Cuando en octubre de 2010 el MoMA inaugura la exposición ‘Small Scale, Big Change’ está asumiendo que, tras la explosión de la crisis, el vigente modelo de los star-architects y sus íconos ya no es vendible. El cambio que señala no viene dado por una reflexión profunda ni tampoco por una crisis catártica sobre lo insostenible de ese modelo sino que constituye la forma rápida de asimilar los avatares de una sociedad en depresión. El León de Oro concedido al proyecto de reivindicación sobre la Torre David llevado a cabo en la Urban Think-Tank en la Bienal de Venecia de 2012 (dirigida por David Chipperfield) es la afirmación de un nuevo patrón de ‘arquitectura estrella’. Este reconocimiento controvertido no hace sino corroborar que se pasaba de un modelo arquitectónico de brillo y ostentación a una sacralización pornográfica de lo pobre.
El Pritzker a Alejandro Aravena y su nombramiento como director de la actual edición de la Bienal de Arquitectura de Venecia insisten en este triunfo del discurso simplista y oportunista sobre la precariedad y la preocupación social. Un discurso muy distante de los hechos concretos y constatables. Ahí están esas imágenes de las condiciones de vida en las viviendas de la Quinta Monroy en Iquique o el documental 74m2, en el que se constata la pésima gestión de ELEMENTAL a lo largo del proceso de diseño y construcción de un complejo de viviendas sociales en Valparaíso (Chile).
Por más que a primera vista la entronización de Aravena pueda parecer un impulso para prestigiar la arquitectura iberoamericana, esto no es en realidad sino un gran fracaso. Es el triunfo de lo precario, la homogeneización en negativo de una realidad heterogénea y compleja que Aravena, como algunos otros arquitectos del continente, está reduciendo meramente para regodeo paternalista de la mirada eurocéntrica, tan a menudo dada a la conmiseración y a la esquematización de realidades que le son ajenas.
La fotografía del panel de presentación de esta Bienal de Venecia no deja lugar a dudas: los mismos de siempre, todos hombres, todos blancos y presididos por Aravena, colocado ahí hoy solamente para que parezca que algo ha cambiado sin que realmente nada lo haya hecho. O peor aún: para que todo sea aún más hipócrita en todo ese poderoso festival de vanidades.
(Este texto fue publicado originalmente el 7 de junio de 2016 en el suplemento ARQ del diario Clarín.)
Fotografía: Jürgen Teller, Vivienne Westwood in Kenya
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