. No parece que les incomodase lo de la guerra criminal de aniquilación. En el relato que hace Fritz de la planificación de la Operación Barbarroja y de su primeros seis meses hay un malo claro: el Jefe del Estado Mayor del OKH, Franz Halder. Fritz describe a Halder como a un intrigante con pocos escrúpulos, que desinformó y engañó a Hitler para llevar a cabo el tipo de campaña que él quería y no la que el Führer deseaba. En la cabeza de Hitler los tres ejes de ataque debían tener la misma importancia. Tan importante, o más, que tomar Moscú era hacerse con los puertos del Báltico y con los recrusos agrícolas de Ucrania más los recursos mineros de la cuenca del Donetsk. A diferencia de Halder, Hitler había tomado en consideración el componente económico de la lucha, así como algunos de sus aspectos logísticos. Halder, a quien Fritz tacha de poco imaginativo, tenía una concepción tradicional de la manera de desarrollar la campaña y de sus objetivos. Pensaba que había que privilegiar al Grupo de Ejércitos Centro y que lo decisivo era capturar Moscú. A finales de noviembre de 1940 los alemanes realizaron un juego de guerra para evaluar cómo podría desarrollarse la invasión de la URSS. Los juegos los condujo el general Friedrich Paulus, que era mucho mejor planificador que general y que más tarde la cagaría estrepitosamente en Stalingrado. Los resultados del juego fueron devastadores. Mostraron que los problemas logísticos y de transporte frenarían a los alemanes al este de Minsk, que los alemanes carecían de suficientes tropas para asegurar todos sus objetivos y que corrían el riesgo de acabar diseminando sus esfuerzos; también mostraron que los alemanes tenían que optar entre dejar que las fuerzas acorazadas penetrasen rápida y profundamente el frente enemigo a riesgo de quedar inermes o hacer que fuesen acompañadas por la infantería, lo que las protegería a costa de enlentecer el ritmo de avance. El ejercicio mostró que una vez alcanzado el primer objetivo de la campaña, el río Dnieper, las tropas alemanas tendrían que hacer una pausa estratégica de tres semanas para reabastecerse. Peor todavía: la expectativa es que a los dos meses de campaña Alemania hubiera agotado sus escasas reservas. Estos juegos de guerra, que hubieran debido abrir los ojos a los planificadores alemanes, no tuvieron ningún efecto. Chocaban demasiado con lo que los planificadores querían creer y además el exceso de confianza era tan grande, que ignorarlos fue lo más sencillo del mundo. Historia Tags Adolf HitlerAlemaniaBatalla de InglaterraFranz HalderHistoria militarII Guerra MundialOperación BarbarrojaStephen G. FritzURSS Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 05 ago, 2021