Rafael Moneo confiesa que le alegra profundamente haber sido galardonado con el León de Oro a la Trayectoria de la Bienal de Arquitectura de Venecia. “Me ha alegrado mucho que hayan pensado en mí porque es un galardón que tiene un carácter muy diverso. La Bienal es un obligado punto de peregrinaje para estudiantes y amantes de la arquitectura en todo el mundo. Que se haya pensado en mí como la persona que en este momento identifica a la comunidad de arquitectos para darle este reconocimiento me hace sentirme incluso conmovido”, dice.
Más allá de la bienal y esos acontecimientos clave para profesionales y estudiantes, ¿la sociedad entiende qué es la arquitectura y se le habla adecuadamente sobre ella?
El ciudadano de a pie no precisa estar al tanto de cuáles son nuestros problemas como arquitectos, pero creo que seguramente los percibe. Sin embargo, explicar cómo se difunde actualmente la arquitectura, cómo es aprendida por la gente y cómo la aprenden actualmente los estudiantes de arquitectura es más difícil porque hoy no se dispone de cánones que den a quienes se inician hoy en la disciplina unos conocimientos que les ayuden en el ejercicio de la profesión.
¿Cómo incide esto en la definición más estrictamente contemporánea de la profesión?
Una educación arquitectónica es algo difuso y amplio, pero no por ello menos atractivo ni menos interesante. La arquitectura se aprende de un modo mucho menos preciso, abarcando desde la estricta moda hasta las técnicas que inevitablemente acompañan a la construcción, así como las formas de vida que van contribuyendo a definir esos programas que el arquitecto necesita como punto de partida para construir sus edificios.
El conocimiento de la arquitectura es hoy menos específico de lo que lo era ayer pero, en ese proceso actual de construcción de las cosas, aunque la figura del arquitecto se haya difuminado, es aún la figura a quien se le pide que se haga cargo de ese último aspecto que tiene lo construido. En este sentido, estar educado para ser capaz de afrontar esa labor mereciendo el respeto de los demás, y también con cierta sensación de saber lo que se hace, no es algo fácil y es el fruto de esa educación amplia y abierta a muy distintos cambios e intereses.
¿Que ese conocimiento sea menos específico ha supuesto que en las escuelas pierda importancia el estudio sólido de la historia?
No me atrevería a decir que hoy en las escuelas no interese la historia de la arquitectura. Otra cosa es aquello que se dio en llamar “estilos” y que en la historia tuvieron una expresión muy concreta y clara pero que ya no sirven hoy. Los estilos han dejado de ser tan fácilmente asimilables y utilizables por los arquitectos. A partir del Modernismo resulta difícil hablar de un entendimiento respecto a lo que la evolución de la historia podía dictar acerca de cómo debía producirse dicha evolución.
Dicho esto, tampoco debe entenderse que, en este momento en que todo parece estar más abierto, no esté presente todo aquello de la historia que gravita sobre nosotros. Por esa razón, el estudiante de arquitectura no puede perder tampoco el contacto con ella. Otra cosa es que el valor que se dio a determinados elementos del pasado haya de seguir vigente hoy. Seguramente, el arquitecto actual no tiene responsabilidad sobre tantas cosas en el proceso de construcción. En los edificios más importantes, polémicos y provocadores, incluso en aquellos que pueden representar con mayor claridad lo que es nuestro tiempo, el considerado “arquitecto” no es naturalmente el único responsable de todo lo que allí ocurre. Actualmente, la construcción es el resultado de un esfuerzo colectivo en el que, al final, alguien infunde criterios de forma que acaban configurando lo que el edificio es. Ése es a quien se llama “arquitecto”, pero no nos quepa duda de que es una figura muy distinta de aquella a la que el término designaba en el siglo XIX y la primera parte del XX.
¿Se considera usted parte de esa última generación de arquitectos?
Muchos arquitectos de mi generación aún nos hemos criado y desarrollando nuestro ejercicio profesional dentro de un entendimiento de lo que significaba ser arquitecto desde una noción efectivamente más próxima a lo que fue en el pasado.
Que no está necesariamente obsoleta, en mi opinión.
