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Santiago Ramón y Cajal: un mal estudiante que llegó a premio Nobel

Santiago Ramón y Cajal: un mal estudiante que llegó a premio Nobel
Pilar Quijada el

Érase un hombre a un microscopio pegado. Así podríamos definir, parafraseando al irónico Quevedo, al aragonés Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), uno de los científicos españoles de mayor proyección internacional. ¿Y por qué le recordamos precisamente ahora? Pues porque hoy se cumplen 80 años de su muerte. Este aniversario es muy especial porque expiran los derechos de autor y su legado pasa a ser del dominio público. Con ello sus libros podrán editarse sin necesidad de permiso, lo que hará posible que tengan una mayor difusión.

Para que vayas abriendo boca, te contamos algunas pinceladas de su vida. Para empezar es uno de nuestros pocos premios Nobel. Quizá pienses que para llegar a tener este prestigioso galardón hay que nacer con una clara inclinación al estudio. Pues este no es precisamente el caso de Ramón y Cajal, como tampoco fue el de Einstein, otro Nobel. Y citamos a ambos genios porque se conocieron con motivo del viaje de Einstein a España en 1923. Y, por cierto, tenían algunos aspectos en común.

Para empezar, ambos causaron en su infancia no pocos quebraderos de cabeza a sus respectivos padres por su poca afición a los estudios. También tenían en común una enorme curiosidad por cuanto les rodeadaba. Si Einstein se valió del eclipse de 1915 para probar su teoría de la Relatividad, a Ramón y Cajal, varias décadas antes, ya le había fascinado este fenómeno, en concreto el eclipse total de Sol del 18 de julio de 1860. La franja de penumbra cruzó la Península desde Santander hasta Castellón justo al mediodía. Hasta España se desplazaron muchos astrónomos famosos para seguir el evento y tratar de dilucidar la misteriosa naturaleza de la aureola que aparecía alrededor de la luna cuando ésta oculta completamente al sol. Santiago, que tenía ocho años, siguió con interés el acontecimiento. La astronomía fue una de sus aficiones, como demuestra su telescopio, que se exhibe en el Instituto Cajal-CSIC, de Madrid.

Otros fenómenos naturales, como la caída de rayos, uno de los cuales fue a parar a su escuela, atraían también su atención. Atención que, para disgusto de su padre, no se mantenía mucho en los libros. El joven Santiago era más aficionado a observar y capturar aves y dibujarlas. Su gran facilidad para el dibujo, que tantas regañinas paternas le acarreaba, le serían muy útil posteriormente para plasmar en el papel lo que veía a través del microscopio. Pero su vida daría muchas vueltas antes de que se sentara pacientemente ante este aparato, que llegaría a fascinarle porque le mostraba «la vida de los infinitamente pequeños».

De zapatero a médico

Cuando tenía diez años, su padre, harto de lo poco que se aplicaba en los estudios, le manda interno, primero a Jaca y luego a Huesca. Pero sus continuas travesuras provocaron la interrupción del bachillerato en varias ocasiones. Como castigo, le obliga a trabajar como aprendiz de barbero y como zapatero. Ésta última ocupación, recordaría después Ramón y Cajal, le sirvió para adquirir una destreza manual que le fue muy útil en el laboratorio. A los 16 años, con el bachillerato aún sin acabar, empieza a estudiar anatomía con su padre, que era médico. Allí el joven Cajal pudo «ver y tocar» lo que estudiaba y también sacarle partido al dibujo, afición que tanto disgustaba a su progenitor, por considerarla una pérdida de tiempo. Sin embargo, ahora le servía para reproducir en el papel lo que veía en el laboratorio. Así se interesó por la Medicina, y con 21 años obtuvo el título.

Como médico, estuvo en la guerra de Cuba, donde enfermó de malaria. A su vuelta, montó un pequeño laboratorio en casa y compró a plazos un microscopio con el que pasaba horas embobado mirando los glóbulos rojos o las células epiteliales. Junto con el dibujo, la fotografía, otra de sus aficiones, le sirvió para captar lo que descubría al otro lado del ocular. Con el tiempo se interesó por el estudio de las células nerviosas. Puso a punto técnicas para teñirlas, y pudo demostrar que las neuronas eran células independientes y no una enmarañada red de transmisión de impulsos nerviosos, como entonces se creía.

Además introdujo otro concepto novedoso: el de un sistema nervioso adaptable al medio, es decir, moldeable a lo largo de la vida. Una famosa frase suya resume el alcance de esa característica en nuestra vida diaria: «Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro». Sus hallazgos fueron fundamentales para impulsar el estudio del sistema nervioso y por ellos recibió el premio Nobel en 1906, que compartió con Golgi.

Si tienes curiosidad por saber más cosas de Cajal, en la Real Academia de Medicina desde el martes 21 de octubre abrirá sus puertas la exposición ‘Cajal: Hombre y Ciencia’ con documentos, objetos personales, óleos originales y obras del Premio Nobel que, a día de hoy, en pleno siglo XXI, sigue siendo el autor más citado en publicaciones médico-científicas. Esta muestra, ubicada en la sede de la RANM, (C./ Arrieta, 12) estará abierta al público hasta el 20 de enero, con acceso gratuito. No te la pierdas!

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