ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Los misterios de Yoshiwara

Emilio de Miguel Calabia el

Los japoneses son muy ordenaditos hasta cuando desparraman. Durante la época del Shogunato se establecieron en varias ciudades japonesas los barrios del placer. El objetivo era que si los japoneses iban a desparramar, que lo hicieran en un lugar acotado y que no contaminasen al resto de la ciudad.

Uno de los grandes escritores que han escrito sobre la vida de estos barrios, las prostitutas y su clientela es Ihara Saikaku (1642-1693). Sus historias son desenfadadas y sensuales y exhiben un cinismo refinado, como si el autor supiera que esos barrios e incluso lo que llamamos amor, no es más que un juego en el que se pillan los dedos los que llegan a creérselo. Afortunadamente los crédulos son pocos. Leí sus cuentos sobre los barrios del placer hace mucho tiempo y de lo único que me acuerdo es de que eran un sumidero para el dinero de los comerciantes que los frecuentaban y que los amores de las prostitutas eran más falsos que un euro de 1980.

Recientemente leí “Los misterios de Yoshiwara” de Kesako Matsui, que tiene como escenario el barrio de Yoshiwara en Edo, el más famoso de todos los barrios del placer.

Un joven misterioso visita el barrio de Yoshiwara. Quiere que le cuenten sobre el escándalo de Katsuragi, un escándalo tan tremendo que al principio nadie quiere hablar de él sino por referencias oblicuas. El joven se va entrevistando con distintos personajes del barrio y lentamente va encajando las piezas del puzle. La autora usa las entrevistas que hace el joven como excusa para describirnos el barrio y sus mecanismos de funcionamiento. Esto es lo mejor de la novela. El desvelamiento del escándalo es demasiado lento y en las entrevistas prima lo descriptivo sobre la acción.

Para las mujeres la manera más habitual de llegar a Yoshiwara era vendidas por sus padres, que no podían mantenerlas y que vivían en la pobreza más absoluta. La edad ideal eran los seis o siete años. Eso daba suficiente tiempo para entrenarlas en los modos del barrio. Una chica que llegase mayor, pongamos los 12 o los 13, lo más que podía aspirar era a cortesana de segunda. Un momento clave en su vida era el del desembarco, que era como se denominaba a la iniciación erótica.

Había todo un ranking social de las prostitutas. En el escalón más bajo estaban las que no disponían de una habitación propia y tenían que compartir un dormitorio común, así como una habitación para recibir a los clientes. Las había que disponían de su propio séquito y de su propia recámara. Las más preciadas eran “las cortesanas por cita”, que sólo estaban disponibles para los habituales de la casa. Por ello, para evitar frustraciones, lo mejor era dejar la elección de la cortesana a la casa de té. Era en interés de ésta proponer una cortesana con la que hubiera posibilidades reales de que desarrollase una relación a largo plazo con el cliente. Las cortesanas por cita eran el equivalente a una escort de lujo de nuestros días. Para empezar no bajaban a la sala común a exhibirse como el resto de las cortesanas. Vivían en apartamentos de tres habitaciones de las que la primera hacía las veces de sala de recepción.

Las casas tenían una gobernanta, que era una antigua prostituta y cuya tarea era disciplinar a las cortesanas. Cuidaban de que no se escaqueasen y se quedasen en la cama pretextando una enfermedad, que no intentasen fugarse con un amante (era casi lo peor que podía hacer una cortesana y estaba muy penado por todo lo que implicaba de lucro cesante para la casa). La gobernanta podía golpear incluso a las cortesanas que se desmandasen; la intensidad de la violencia física dependía de cada gobernanta. En general no castigaban físicamente a las cortesanas por cita: eran un producto demasiado delicado como para arriesgarse a estropearlo.

Yoshiwara no estaba pensada para clientes ocasionales, sino para los asiduos. El recién llegado tenía que comenzar frecuentando una casa de té, que sería la que le introduciría a las grandes casas donde estaban las mejores cortesanas. Algunos clientes llegan ya con el nombre de la cortesana que quieren encontrar, ya que han leído sobre ella en la Guía de Yoshiwara (sí, había una guía. Ya dije que los japoneses son muy organizados), pero, como señalé antes, daba mejores resultados dar carta blanca a la casa de té en la selección.