Creo que ese modo de ser arquitecto seguirá estando presente. El cambio de escala, y que los edificios más provocadores se resistan a ser vistos como próximos a la arquitectura antigua, no significa que no haya muchas otras ocasiones en que la arquitectura tal como entendida en el pasado no tenga mucho que decir, ni que el mundo avanza olvidando completamente lo que las cosas han sido. El mundo avanza manteniendo muchos mundos vivos a la vez y en él sigue habiendo sitio para esos arquitectos a los que yo pertenezco.
Por otra parte, me parece que los arquitectos de mi generación tienen la obligación de aprender que la ciudad que viene no tiene que ver con la del pasado. Sin embargo, también estamos llamados a defender los atributos de la ciudad antigua y evitar que se olviden. Recordar que quienes construyen tienen que incorporar y absorber esa ciudad antigua. Explicar y tratar de hacer inteligible y accesible el conocimiento de cómo se ha construido en el pasado es también una lección valiosísima y esencial para explicar cómo se construirá en el futuro.
Uno de esos aspectos esenciales de la arquitectura era el dibujo a mano, algo que la introducción de las tecnologías avanzadas ha llevado a desaparecer.
Son cuestiones distintas. Hay que tener claro que el dibujo ha sido el medio que ha permitido la representación de los edificios y, con ello, pensarlos y entenderlos previamente a iniciar su construcción. Esta conciencia de que se puede representar un edificio se adquiere en el Renacimiento. El dibujo ha servido como vehículo para pensar, imaginar y estructurar la arquitectura.
En la actualidad, no es que no sea necesario dibujar, sino que no construimos ayudándonos tanto del dibujo. Las nuevas técnicas no sólo brindan facilidad en la representación, sino también a la hora de construir imágenes.
El edificio ahora se piensa desde otros parámetros que no hacen tan indispensable el dibujo como en el pasado. La cuestión entonces hoy no es rescatar el dibujo porque la construcción de un edificio no precisa de manera tan decisiva el soporte de éste. Dicho esto, quien quiera seguir pensando la arquitectura desde el dibujo seguirá haciéndolo y para esa persona seguirá teniendo valor.
Usted ha sido autor no sólo de muchos nuevos edificios, sino también responsable de numerosas rehabilitaciones. ¿Está Europa en un momento más de rehabilitación que de construcción?
Siempre he tenido un enorme interés en construir sobre lo construido. Creo que el problema de la ciudad futura es el de absorber debidamente la ciudad que heredamos. No debemos prescindir de lo construido sin detenernos a pensar dos veces cómo puede sernos útil, no en términos estrictamente económicos sino desde el valor configurante que todo edificio cumple en la ciudad. Comprender la ciudad como resultado del proceso evolutivo de un ser diverso ayuda pensar que toda intervención y edificio no es un elemento autónomo, sino uno que debe integrarse en ella. Deberíamos entender esto para contar con un punto de partida a fin de entender qué debe ser nuestro trabajo y hacerlo más sólido y solvente.
Hoy se está produciendo un proceso de vuelta que debería obligarnos a ser rigurosos y exigentes. Ser verdaderamente respetuoso en términos ecológicos cuando se construye implicaría involucrar a los desplazamientos, a las propias técnicas constructivas utilizadas… Sin embargo, actualmente están dando muchas propuestas que son ecológicas a costa de un gran nivel de artificialidad con el objetivo de permitir al usuario último presentarse como responsable.
¿Las circunstancias de la actual pandemia han puesto de manifiesto la necesidad de repensar seriamente la arquitectura y la ciudad? ¿Han hecho que la profesión arquitectónica reconozca errores o irresponsabilidad?
La reacción al coronavirus debe ser una respuesta global y, personalmente, no dejaría que una actividad como la construcción del medio físico fuera la que tuviera que tener claramente establecido el programa para actuar después de la pandemia. Esa actuación debería afectar, y seguramente a lo hará, a nuestras vidas de manera total. Por supuesto, en esa totalidad, se engloba la vivienda.
Durante la pandemia se nos ha enseñado que nuestras casas tienen tanto valor en el momento en que estamos confinados, hemos comprendido los espacios públicos tienen un valor del que no deberíamos prescindir…Pero creo que, en ese sentido, muchas otras actividades humanas van a tener que reaccionar y abordar los mismos cambios que deberá hacer la arquitectura.
