Emilio de Miguel Calabia el 18 ago, 2024 Otra cosa transcendental que ocurrió en 1930 fue que Iqbal asumió la presidencia de la Liga Musulmana. El líder natural de la Liga, Jinnah, se había marchado a Londres, enfadado por la desunión y falta de apoyo de sus correligionarios y estaba considerando seriamente dejar la política y dedicarse a la abogacía. La presidencia recayó en Iqbal en razón del prestigio intelectual que le rodeaba. El momento era delicado. El Pacto de Lucknow estaba roto y las posibilidades de colaborar con el Congreso, donde predominaban los hindúes, eran cada vez más remotas. La posibilidad de que los ingleses y los hindúes del Congreso negociasen y alcanzasen un acuerdo que no tomase en consideración los intereses de los musulmanes, parecía real. Fue en este contexto cargado en el que el 29 de diciembre de 1930 Muhammad Iqbal compareció ante la sesión que la Ligha celebró en Allahabad y pronunció un discurso en el que por primera vez se mencionó la creación de un estado musulmán independiente en parte de la India. El discurso de Iqbal puede prestarse a muchas interpretaciones. a primera vista parecía que abogaba por un Estado federal, uno de cuyos componentes sería un estado federado musulmán, en el cual el gobierno central tendría pocos poderes. Las provincias de mayoría musulmana (Sindh, Punjab, Baluchistán y la Provincia de la Frontera del Noroeste) conformarían ese estado. Menciona en qué condiciones podría funcionar el federalismo en la India: electorados separados, garantía del 33% de representación en el Legislativo federal (porcentaje superior al que les hubiera correspondido por peso demográfico), redemarcación de la India para acomodar a las sensibilidades musulmanas (por ejemplo separando la provincia del Sindh de mayoría musulmana de la ciudad de Bombay, de mayoría hindú)… No obstante mi impresión última es que sus referencias al federalismo las pronuncia con la boca chica. Tal vez temiese que abogar por un estado independiente para los musulmanes indios fuese demasiado para muchos de los delegados e incluso para los británicos. Las palabras de clausura de su intervención me parecen significativas: “No pierdo la esperanza en el entendimiento intercomunitario, pero no puedo ocultaros que siento que en el próximo futuro nuestra comunidad puede que sea llamada a adoptar una línea independiente de acción para hacer frente a la crisis presente…” Conociendo su adhesión a la unidad entre nación e Islam y su rechazo a un Estado laico, cuesta creer que pensase que la federación era la mejor solución para los musulmanes de la India. Lo más probable es que Iqbal ya entonces estuviera pensando en un Estado musulmán independiente, aunque no se atreviese a proclamarlo a las claras. En 1931 participó en la Segunda Conferencia de la Mesa Redonda Anglo-India que se celebraron en Londres para debatir sobre el futuro político de la India. Allí Iqbal defendió nuevamente que, antes de realizar cualquier transferencia de poder al Congreso, era preciso otorgar una amplia autonomia a las provincias musulmanas. Una frase interesante de Iqbal: “Hubo un tiempo en el que yo también creía que no debería haber una división social sobre la base de la religión. Y todavía lo creo en mi vida personal. Pero ahora creo que a nivel nacional hindúes y musulmanes deberían mantener sus identidades religiosas separadas. Tener una identidad nacional conjunta en la India podría sonar como una idea hermosa y poética, pero es muy poco realista en el clima social y político actual en la India.” La Segunda Mesa Redonda se saldó con dos éxitos para los musulmanes: el Sindh se desgajó de Bombay y la Provincia de la Frontera del Noroeste recibió el estatus de Provincia del Gobernador. Iqbal participó también en el congreso musulmán que se organizó en diciembre de 1931 en Jerusalén, cuyo objetivo era defender la causa de una Palestina musulmana frente a los planes avanzados de establecer allí el hogar nacional judío. El Congreso también respondía al deseo de los musulmanes de cohesionarse y establecer una unidad de acción ante una modernidad que se les había echado encima y en la que sentían que se habían quedado rezagados. El Congreso no fue muy lejos y la participación de Iqbal en él tampoco ha dejado mayores trazas. El principal resultado de su participación en el Congreso de Jerusalén fue el poema “Éxtasis” (“Zauq-o-Shauq”), que escribió casi entero durante su estancia en Palestina. Es un poema lírico y místico de gran belleza: “Vida a la pasión y al éxtasis- amanecer en el desierto:/ arroyos luminosos fluyen de la fuente del sol que se levanta./ El velo del ser se abre, la Belleza Eterna se revela…” Es un poema que refleja la educación sufí y el panteísmo del poeta. Tiene dos versos que me encantan: “El intelecto, el corazón y la visión, deben tomar sus primeras lecciones del Amor/ la religión y la ley religiosa engendran ídolos de ilusión si no hay amor.” En 1932 Iqbal volvió a pronunciar un importante discurso, aunque éste ha sido menos repetido que el de 1930. En esta ocasión fue en Lahore ante la Conferencia Musulmana Pan-India. En él Iqbal vuelve a mostrar su oposición al nacionalismo porque lleva en su seno las semillas del materialismo ateo, que considera como el mayor peligro para la Humanidad. Recordemos que para Iqbal fue el materialismo ateo el que condujo a la I Guerra Mundial. En el caso de la India, Iqbal cree que el problema es cómo conjugar unidad y diversidad y que el nacionalismo a la occidental no se adapta a las condiciones del país. Traducción: dado el mayor peso demográfico de los hindúes si se implanta en la India