Fallecidos hace tres y seis años, respectivamente, Francisco Nieva (1924-2016) y José Hernández (1944-2013) mantienen en la galería Leandro Navarro (que tanto frecuentaron) un diálogo póstumo gracias a los buenos oficios de José Pedreira y Sharon Smith. Tanto Paco como Pepe tuvieron la suerte de contar con personas que, más allá de cuestiones sentimentales o familiares, son custodios, valedores y promotores de la salvaguarda y difusión de dos mundos creativos inusuales y donde lo plástico se nutre de lo literario para hablar de la degradación, la podredumbre y el abandono junto al deseo, la procacidad y aun la alegría de vivir. Cada uno de ellos por separado, y aún más reunidos aquí, muestran no tanto las contradicciones entre la vida y la muerte, la juventud y la vejez o el bien y el mal, cuanto la evidencia, a veces insoportable, de que la pureza y la perversión pueden ir de la mano lo mismo que la delicadeza y la brusquedad u otro par de opuestos que se nos ocurra. Son obras y artistas que están en contra de las certidumbres, que sospechan de las ideas excesivamente claras y dudan de las lecturas esquemáticas que pretenden constreñir el entendimiento de la realidad en una sucesión de conceptos limpios, aislados e inmaculados.
La exposición está compuesta de catorce óleos de Hernández y catorce dibujos de Nieva. Vanidades, espectros y sombras habitan los cuadros del más joven. Sus espacios son amplios, si bien disminuidos por las zonas de oscuridad y con suelos y paredes resquebrajados. Sus edificios y construcciones tienen una factura clásica, perfecta, con relieves, adornos y volutas de gran complicación, pero están inhabilitados por la ruina y hasta difuminados tras una capa de suciedad que confunde al fondo con la forma, igualándolos. Los personajes que aparecen de vez en cuando visten ricos ropajes, pero sus rostros arrugados revelan que los días del poder están lejos, que acaso pretenden la ficción del dominio sobre los otros pero eso ya ha pasado y son ahora víctimas del tiempo y, sobre todo, de su propia corrupción. Hernández visualiza aquí la mediocridad que quisiéramos esconder. Nos obliga a ser humildes y reconocernos como invasores finalmente fracasados de un patrimonio del que los seres ínfimos, insectos y crustáceos, son los dueños verdaderos.
Los dibujos de Nieva suelen estar vinculados con su trabajo teatral, y es curioso que quien también fue escenógrafo genial, creador y diseñador de maquinaria escénica, abunde en híbridos entre hombres y máquinas. Sus dibujos se centran en lo humano, en las figuras, todas ellas distorsionadas. O es la sexualidad la que se impone brutalmente en una acumulación de ojos seductores y senos henchidos, o los cuerpos que alternan cadavéricas delgadeces con carnalidades adiposas, o, en fin, la sucesión de homúnculos movidos por vapor, con alguna complicada ingeniería en su interior y sin capacidad de realizar nada útil ni práctico. Lo grotesco es aquí ingenioso y divertido, más también trágico, pues pareciera que muchos de estos seres estuviesen condenados por sus pecados a un limbo donde el sufrimiento se hubiese hecho costumbre.
El conjunto de estas obras muestra la vocación reflexiva de sus creadores. Ambos acuden al pasado no para glorificar la historia ni mucho menos el presente, sino para advertir de que la supuesta progresión es regresión, degradación. Creer que uno va a escapar de la corrupción es pretencioso; los delirios de grandeza y poder, la sensación de perdurabilidad, la ambición desmesurada y la soberbia son actitudes baldías e improductivas. La vitalidad se vulgariza cuando se pone al servicio de la satisfacción inmediata de los deseos. Estar contentito por los logros conseguidos, construir legados para que los otros sientan la presencia de uno, aspirar al reconocimiento de la posteridad… todo eso es vano, vanidad.
José Hernández y Francisco Nieva colaboraron en varios proyectos escénicos, según recuerda en el texto del catálogo el también pintor y escritor José Pedreira, quien sitúa en 1973 el primer trabajo conjunto, Danzón de exequias, obra teatral de Nieva con escenografía y figurines de Hernández y dirección de Luis Vera. La siguiente y memorable ocasión que los reunió fue en 1997, cuando Juan Carlos Pérez de la Fuente estrenase en el teatro María Guerrero Pelo de tormenta, la reópera de Nieva con escenografía de Hernández. Inmediatamente Nieva dirigió La vida breve de Falla, en el teatro Real, y en el mismo lugar haría lo propio en 2001 con La señorita Cristina de Luis de Pablo. Por último, Nieva se encargó en 2010 de dirigir su propio texto, Tórtolas, crepúsculo y telón, en el teatro Valle Inclán. Para los tres montajes contó con la escenografía de su amigo Hernández. El carácter efímero del teatro, que debiera ser otro alegato contra la vanidad, hace que esos escenarios sean ya solo recordados o aun imaginados, pero siempre visionarios. Y es que es muy buen título el escogido para esta exposición: Escenarios visionarios, imágenes sobrenaturales, que parecen tener existencia real aunque no sea así. Enhorabuena a quienes nos permiten que la obra de José Hernández y Francisco Nieva siga estando viva, real.
@Pedro_Villora
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