La arquitectura española experimentó un fortísimo auge entre la década de los 90 y el año 2008, hasta la llegada de la crisis económica. Trece años después, ¿cómo percibe el estado de la arquitectura realizada tras esa crisis? ¿Ha habido una recuperación o regeneración?
Haciendo un sumario demasiado elemental, creo que tal vez la arquitectura de los años 90 podría ser describible en relación a los problemas entre construcción y programas, así como el intento de adecuar los lenguajes más contemporáneos a los medios de construcción en España.
La arquitectura española es hoy más diversa en respuestas. Quienes están accediendo al ejercicio profesional, lo están haciendo desde muy distintas plataformas y posiciones, y creo que eso es algo positivo. Esas posiciones en las que se sitúan son el resultado de una elección más o menos libre y consciente, por eso creo que sería difícil establecer y describir qué está sucediendo y confrontarlo con lo que fue la arquitectura de esos años inmediatamente anteriores al cambio de siglo. En términos de diseño, es siempre una arquitectura de mucho nivel y lo cierto es que, entre muchas de esas respuestas diversas, surgen propuestas brillantes.
Diría también que esa fragmentación y proliferación se debe también al hecho de que el papel de los medios de difusión ha cambiado: antes, esa difusión se producía a través de revistas, movimientos específicos…y hoy todo es más instantáneo. Cada mañana determinada información es recibida por un gran número de arquitectos. Con esa instantaneidad se disuelve, también cada mañana, la posibilidad de una continuidad estilística que permita conferir una sensación de durabilidad formal al momento preciso en que estamos viviendo.
¿Cuál es su reflexión sobre el papel de la crítica dentro de ese escenario de instantaneidad?
La cuestión sería dónde están los límites de esa misión que atribuimos al crítico.
Pienso en una figura como Ada Huxtable, quien en los años 70 y 80 fue desde The New York Times una voz crítica que ayudó a que hacer entender qué era la arquitectura. Hoy, y sin intención de querer emitir un juicio de valor, no creo que sea tan fácil encontrar ese mismo tipo de crítico. Las revistas han perdido un cierto peso porque la información ya no llega canalizada a través de publicaciones especializadas, sino que, como antes señalaba, es instantánea. Las revistas ya no se consolidan descubriendo: el descubrimiento ya está hecho. El valor crítico que alguna publicación podía poseer en ese sentido es algo que ya no se da actualmente.
Por otro lado, cada día hay muchos más escritos y estudios sobre arquitectura. Las propias estructuras establecidas por la enseñanza y las escuelas obligan a que quienes aspiran a trabajar en ella tengan que escribir. Nunca habíamos visto tantas decenas de publicaciones que en el fondo también valdrían para ampliar el campo en el que hay que hacer también uso de la palabra crítica; sin embargo, faltan libros cruciales o capitales. Sería muy difícil citar algún título actual actual que tuviera el mismo influjo crucial que algunos de los que fueron publicados en la década de los años 60 (es decir, libros que ya tienen más de cincuenta años).
¿Cree que hoy se lee con menos profundidad o, de manera general, hay menos profundidad?
Creo que sí.
El viaje ha sido un modo tradicional de conocer, saber y entrar en la arquitectura. Hoy, la gente tiene la sensación de que ha viajado y de que ha visto cosas que, en realidad, no ha visto. La sensación de proximidad es tal que se permite prescindir del viaje. Muchas personas tienen la sensación de haber estado en Santa Sofía cuando seguramente no lo han hecho. El aprendizaje que se produce en ese momento en que uno se queda solo ante las cosas, y que es algo a lo que da lugar el viaje, hoy puede obviarse. Traslademos esto a los libros y al mundo de las ideas: hay mucha menos lectura reflexiva. No digo que eso reste la posibilidad de intervenir en el proceso de construcción, pero sí dudo de que exista esa digestión que se produce mediante el contacto directo con la idea en el texto, del mismo modo que tampoco se da el viaje. Desde la condición de enseñante que me ha tocado vivir siempre he empujado a los estudiantes a viajar y a leer.
Retrato de Rafael Moneo: © Carlos A Schwartz
(Una versión abreviada de esta entrevista se publicó en ABC Cultural el 8 de mayo de 2021.)
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