Toda la operación estaba ritualizada. Así, cuando el cliente se encontraba por primera vez con la cortesana, intercambiaban copas de sake y todo el encuentro tenía un aire nupcial. La cortesana se quedaba silenciosa e inmóvil como una verdadera recién casada. No pasaba nada sexual esa noche, lo que servía para atizar el deseo del cliente. El cliente tenía que mostrarse constante y seguir visitando a la cortesana. Una regla de oro era que no podía requerir a otra cortesana de la misma casa. Después de tres visitas, el cliente se convertía en un asiduo y tenía derecho a una relación cuasiconyugal. Pero ser asiduo no era del todo satisfactorio. Lo mejor era convertirse en el preferido. Para ser el preferido uno tenía que reservar a la cortesana los días de fiesta. Esto implicaba que la cortesana estuviese al servicio del cliente durante toda una jornada.

Más allá de los rangos, había clientes a los que la cortesana quería ver más que a otros. Así, para desembarazarse de algún “preferido” al que no quería ver, la cortesana encargaba a un criado de la casa que le diera excusas como que tenía un ataque de hemorroides (las hemorroides y el amor nunca han casado mucho). Pero también puede ocurrir que el cliente insista y dé una propina al criado para que le conduzca a la chica sí o sí. Resultado favorable para el criado que acaba cobrando por los dos lados.

¿Era el amor posible en Yoshiwara? O-Nobu, dueña de una casa de té, piensa que los hombres que buscan el amor en Yoshiwara se arriesgan a salir escaldados, “… el corazón de las mujeres es un abismo insondable para los hombres. Así, en el camino del amor te arriesgas a cada momento y donde quiera que estés, a perderte en la oscuridad o a tomar el camino equivocado.” Y Hansai, que ha “desembarcado” a muchas jóvenes añade: “Las mujeres tienen el aire de ser más sentimentales que los hombres, pero en realidad son más despegadas. Tan pronto se muestran rencorosas y atentas a los pequeños detalles, tan pronto sin solución de continuidad se olvidan de promesas importantes.” Ocasionalmente la cortesana sí que podía llegar a enamorarse. “Cuando está enamorada de un hombre se le entrega en cuerpo y alma”. Podía ocurrir que una cortesana se gastase su dinero con un bueno-para-nada del que se había enamorado.

Algunos hombres se encaprichaban/enamoraban (el corazón humano es tan insondable que ambos verbos y muchos más serían posibles aquí) y llegaban a comprar a la prostituta antes del final de su contrato. La compra no era barata. Tenía que pagar las deudas de la chica e indemnizar a la casa por lucro cesante, así como distribuir propinas entre su entorno. Había campesinos ricos que compraban a una cortesana y se la llevaban al terruño, orgullosos de haberse llevado un producto de calidad de la ciudad. Para una cortesana no era mala cosa; podía crearse una nueva vida lejos de la capital y de Yoshiwara.

Algunas cortesanas trataban de echar el lazo a jóvenes solteros de buena familia para que las sacaran de allí y estaban dispuestas a convertirse en buenas esposas. Pero a la insinceridad de la cortesana podía responder la insinceridad del cliente que alimentaba las esperanzas para tener un mejor trato.

Frecuentar Yoshiwara no era barato. No fueron pocos los comerciantes e hijos de familia que perdieron allí la fortuna. Algunos, enviciados con el barrio o sin medios ya para otro tipo de vida, acababan aceptando pequeños quehaceres y quedándose allí. Si Yoshiwara implicaba mucho gasto para los clientes, también lo implicaba para las cortesanas, que tenían que mostrarse en sus mejores galas y con su mejor maquillaje. No era raro que una cortesana, llegada al final de su carrera sin ahorros y sin un lugar al que dirigirse, acabase quedándose en Yoshiwara realizando pequeños trabajos.

La imagen final que transmite la novela es una de sordidez. Los vestidos coloridos, el té compartido y el refinamiento estético no hacen más que ocultar malamente una realidad de explotación de los unos por los otros, un juego de engaños en el que los clientes corrían tanto o más peligro de ser engañados que las prostitutas.

 

Literatura

Tags

Emilio de Miguel Calabia el

Entradas más recientes