ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Frank Gehry. 20 años después del Guggenheim.

Frank Gehry. 20 años después del Guggenheim.
Frank Gehry Studio
Fredy Massad el

Aunque se encuentra en Europa por trabajo, no está seguro de si asistirá a los actos de celebración del aniversario del Museo Guggenheim Bilbao.

Voy a hacer todo lo posible pero no estoy seguro de que pueda.  Lo ideal sería permanecer aquí unas semanas, pero tengo compromisos en Estados Unidos que me obligan a volver. Venir a Bilbao me supondría hacer tres viajes de larga distancia en muy poco tiempo, ¡incluso a alguien más joven que yo le abrumaría semejante plan!

Contemplando las dos décadas del Guggenheim Bilbao, ¿cómo cree que ha evolucionado como edificio y como pieza urbana?

Creo que ha sido aceptado. Fue diseñado, construido e instantáneamente gustó a muchísima gente.  No obstante, al principio fue un proyecto muy rechazado, incluso por personas a las que les gustó tras haber estado de entrada muy en contra. Me sigue pareciendo milagroso que con un presupuesto pequeño, porque no fue un edificio caro, lográramos construir ese edificio y que obtuviera una respuesta tan positiva. Que se convirtiera en un edificio que ayudara a hacer crecer a la ciudad. Estoy muy orgulloso.

El Guggenheim Bilbao desencadenó la construcción de numerosos edificios espectaculares. No obstante, pocas de esas construcciones, los llamados ‘edificios ícono’, han logrado afianzarse con la misma estabilidad. A su entender, ¿qué valores han permitido al Guggenheim Bilbao convertirse en un referente arquitectónico y trascender lo peyorativo de la idea de ‘edificio estrella’?

No es algo sencillo de responder.  Creo que se debe a algo que tiene que ver con los sentimientos que yo, como arquitecto, siento hacia la cultura vasca.  La sinceridad, la sencillez, la lealtad y el compromiso que distingue a esa cultura son muy estimulantes. Viví y trabajé a partir del sentimiento que adquirí de esa cultura. Había una gran determinación por cambiar la situación económica. Había que crear una gran imagen. Fue una historia repleta de emoción.

Creo que de alguna manera, hizo cambiar algo porque ahora hay orgullo. Los bilbaínos afirman serlo orgullosamente. Creo que eso lo dice todo.  El edificio logró afianzar una transición cultural. El Guggenheim es un avance arquitectónico dentro de un proceso de desarrollo cultural. Y eso es una relación inextricable, el uno no funciona sin el otro.

Esta reflexión acerca de la identidad adquiere aún más pertinencia dentro del actual contexto que atraviesa España.  A través de su explicación hay que entender que, en esencia, su proyecto consistió en aprehender los valores locales vascos y otorgarles un alcance comprensible a escala global.

No estoy muy al tanto de lo que está sucediendo en Cataluña, pero me asusta. También todo lo que está sucediendo en Estados Unidos, los atentados en Gran Bretaña, los conflictos en Oriente Medio… Los niveles de odio en Estados Unidos son espantosos. Creo que todo lo que está pasando en el mundo tiene que ver con el miedo, la sensación de peligro.

¿Ejerció la construcción del Guggenheim Bilbao algún tipo de influencia sobre la arquitectura en España?

No sabría decirle. Me considero un estudiante de muchísimas cosas y, cuando voy a un lugar, dedico mucho tiempo a conocerlo a fondo. Estudio la música, la literatura, el pensamiento, la política… Y estudié mucho por aquel entonces.  La primera vez que visité Barcelona fue durante la época franquista, así que también tuve oportunidad de experimentar ese periodo.  Por otro lado, conozco a arquitectos españoles, como Moneo.

Está en curso una de las fases del proceso de remodelación del Museo de Arte de Filadelfia, un proyecto que le fue asignado debido al exitoso impacto del Guggenheim Bilbao.

