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Blogs Ventana al cerebro por Cátedra en Neurociencia

“Los hombres no están preparados biológicamente para una respuesta paternal”

Mari Cruz Rodríguez del Cerro, catedrática de Psicobiología de la UNED, es experta en conducta parental

“Los hombres no están preparados biológicamente para una respuesta paternal”
Cátedra en Neurociencia el

Por Estrella Veiga Zarza, Alumna del Máster en Neurociencia de la UAM

La Dra. María Cruz Rodríguez del Cerro, catedrática de Psicobiología de la UNED, es experta en conducta parental. En su libro ‘El Cerebro Afectivo’ (Plataforma Editorial, 2017) aborda la importancia del afecto para el desarrollo del cerebro.

El afecto maternal humano, ¿depende de factores neurobiológicos?

Sí. Los factores neurobiológicos influyen en el establecimiento de los lazos maternales y paternales. O sea, somos biología, y esta biología se traduce en comportamiento. En general, el olfato, la vista y, sobre todo, el tacto, son cruciales en las primeras relaciones maternofiliales, y las variables afectivas se forman a través de esos vínculos sensoriales. Una de las estructuras cerebrales que más implicada está en el establecimiento de buenas pautas de comportamiento maternal es la amígdala, una estructura muy pequeña que forma parte del sistema límbico. De ella va a depender ese buen establecimiento del vínculo madre-bebé y, posteriormente, las buenas pautas de comportamiento maternal. Si la amígdala se lesionara, aparecería una alteración importante en el comportamiento de cuidado hacia las crías.

La falta de cuidados y muestras de afecto en la infancia, ¿dejan huella en el cerebro?

Sí, fundamentalmente porque en el cerebro del recién nacido hay unas redes que todavía no se han formado, como aquellas del sistema límbico. Hay estudios en modelos animales que demuestran que todo el proceso de sinaptogénesis -es decir, la formación de conexiones nuevas- puede estar alterado cuando hay una falta de cuidados maternales. En humanos, los estudios son más de carácter sociobiológico y se ve que bebés que han crecido en ambientes afectivamente pobres llegan a desarrollar unas alteraciones del comportamiento importantes. Desde mi propia experiencia investigadora, y ahora también a nivel divulgativo, lo que intento transmitir es que prestar atención a estos primeros años de vida es asegurar un mejor desarrollo individual y social.

En su libro ‘El Cerebro Afectivo’, explica cómo el estrés prenatal, es decir, el estrés que sufre la madre gestante antes del parto- puede afectar a nuestro cerebro. ¿De qué manera le afecta?

Es a través del aumento crónico de cortisol. El cortisol -considerado popularmente “la hormona del estrés”- es, a unos niveles altos, un agente tóxico, sobre todo en cerebros inmaduros. El estrés en la vida de las personas puede ser bueno en momentos determinados para reaccionar ante situaciones de peligro o situaciones graves, pero esto son respuestas puntuales. Cuando el estrés se produce de manera crónica (p.ej., ante maltrato psicológico o físico, pobreza extrema, etc.), ese nivel de cortisol alto es un tóxico en el cerebro de los bebés, de manera que está bloqueando procesos relacionados, fundamentalmente, con el establecimiento de conexiones nuevas, con la sinaptogénesis. Es clave que no exista estrés crónico durante el periodo prenatal, perinatal y postnatal.

Este efecto tóxico que tiene el estrés en el cerebro durante la gestación, ¿nos va a acompañar siempre o hay algo que podamos hacer?

Afortunadamente, hay solución. Fue con un trabajo nuestro, que tuvo bastante impacto, la primera vez que se dio un mensaje optimista a los datos previos sobre los efectos terribles del estrés crónico. Lo que hicimos fue estresar ratas madre durante la gestación. Cuando parieron, traspasamos las crías a madres no-estresadas: hicimos cambio de camadas. ¿Y qué pasó? A pesar de que, efectivamente, esa cortisona (“hormona del estrés” en ratas) aumentada durante toda la gestación había afectado el desarrollo neuroendocrino en los neonatos, al ser criadas por madres no-estresadas, vimos que, cuando crecían y se convertían también en madres o padres, desarrollaron las mismas buenas pautas de comportamiento parental que habían recibido de sus madres “adoptivas” no-estresadas. En cambio, las hermanas que se habían quedado con las madres estresadas tenían, además de las alteraciones neuroendocrinas, alteraciones comportamentales y no eran capaces de atender a sus crías. El mensaje que dimos fue que una buena conducta maternal es capaz de compensar limitaciones biológicas producidas por los efectos del estrés crónico durante la gestación.

Los resultados obtenidos en el estudio de la conducta parental en ratas, ¿son extrapolables a humanos?

La experimentación básica, que es la que se hace con modelos animales, es una experimentación absolutamente necesaria para poder investigar qué factores neurobiológicos son importantes. Por ejemplo, yo he estudiado el sistema neuroendocrino relacionado con el comportamiento parental en ratas y no lo podría haber realizado en humanos de la manera en que lo he hecho. Los inicios del estudio del comportamiento maternal en humanos han tenido su base siempre en modelos animales. En especial, el modelo de rata nos ha resultado muy útil para establecer un marco teórico donde poder hacer predicciones, desarrollar hipótesis de trabajo y poder probarlas. Los resultados que hemos obtenido con estas investigaciones básicas nos han servido para dar el salto a humanos.

¿Nos puede contar más sobre estos estudios en humanos?

Hemos realizado el mapeo cerebral del comportamiento maternal y paternal, y hemos estudiado con resonancia magnética funcional las diferencias entre padres y madres primerizos y veteranos. Donde hemos visto que existe una diferencia abismal es entre padres y madres primerizos. En la madre primeriza, zonas como la amígdala, el núcleo paraventricular (relacionado con la síntesis de oxitocina), el cíngulo y la corteza prefrontal, se están activando ante estímulos olfativos y auditivos de sus propios bebés. En cambio, el padre tiene menos actividad cerebral ante estos estímulos. Tras seis meses, en los padres aparece ya actividad en esas zonas. Estas diferencias nos están diciendo que, de alguna manera, los hombres no están preparados biológicamente para dar esa respuesta paternal, pero la llegan a adquirir a través de la comunicación permanente con sus hijos.

Ha titulado su libro “El Cerebro Afectivo”. Y, sin embargo, en las primeras líneas de la introducción dice que el cerebro afectivo no existe… ¿Podría explicar esta contradicción?

Sí. Se considera de manera didáctica que el cerebro afectivo es el sistema límbico. El sistema límbico está modulando respuestas de afecto, emoción, establecimiento de lazos de empatía, de aprendizaje de comportamientos sociales… Sin embargo, no creo que el sistema límbico sea el cerebro afectivo primordial. Yo creo que todo nuestro cerebro es cerebro afectivo. Somos seres integrados: la genética y la educación influyen en el desarrollo de nuestro cerebro. Por eso digo en el inicio de mi libro que, si bien la descripción del sistema afectivo implica directamente al sistema límbico, no creo que sea tan determinante. Es todo nuestro cerebro el que está conformando nuestro modo de responder de manera emocional.

¿Qué le gustaría aportar a la Neurociencia en los próximos años?

En los próximos años, mi objetivo es poder estudiar en humanos qué es lo que sucede para que el cerebro de una madre o de un padre rechace a sus hijos. Yo estoy convencida de que se debe fundamentalmente a efectos de un estrés permanente, y mi obsesión es tratar de demostrar esto y lograr que haya una mayor inversión para poder prevenir algo tan doloroso como es el rechazo y la violencia hacia los hijos.

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