una democracia a la occidental no nos vamos a comer un colín. Curiosamente, a pesar de esas premisas, no se trata de un discurso puramente político, sino cultural. La gran cuestión es cómo realzar la condición de los musulmanes indios. Las fórmulas que ofrece Iqbal son: la unidad, la revalorización del pasado islámico y la adaptación de lo musulmán al mundo moderno. Sus propuestas prácticas fueron: formación de una única formación política que englobase a todos los musulmanes indios y que dispusiese de una sección juvenil y un cuerpo de voluntarios bien equipados; mejora del nivel de vida de los campesinos; creación de instituciones culturales para musulmanes y musulmanas a fin de enseñarles las grandes realizaciones del Islam en la Historia de la Humanidad; la formación de una asamblea de ulemas para la protección y reinterpretación de la ley islámica a la vista de las condiciones del mundo moderno. Resulta interesante que en este discurso no adelantase ideas sobre cómo debería ser el gobierno futuro de la India. En 1932 publicó también su última gran obra, “Javid nama” (“El libro de la Eternidad”). En él, igual que Dante en la Divina Comedia, el autor viaja a las esferas celestes, siendo su guía el poeta Rumí. También al igual que Dante Iqbal se encuentra con distintos personajes con quienes mantiene conversaciones: el asceta hindú Jahan-Dost, el pensador y activista Jamal al-Din Afgani, Nietzsche, Marx, el poeta indio Bartari-hari… En este libro Iqbal dio una última vuelta de tuerca a temas sobre los que llevaba reflexionando toda su vida: la naturaleza del mal y cómo éste corrompe la sociedad; la concepción del gobierno en Oriente y en Occidente; la naturaleza del buen gobierno; la dicotomía entre universalismo y nacionalismo y cómo algunos en el mundo musulmán se han dejado seducir por los supuestos encantos del segundo; la relación entre hombre, Dios y creación… Es un libro demasiado prolijo y rico como para poder resumirlo en esta entrada. A partir de 1933 su salud se deterioró. Sabiendo que le quedaba poco tiempo, dedicó sus esfuerzos a la promoción cultural de los musulmanes indios y a convencer a Jinnah, en quien veía como al único líder posible de los musulmanes del subcontinente, de que la única solución posible para la minoría musulmana era la creación de Pakistán. En 1935 animó a su protegido Syed Nazeer Niazi a que publicara la revista “Tolu-e-Islam” (“El resurgir del Islam”), cuyo objetivo sería educar a la comunidad musulmana de la India e inculcarle la idea de que la base para la creación de un Estado era la religión, no la nación y que para poder crear una comunidad musulmana era preciso tener un Estado independiente.A la larga los principales pensadores musulmanes indios acabarían escribiendo en la revista que jugaría un papel esencial en la difusión de la idea de Pakistán. Al año siguiente convenció al filántropo Chaudhury Niaz Ali Khan para que estableciera en una finca que tenía una institución de enseñanza en la que estudiantes musulmanes estudiarían tanto las ciencias clásicas del Islam, como ciencias sociales contemporáneas. La institución se denominó Dar ul-Islam Trust. Pero tal vez, a largo plazo, lo más importante no fueran ni la fundación de la revista ni la de la institución de enseñanza, sino sus cartas a Jinnah. Los dos últimos años de su vida los pasó escribiéndole como un loco cartas a Jinnah, que había asumido el liderazgo de la Liga Musulmana, para que no cejara con la idea de crear Pakistán. Son cartas muy interesantes, porque de alguna manera representan su testamento politico. En ellas sugiere que la Liga sea menos elitista y se preocupe más de las masas. Frente al socialismo nehruviano propone como receta para los más desfavorecidos la aplicación de la ley islámica. Piensa que solo ella podrá asegurar que todos vean sus necesidades cubiertas. Ahora bien, para aplicarla es preciso que haya un Estado musulmán libre. Estima que el hinduísmo es incompatible con la democracia social. En su opinion, la única alternativa a la creación de un estado musulmán es una guerra civil y la repetición de lo mismo que estaba empezando a ocurrir en Palestina. Iqbal murió el 21 de abril de 1938, sin llegar a ver el nacimiento del país que había contribuido a crear. Iqbal fue hijo de su tiempo. Pertenecía a esa generación de musulmanes formados en la cultura occidental que se preguntaron a finales del XIX y comienzos del XX las razones por las que el Islam se había quedado atrás. La respuesta que dieron fue que era preciso regresar a la pureza del Islam primitivo y quitarle las innovaciones. Esos hombres estaban llenos de una confianza ingenua en que el Islam poseía en su seno los elementos necesarios para su modernización. Bastaría con desempolvarlos para que el mundo musulmán se pusiese a la par con Occidente. La generación siguiente sería un poco más escéptica y abogaría por una combinación de laicismo, nacionalismo y socialismo de Estado semejante a la que Kemal Attatürk había aplicado en Turquía. Esa sería a la postre la fórmula que Jinnah aplicaría en Pakistán. Esta fórmula la populizaría en el mundo musulmán el egipcio Nasser, hasta que la humillación en la Guerra de los Seis Días y la presión de Arabia Saudí la arrumbasen. La influencia del wahhabismo saudí y el impacto de la revolución islámica iraní generarían un nuevo paradigma: recuperar la pureza del Islam primitivo, pero ya no para equipararse con Occidente, sino para crear un Nuevo modelo de sociedad 100% musulmán. Sería interesante saber lo que habría pensado Iqbal de esta evolución. 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