Durante una visita que hice al museo, conversé sobre el Guggenheim Bilbao con la que entonces era su directora Annie d’Harnoncourt. Me habló con entusiasmo del edificio en Bilbao y me comentó que el museo de Filadelfia necesitaba una remodelación a fondo.  Me preguntó si me veía capaz de construir un edificio escondido dentro de uno del siglo XIX y que lograra contar, en la época contemporánea, con la misma excelente respuesta que tuvo el Guggenheim Bilbao.  Le dije que no era capaz de anticiparlo. Que las ideas son ideas y que si uno logra hacer algo especial y, después, la gente reacciona positivamente a ello, perfecto. Aunque se coloque un cuadro de Picasso en una sala absurda, el cuadro sigue siendo una gran obra. Y el mundo nos demuestra constantemente que siempre es posible mejorar las cosas. Así que le dije que lo veía posible y que quería intentarlo. Así fue como recibí su invitación para este proyecto.  La primera fase ya ha sido construida, estamos construyendo la segunda y, por último, se construirá la sala dedicada al arte contemporáneo.

Es usted una figura crucial en la historia de la arquitectura de la segunda parte del siglo XX. Quizá no sea un atrevimiento asegurar que usted dio a la arquitectura el empujón de entrada al siglo XXI…

Aguarde un minuto… ¡eso es colocar un gran peso sobre mis hombros!

Sea para bien o para mal, su aportación es incuestionablemente decisiva. Por esto, y su trayectoria vital y profesional, quisiera conocer cómo siente su compromiso con el presente.

Creo que soy ya como un árbol moribundo.  En Estados Unidos, la cantidad de edificios que pueden llamarse ‘arquitectura’ es mínima. A eso me refería aquella vez que le hice una peineta a un periodista en Oviedo, cuando me preguntó mi opinión respecto a que mis edificios fueran calificados de ‘llamativos’.  Me jodió, y mi reacción enfurecida fue pedirle que mirara alrededor y comprobara cuántos edificios de porquería hay en pie. Yo sólo construyo algunos edificios, no cambio el mundo.

Las tendencias mediáticas hoy celebran una arquitectura que quiere distinguirse por su sensibilidad social. ¿Cómo interpreta el menosprecio a la antes admirada arquitectura icónica?

Me hice arquitecto consciente de que mi trabajo iba a contribuir al ámbito de la sociedad.  Y creo que la mayor parte de individuos que se dedican a la arquitectura, lo hacen confiando en que su trabajo servirá para mejorar la vida de las personas.  En mi opinión, eso es lo que todos estamos llevando a cabo. Y en la actualidad, sea debido a cuestiones políticas, a una falta de compromisos, a carencias en la educación… , el arte de la arquitectura no está siendo aceptado por la mayor parte de la población.  Giotto y El Greco fueron arquitectos y pintores. Bernini fue pintor, escultor y arquitecto.  El problema es que la arquitectura no posee una historia como arte y esto se agrava aún más en una sociedad en la que la arquitectura debe tener un valor comercial. La arquitectura puede poseer ambos: comercial y artístico.  Insisto en señalar el caso del Guggenheim Bilbao: el coste ajustado del edificio y el carácter de obra artística que posee por derecho propio. Funciona como museo y es un éxito comercial. Esto supone un triunfo social para la comunidad.

¿Existe un malentendido entre la sociedad y la arquitectura?

No diría que hay un malentendido sino más bien una oportunidad que algunos saben aprovechar y otros, no.  Últimamente se han premiado obras que parten de un sentido de responsabilidad social pero que no tienen valor como arte. No todo el mundo tiene la capacidad de dotar a la arquitectura de ese valor. Que Dios bendiga a todos por su empeño en tratar de ofrecer lo mejor de lo que son capaces, espero que ese sea el compromiso desde el que todos trabajan. Pienso en Le Corbusier, Frank Lloyd Wright… esos arquitectos que fueron los héroes de su tiempo pero que, de hecho, estaban al margen de éste.  Su época no los aceptó. Wright tuvo muchísimos problemas para lograr construir extraordinarios edificios, Le Corbusier no logró construir muchos de los grandes proyectos que podría haber hecho. Supongo que, en algún momento, acabaron rindiéndose.

