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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Hubris (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Un palabro griego que me encanta es “hubris”. Yo la definiría como venirte arriba, pero a lo bestia. Esa sensación de que puedes con todo porque has conseguido algo que ha superado tus esperanzas más locas. Hubris es un sentimiento de exaltación, donde te crees que no tienes límites y te sientes (ahora toca expresión inglesa) “on top of the world”, que yo traduciría como Rafa Nadal después de haber ganado su decimocuarto Roland Garros. Pero hubris suele ser una trampa que te tienden los dioses; quieren saber cuán lejos vas en tu engreimiento, antes de darte la gran colleja y recordarte que eres moral.

Uno de los mayores casos de hubris que hemos conocido en las últimas décadas fue el PNAC, que son las siglas en inglés de “Proyecto para el Nuevo Siglo Americano”. Su idea era muy simple y hasta obvia para alguien que provenía del país que había ganado la Guerra Fría y se había convertido en el hiperhegemón: ¿cómo conseguir que el siglo XXI fuera también un siglo americano?

Para entender cómo el PNAC llegó a formarse, es preciso ver cuáles fueron sus raíces intelectuales. Originalmente muchos de los que luego serían llamados neocons procedían de liberalismo demócrata y habían sido influidos por el trotskismo. Éstos no vieron bien la deriva identitaria que adoptó el Partido Demócrata a finales de los 60. En su opinión, la sociedad norteamericana era conservadora y la introducción de políticas identitarias sólo servía para debilitar a EEUU. Además, en su opinión, el Partido Demócrata había adoptado un curso de política exterior acomodaticio para con la URSS. Los futuros neocons eran rabiosamente anticomunistas y creían que el deber de EEUU era defender la democracia en el EEUU y frenar al comunismo allá donde alzara la cabeza.

Dos influencias intelectuales adicionales fueron las de Wodroow Wilson y la de Leo Strauss.

El legado intelectual de Wilson fue que con un gran poder viene una gran responsabilidad (bien, ahora ya sabéis de dónde sacó Peter Parker esa frase). Wilson creía que el deber de EEUU era liderar la Liga de Naciones y dirigir la lucha por la democracia en el mundo. La victoria del aislacionista Partido Republicano primero en las elecciones al Senado de 1918 y luego en las presidenciales de 1920 puso fin al wilsonianismo. Siempre quedarán preguntas en el aire: ¿habría sobrevivido una Liga de Naciones liderada por EEUU y habría sido capaz de hacer frente de manera más eficaz a los desafíos de la década de los 30? ¿la hegemonía norteamericana habría empezado 25 años antes de lo que empezó?

Leo Strauss era un judío alemán que había llegado a EEUU huyendo del nazismo. Su pensamiento es más enrevesado y más provocador de lo que parece en una primera lectura. La parte que resulta más atractiva a los neoconservadores es su idea del propósito moral de Occidente. Occidente está en crisis porque ha perdido la certidumbre sobre su destino y su razón de ser. Occidente debe recuperar su tradición, que se encuentra en los clásicos grecorromanos y en la herencia judeo-cristiana. Son sus ideas sobre la justicia y la felicidad las que definen una sociedad.

Para muchos de los neocons de la primera hora, las presidencias de Nixon y de Carter fueron sendos desastres de relaciones internacionales. Nixon demostró que era antes un pragmático que un hombre de principios: puso fin a la guerra de Vietnam y defendió la distensión con la URSS. Los neoconservadores no sacaron de la guerra de Vietnam la lección de que había que evitar los conflictos ideológicos. Al contrario. Siguieron pensando que la fuerza militar era la mejor herramienta para frenar el comunismo. Si el pragmatismo de Nixon les desilusionó, el pacifismo y el idealismo de Carter les hicieron morderse los puños de rabia.

Con Reagan pareció que habían encontrado el hombre que necesitaban: fieramente anticomunista y dispuesto a utilizar la fuerza militar. En la elección de Reagan, por cierto, confluyeron tres líneas de pensamiento que a menudo van juntas, pero cada una de las cuales tiene sus propios intereses: 1) Los conservadores sociales, que abogan por temas como la familia tradicional y la lucha contra el aborto y suelen tener un marchamo religioso; 2) Los libertarios económicos, que quien un gobierno pequeño y una interferencia mínima del Estado en la economía; 3) Los militaristas que insisten sobre todo en la seguridad nacional y la necesidad de unos EEUU fuertes y activos en la esfera internacional.

Para los neoconservadores, la presidencia de Reagan fue un éxito en política exterior. Las lecciones que extrajeron de su presidencia, que empujó a una URSS tambaleante al precipicio en el que terminó, fueron: 1) El mundo necesita la hegemonía norteamericana, que debe ser ejercida sin complejos; 2) EEUU debe difundir y hasta imponer sus principios en el mundo; 3) EEUU es un hegemón benévolo, pero no tonto y por delante de todo está la defensa de sus intereses; 4) La fuerza militar debe jugar un papel muy relevante en el arsenal norteamericano. Hubo, sin embargo, una carencia de la política exterior de Ronald Reagan, que parece que les pasó desapercibida a los neocons: a menudo se había enfrentado a la URSS por intermediario, sin un planteamiento a largo plazo. Esto sería especialmente notorio en Afganistán, donde EEUU se centró tanto en desangrar al adversario, que ni valoró adecuadamente a los aliados que escogió, ni pensó en cómo reconstruiría el país, una vez hubiera derrotado a los soviéticos.

Irónicamente, George H. W. Bush, el primer presidente que gobernó un mundo unipolar, donde EEUU era LA HIPERPOTENCIA, perdió las elecciones de 1992 por una cuestión de política doméstica: subió los impuestos, cuando había prometido que no lo haría. La derrota electoral enrabietó a los neocons, que se pasaron la presidencia de Clinton rearmando ideológicamente al Partido Republicano y preparándose para cuando les tocase volver a gobernar. Así fue como en 1997 se creó el PNAC.

 

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