Emilio de Miguel Calabia el 08 oct, 2024 “Cristiandad” de Peter Heather narra la Historia del cristianismo niceno y su triunfo en Occidente entre la victoria de Constantino en el Puente Milvio (312) y el IV Concilio Lateranense de 1215 en el que quedaron fijadas las formas que debería adoptar la práctica religiosa popular. La tesis central de la obra es que la victoria del cristianismo niceno nunca estuvo asegurada y que las cosas estuvieron en un tris de salir de manera muy diferente. Lo que más me ha sorprendido del libro son algunas de las cosas que Heather cuenta y que chocan con todo lo que yo había venido leyendo hasta ahora. Lo primero que me ha chocado ha sido la afirmación de Heather de que al comienzo del reinado de Constantino los cristianos no representaban más del 1 ó 2% de la población. La cifra que yo venía oyendo era la del 10%. La argumentación de Heather es la siguiente: la gran mayoría de los habitantes del Imperio vivían en las zonas rurales, mientras que el cristianismo fue un fenómeno netamente urbano. Hacia el 300 d. C. había unos 600 obispos, es decir que sólo había comunidades cristianas significativas en la tercera parte de las ciudades del Imperio. Contar con un obispo significaba que ya existía una comunidad cristiana de cierto tamaño, pero en modo alguno que esa fe fuera la mayoritaria en la ciudad. Heather argumenta bien cómo llegó a esa conclusión, pero me cuesta asumir que un mero 1% de la población (o algo menos) fuese suficiente para provocar la persecución de Decio en 250 y que tuviese suficiente relevancia política como para que Constantino considerase que debía utilizarlos en su ascenso al poder. La estimación que hizo Rodney Stark en “The Rise of Christianity” de que para el 300 la proporción de cristianos era del 10% es la más seguida. Stark parte de la hipótesis de que había 1.000 seguidores de Cristo en el 40 d.C. Asumiendo un crecimiento del 40% por década, llegaríamos al 300 con un 10% de cristianos. Stark aduce que los datos de que disponemos apoyan esta estimación. Así, por ejemplo, los datos apuntan a que hubo una fuerte expansión del cristianismo en la segunda mitad del siglo III. Los datos de Egipto, donde los registros de bodas, nacimientos y muertes son los más completos apoyarían sus estimaciones. Aquí Stark hace trampa: Egipto era una de las provincias más cristianizadas del Imperio. Algunos han atacado las conclusiones de Stark que parecen un juego de manos aritmético donde las claves son las asunciones que se hacen más que los hechos. Además, Stark es un sociólogo, no un especialista en la Antigüedad. Yo aquí me alineo con los críticos: me cuesta confiar en una cifra a la que se llega sobre la base de unas asunciones no demostradas. En resumen, no me convence la afirmación del 1% de cristianos en el 300, pero reconozco que la proporción del 10% no está demostrada fehacientemente. La segunda afirmación novedosa es que Constantino era cristiano de nacimiento. La versión tradicional presenta a Constantino como a un seguidor del Dios Sol que a raíz de un sueño que tuvo antes de la batalla del Puente Milvio frente a su rival Majencio, ordenó a sus soldados que decorasen sus escudos con el emblema de la cruz. Posteriormente, durante la batalla tuvo la visión de una cruz en el cielo. La victoria en el Puente Milvio le convirtió en el dueño absoluto en la parte occidental del Imperio. En agradecimiento al Dios cristiano, al año siguiente promulgó el Edicto de Milán que confirió estatus legal a la Iglesia y la protegió contra las persecuciones. Los historiadores actuales le han quitado todos los aditamentos milagrosos y creen que Constantino aprovechó la victoria para cooptar a los cristianos, en quienes veía a unos elementos de estabilidad conformes con su visión conservadora para el Imperio. Este relato presenta una incoherencia: ¿realmente ese 10% de la población que representaban los cristianos era tan importante para los cálculos políticos de Constantino? La visión tradicional afirma que Constantino atravesó un proceso religioso que le llevó del paganismo al monoteísmo solar y acabó desembocando en su conversión al cristianismo. Heather defiende una tesis plausible, pero no probada: que Constantino fue cristiano desde el principio. Un indicio sería la actitud muy devota de su madre, Santa Helena, tras su conversión oficial correspondería a la de una criptocristiana que finalmente puede practicar su fe a la luz del día. Es una posibilidad. Otra es que tuviera la fe del converso. Otro indicio sería la actitud de su padre Constancio Cloro ante la persecución dictada por Diocleciano en 303. Constancio la aplicó con tibieza. La lucha por el poder impedía que pudiera revelar su fe cristiana o negarse en redondo a ejecutar el decreto de persecución; ambas cosas habrían puesto en peligro su situación política y las posibilidades de que le sucediera su hijo Constantino. Constantino habría seguido una política similar a la de su padre: cautela y no mostrar sus cartas religiosas antes de tiempo. El mundo romano consideraba las victorias en el campo de batalla como una muestra del favor divino. Convertir la victoria del Puente Milvio en una muestra del poder del Dios cristiano y de su apoyo a Constantino fue una estratagema política de primer orden. De allí en adelante, Constantino iría favoreciendo e identificándose con el cristianismo paulatinamente. Siendo así las cosas, ¿por qué sólo se bautizó en su lecho de muerte? La explicación es muy sencilla: existía la creencia de que el bautismo lavaba los pecados, con lo que la tendencia era a retrasarlo lo más posible. En el plano doctrinal, la contribución más importante de Constantino al naciente cristianismo fue la convocatoria del Concilio de Nicea en 325. Hasta ese momento el cristianismo había consistido en una serie de comunidades más o menos autosuficientes, con poca comunicación entre sí y donde ninguna podía atribuirse un derecho de liderazgo especial. El resultado es que habían aparecido diferencias en las prácticas y en la doctrina entre ellas que se agudizaron en este período. El ideal de Constantino era la unidad y no podía consentir que su aliada, la Iglesia, se fragmentase. El principal debate del momento era el provocado por las tesis de un sacerdote llamado Arrio que afirmaba la subordinación de Cristo a Dios Padre. Cristo no había existido desde toda la eternidad, sino que había sido creado por Dios en un momento del tiempo. En el Concilio de Nicea las discusiones giraron en torno a las relaciones entre el Padre y el Hijo. En términos teológicos, se trataba de elegir entre “homoousios”, de una esencia, y “homoios”, como el Padre. Fue la primera fórmula la que triunfó y se llevó al denominado credo niceno, que afirma: “Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, unigénito nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre (…) engendrado, no creado: de la misma naturaleza que el Padre…” Uno de los resultados del Concilio de Nicea fue que el Emperador romano se constituyó en cabeza de la Iglesia. Historia Tags ArrioConcilio de NiceaConstantinoCristianismoPeter HeatherPuente MilvioRodney Stark Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 08 oct, 2024