¿Los entiende? ¿Se ha sentido derrotado alguna vez?

Creo que no. La arquitectura es una profesión muy variada. Dispone de abundancia de espacio para todo el mundo.

Eso me devuelve a una conversación que tuvimos hace veinte años, con el Guggenheim Bilbao aún en construcción. Usted mencionó con énfasis la palabra “democracia”, la importancia de afirmar la presencia de diferentes expresiones y visiones de la arquitectura.

Por eso sigo sosteniendo la idea de que un edificio no puede complacer a todo el mundo.  Cada uno de nosotros posee un talento específico, hay muchas formas de llenar el vacío. Este mundo es diverso.

La construcción de su proyecto para el Museo Guggenheim en Abu Dhabi está en suspenso. ¿Hay alguna novedad al respecto?

Me impliqué en ese proyecto porque Thomas Krens merece todo mi respeto y porque iba a ser un museo que albergara arte de todo el mundo: de Palestina, de Siria, de países africanos, europeos, asiáticos… Fue un proyecto que se realizó coincidiendo con la eclosión de nuevos mercados en Oriente Medio, China…  Krens supo ver esto desde muy pronto y yo me convertí en parte de ello. Disfrutaba asistiendo a las reuniones en las que los comisarios hablaban sobre arte. Sin embargo, observé que no se dirigían la palabra una vez fuera; así que era fácil suponer que, con el tiempo, y si se persistía en la intención de exhibir a un artista sirio y un artista israelí en una misma galería junto a un africano y otro americano, aquello fracasaría.  Para mí es una verdadera lástima que no se haya materializado.

Tras esto, conocí a Daniel Baremboim y Edward Said, fundadores de la West-Eastern Divan Orchestra, y me ofrecí a diseñarles una sala para la sede  de su fundación en Berlín: la ‘Pierre Boulez Saal’. Es un lugar en el que músicos de diferentes culturas interpretan juntos.  Así que, aunque el museo de Abu Dhabi no ha podido salir delante de momento, este proyecto me ha permitido contribuir a la tarea de unir culturas.

Hizo un cameo en un episodio de The Simpsons, “The Seven-Beer Snitch”. Su proyecto para Springfield estaba entre el Museo Guggenheim Bilbao y el Auditorio de Los Ángeles. Creo que en dicho episodio se formula una de las críticas más sagaces al fenómeno de la arquitectura icónica. ¿Intervino en él consciente de la sátira que planteaba?

Yo no vi crítica alguna en él.  Para mí sólo es un dibujo animado. Coincidí con Matt Groening en una conferencia TED y me propuso participar en un episodio de la serie. No me pareció que fuera a plantear ningún posicionamiento político y no lo vi tampoco como una forma de autopromoción,  sólo como algo divertido que Groening quiso hacer. Además, siempre me gusta tomar parte en lo que me interesa. Creo que la serie formula una idea interesante sobre la sociedad, va al fondo de las cosas.

La ironía era brillante.  El imponente edificio encargado para hacer la competencia a la ciudad vecina; usted proclamando, como una autoparodia: “¡Frank Gehry, eres un genio!”…

Sinceramente, para mí fue algo divertido y en absoluto incómodo. Y, además,… ¡ninguno de mis edificios ha acabado convertido en cárcel!

(Esta entrevista fue realizada junto a Alicia Guerrero Yeste el día 8 de octubre de 2017. Publicado en ABC Cultural el sábado 21 de octubre de 2017.)

Retrato de Frank Gehry: Alexandra Cabri.

 

CríticaEntrevistasOtros temas
Fredy Massad el

Entradas más recientes