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Santiago Ramón y Cajal: “La admiración de la Naturaleza, una tendencia irrefrenable de mi espíritu”

Santiago Ramón y Cajal: “La admiración de la Naturaleza, una tendencia irrefrenable de mi espíritu”
"Santiago Ramón y Cajal", de Sorolla. Museo Provincial de Zaragoza
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“La admiración de la Naturaleza constituía también, según llevo dicho, una de las tendencias irrefrenables de mi espíritu. No me saciaba de contemplar los esplendores del sol, la magia de los crepúsculos, las alternativas de la vida vegetal con sus fastuosas fiestas primaverales, el misterio de la resurrección de los insectos y la decoración variada y pintoresca de las montañas. Todas las horas de asueto que mis estudios me dejaban pasábalas correteando por los alrededores del pueblo, explorando barrancos, ramblas, fuentes, peñascos y colinas, con gran angustia de mi madre, que temía siempre, durante mis largas ausencias, algún accidente.

Museo Provincial de Zaragoza

Como derivación de estos gustos, sobrevino luego en mí la pasión por los animales, singularmente por los pájaros, de que hacía gran colección. Complacíame en criarlos de pequeñuelos, en construirles jaulas de mimbre o de cañas, y en prodigarles toda clase de mimos y cuidados. Mi pasión por los pájaros y por los nidos se extremó tanto, que hubo primavera que llegué a saber más de veinte de éstos, pertenecientes a diversas especies de aves. Esta instintiva inclinación ornitológica aumentó todavía ulteriormente. Recuerdo que frisaba ya en los trece años, cuando di en coleccionar huevos de toda casta de pájaros, cuidadosamente clasificados. Para facilitar la colecta (que mi padre veía con buenos ojos), ofrecí a los muchachos y gañanes una cuaderna por cada nido que me enseñasen. De este modo, la colección se enriqueció rápidamente, llegando a contar 30 ejemplares diferentes. Mostrábala ya orgullosamente a mis camaradas del pueblo cual si fuera tesoro inapreciable.

Desgraciadamente, mi colección —que guardaba cuidadosamente en una caja especial de cartón dividida en compartimientos rotulados— se malogró: los ardores del mes de agosto dieron al traste con mi tesoro, provocando la putrefacción de las yemas y la rotura de las cáscaras. ¡Grande fue mi pena cuando comprendí toda la extensión del irreparable daño!

 

Estaba inconsolable al ver que los huevos de engaña-pastor (chotacabras), tordo, gorrión, pardillo, pinzón, cogullada (cogujada), cudiblanca, mirlo, picaraza (garza), cardelina (jilguero), cuco, ruiseñor, codorniz, etc., rezumaban al través de las cáscaras entreabiertas líquido corrompido y maloliente. Tales aficiones fomentaron mis sentimientos de clemencia hacia los animales. Gustaba de criarlos para gozar de sus graciosos movimientos y sorprender sus curiosos instintos; pero jamás los torturé haciéndoles servir de juguetes, como hacen otros muchos niños. Para cazarlos prefería los procedimientos que permitían cogerlos vivos (besque o liga, lienas con hoyos hondos, la red, etc.).

Cuando había reunido muchos y no podía atenderlos y cuidarlos esmeradamente, los soltaba o los devolvía, todavía pequeñuelos e implumes, a sus nidos y a las caricias maternales. En estos caprichos no entraba para nada el interés gastronómico ni la vanidad del cazador, sino el instinto del naturalista. Bastaba para mi satisfacción asistir al maravilloso proceso de la incubación y a la eclosión de los polluelos; seguir paso a paso las metamorfosis del recién nacido, sorprendiendo primeramente la aparición de las plumas sobre la piel de los frioleros pequeñuelos; luego, los tímidos aleteos del pájaro que ensaya sus fuerzas y despereza las alas, y finalmente, el raudo vuelo con que toma posesión de las anchuras del espacio”.

Santiago Ramón y Cajal. “Recuerdos de mi vida”, capítulo III

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