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El matrimonio de Tolstoi (2)

Emilio de Miguel Calabia el

Tras la muerte de Tolstoy, Sofía escribió una breve autobiografía. La autobiografía presenta una visión idílica de sus primeros años juntos en la hacienda de Yasnaya Polyana. “No deseaba nada más que vivir con los personajes de “Guerra y Paz”; los amaba y veía cómo la vida de cada uno de ellos se desarrollaba como si fueran seres vivos. Era una vida plena y desusadamente feliz, con nuestro amor mutuo, nuestros hijos y, sobre todo, esa gran obra, amada por mí y luego por todo el mundo, la obra de mi marido. No tenía más deseos.” Según ella, esa felicidad era compartida y recoge frases de distintas cartas que Tolstoy escribió a diferentes destinatarios en 1864: “Es como si nuestra luna de miel acabase de empezar” (…) Pienso que sólo uno de un millón es tan feliz como yo” (…) “Los pueblos felices no tienen historia; ése es el caso con nosotros.”

Antes de comprar una versión tan idílica del matrimonio Tolstoy, hay que tener en cuenta que en sus últimos años Tolstoy había estado muy influído por Vladímir Chertkov, uno de esos entusiastas que enseguida se autoconvencen de que ellos son El Discípulo. Es a Chertkov a quien debemos la versión de una Sofía histérica que le hacía la vida imposible a Tolstoy. En su autobiografía Sofía trata de presentarse como la esposa amantísima de un genio, que hizo todo lo posible por apoyar su trabajo. La versión de Sofía se ajusta más a la realidad, pero le ha limado tanto las aristas a lo que fue un matrimonio muy complicado, que lo que ha dejado es una pálida imagen de lo que fue de verdad.

Los Tolstoi tenían la curiosa costumbre de dejar que el otro leyese su diario íntimo. Debe de ser curioso lo de sincerarte en tu diario, cuando sabes que al día siguiente tu cónyuge lo va a leer. Así pues, no pocas de las entradas cabe verlas como mensajes indirectos que se intercambiaban. Por cierto, que más adelante, cuando las relaciones ya se habían agriado lo suficiente, Tolstoi comenzó a llevar un diario paralelo y oculto que no le mostraba. Más tarde Sofía lo encontró y comenzó a leerlo, pese a lo cual Tolstoi no cejó en su escritura.

Veamos cómo podía se uno de esos intercambio diarísticos al inicio del matrimonio, cuando las cosas iban mejor. El 8 de enero de 1863 Tolstoi escribió: “Por la mañana- sus ropas. Me retó a que les pusiese alguna objeción, lo hice y se lo dije- lágrimas y explicaciones vulgares… Parcheamos las cosas de alguna manera. Siempre estoy insatisfecho conmigo mismo en esas ocasiones, especialmente con los besos- son parches falsos.(…) Siento que está deprimida, pero yo estoy todavía más deprimido y no puedo decirle nada- no hay nada que decir. Simplemente estoy frío y me aferro a cualquier trabajo con ardor. Dejará de amarme. Estoy casi seguro de eso. Lo único que puede salvarse es si no se enamora de otro y yo no seré quien lo haga. Dice que soy amable. No me gusta oírlo; es sólo por esa razón que dejará de amarme.” La respuesta de Sofía en su diario el 9 de enero de 1863: “Nunca en mi vida me he sentido tan desgraciada con remordimientos. Nunca me imaginé que se me pudiera culpar de tanto. He estado ahogandome con las lágrimas todo el día. Me siento tan deprimida. Tengo miedo de hablarle o de mirarle (…) Estoy seguro de que de pronto debe de haberse dado cuenta de lo vil y patética que soy.” No sé los efectos que puede tener sobre un matrimonio someterse a esa terapia de sinceridad machacante día tras día. Sospecho que no muy buenos.

Aunque en su breve autobiografía Sofía hable de amor por el genio que tenía por marido y de su felicidad, no puedo evitar preguntarme si era completamente sincera. Tolstoi a menudo la minusvaloraba. Mientras que ella vivía apasionadamente la escritura de él, Tolstoi nunca se interesó por las dos aficiones de ella, que eran la pintura y la fotografía. Tolstoi la cargó de hijos (13, de los que sólo 8 sobrevivieron a la infancia) y nunca se preocupó demasiado de los temas domesticos. A veces da la sensación de que la trataba como a un ama de llaves ennoblecida. Cuando llevaban algo más de un año de casados, ella escribió en su diario: “Me quedo sola mañana, tarde y noche. Estoy para gratificar su placer [luego hablaré de la líbido de Tolstoi] y cuidar a su hijo. Soy una pieza de mobiliario. Soy una mujer.”

Las relaciones tomaron un giro a peor cuando Tolstoi empezó a obsesionarse con la religión. Se volvió intransigente, en la convicción de que sólo él había sabido entender el mensaje de Jesucristo. Abogó por el vegetarianismo, la abstinencia del alcohol y, muy especialmente, por el celibato y la pobreza. Sofía, que para aquel entonces ya debía de estar un poco hasta los mismísimos, contempló esas nuevas causas de su marido con cierto escepticismo:

Todas las cosas que predica por la felicidad de la humanidad sólo complican la vida hasta el punto en que me resulta cada vez más difícil vivir. Su dieta vegetariana implica la complicación de preparar dos cenas, lo que significa el doble de gasto y el doble de trabajo. Sus sermones sobre el amor y la bondad le han hecho indiferente a su familia, e implican la intrusión de todo tipo de rifirafes en nuestra vida familiar. Y su renuncia (puramente verbal) a los bienes mundanos le han hecho criticar sin parar y mostrar su desaprobación a los demás.” En resumen, en su esfuerzo por redimir a la Humanidad, convirtió en un calvario la vida de los que le rodeaban

Como dije, dos cosas en las que hizo mucho hincapié en su etapa de profeta fueron el celibato y la pobreza.

Tolstoi debía tener una líbido alta. En esos mismos diarios que luego daba a Sofía para que los leyera, escribió cosas como: “No puedo superar mi lascivia. Este vicio se ha convertido en una costumbre para mí” y “Tengo que dormir con mujeres. De otra manera no me deja tranquilo [el deseo]”. Dado que tuvieron trece hijos, puede sospecharse que, además de descuidados y fértiles, debían de practicar el sexo con bastante frecuencia. Por cierto, que la líbido de Tolstoi no debía de perdonarle ni cuando su mujer estaba embarazada y no podía tener sexo, aunque hay motivos para creer que Tolstoi sabía cómo resolver esa incomodidad. Al comienzo de su matrimonio le prometió a su mujer que “no tendría a ninguna mujer del pueblo [en tanto que propietario de la hacienda, acostarse con las jóvenes campesinas no era nada problemático], excepto en raras ocasiones, que ni buscaría ni evitaría.” Nunca he visto una manera más sutil de prevenir a tu pareja de que le vas a ser infiel porque los adulterios “ocurren”.

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