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Blogs Ventana al cerebro por Cátedra en Neurociencia

“Con la mente vemos más que con los ojos”

Alex Gómez-Marín, físico del Instituto de Neurociencias de Alicante

“Con la mente vemos más que con los ojos”
Cátedra en Neurociencia el

Por José Ignacio Gómez Blanco, alumno del Máster en Neurociencia de la UAM

¿Cuáles son las principales líneas de investigación en su laboratorio?

Tenemos varias líneas de investigación. Algunas parecen un tanto eclécticas, incluso excéntricas. Lo que las unifica es la búsqueda de

Soy físico teórico y neurocientífico. También soy papá de dos niñas maravillosas. Me formé con una carrera y un doctorado en física y, por “casualidades” de la vida, acabé estudiando sistemas vivos. Inicié mi viaje en neurobiología investigando cómo la mosca de la fruta, un organismo aparentemente simple, puede orientarse y navegar en un gradiente de olores. Ese fue mi portal al mundo de las neurociencias. Desde el 2016, cuando empecé mi propio grupo en el Instituto de Neurociencias de Alicante, además de seguir trabajando con “organismos modelo”, me he centrado progresivamente en el estudio de la mente humana. Es un periplo curioso, desde las ecuaciones abstractas de la pizarra al comportamiento y la cognición en moscas, gusanos, ratones y humanos. Actualmente mi investigación se concentra en el estudio científico de la consciencia en el mundo real

principios fundamentales en las ciencias de la vida y la mente. En las ciencias de la materia, es decir en la física, tenemos muchas herramientas teóricas, pero en biología estamos todavía en los albores: ¿a cuántos “biólogos teóricos” conoces? El nombre técnico que engloba mi abordaje podría ser “neuroetología computacional”. La “neuroetología” incluye las ramas de la neurociencia con énfasis en el estudio del comportamiento en condiciones lo más naturales posible. En vez de estudiar qué hace una “rodaja” de cerebro en una placa de Petri, nos interesa saber qué hace el animal completo en un ambiente ecológico y evolutivamente significativo. Respecto a la parte “computacional”, aplicamos técnicas de análisis muy sofisticadas sobre datos precisos y cuantitativos de comportamiento y su correlación con el cerebro en distintas especies animales. Como te comentaba antes, empezamos analizando la mosca de la fruta, Drosophila melanogaster, y el gusano Caenorhabditis elegans. Pero cada vez tenemos más y mejores oportunidades de hacerlo también en humanos. Son buenas noticias, pues podemos regresar a la promesa fundacional de las neurociencias: estudiar el cerebro de otros animales para entender nuestra propia mente. Para conocernos mejor a nosotros mismos no hay mejor “organismo modelo” que nosotros mismos.

En uno de vuestros proyectos usáis algoritmos sofisticados para intentar “pillar” los trucos a los magos usando inteligencia artificial. ¿Qué aporta esto al estudio del cerebro?

En efecto. Pero no se trata tanto de desvelar o explicar los trucos científicamente sino de dejar que hagan su efecto en nuestra cognición y estudiar precisamente ese proceso. Vemos al mago como un prisma a través del cual vamos a hacer pasar nuestra mente, cuyos sesgos se verán entonces refractados y reflejados. Es decir, usamos la magia como herramienta para revelar varios procesos cognitivos que, siendo cotidianos, son difíciles de recrear en un laboratorio. Por ejemplo, la memoria, tan fácil de confundir. O nuestra toma de decisiones, que a menudo creemos voluntaria y meditada, pero que tiene en realidad un fuerte componente automático e irracional. El control y desvío de la atención, y cómo “la mano es más rápida que el ojo”, también los podemos estudiar a través del ilusionismo. Es increíble la de procesos cognitivos que, en un minuto de magia, el mago puede “hackear”.

La investigación de las bases cognitivas del ilusionismo es un buen ejemplo de nuestro abordaje a la mente humana en el mundo real.

Además de su trabajo como investigador, tiene un papel como divulgador activo con vídeos, entrevistas y charlas.

No estoy seguro de ser un divulgador. Lo que hago, sobre todo, es pensar en voz alta. Saco a la esfera pública mis propios procesos, creencias y dudas como investigador. Digamos que me interesa un tipo de comunicación que, más que hacer brillar los descubrimientos científicos, permita la transparencia de los mismos. En vez de deslumbrar con “la ciencia dice” o “los expertos ahora saben”, prefiero arrojar luz sobre lo que “la ciencia calla” o sobre lo que “los expertos aún ignoramos”. Se trata de una forma de contar la ciencia que facilite a las personas que no son científicas entrever qué hay detrás del telón y apreciar los entresijos de eso que llamamos “la ciencia” y que no suelen contarse pero que son fascinantes.

La ciencia no es una máquina de producir verdades incuestionables, es un proceso sofisticado y delicado de consenso entre expertos.

Es todo menos una historia sencilla y lineal de éxitos y certezas. Se parece más a una novela de Stephen King o a Juego de Tronos que a una película romántica de Hollywood.

Te mantiene en vilo hasta el final, hay giros realmente inesperados y, a menudo, no se resuelve la trama. Yo prefiero contarlo así porque creo que es más honesto.

¿Educación básica en ciencia en España?

Voy a ser muy crítico. No solo hay que apuntar a la educación primaria y secundaria, donde los maestros hacen literalmente lo que pueden tras una retahíla de disparates legislativos, corsés burocráticos y recortes económicos. Los alumnos salen cada vez sabiendo menos matemáticas y filosofía, menos historia y biología, producto de una suerte de estrategia para fabricar ciudadanos cada vez más ignorantes y sumisos. A su vez, la educación superior no se libra del “espíritu de los tiempos”, pues se ha convertido en un negocio de preparación para el mercado laboral, con muchos “pre parados”, que poco tiene que ver con educar, que etimológicamente significa nutrir y dejar salir lo que hay dentro en vez de forzar o adiestrar desde fuera. Aún quedan bastiones, como los doctorados, en los que en principio el énfasis sigue estando en “conocer por conocer”. Pero incluso esa bonita y poderosa máxima se está pervirtiendo aceleradamente. Los doctorandos pronto comprenden que, para sobrevivir, deben ponerse cuanto antes a “construirse su carrera”, entrando prematuramente en la rueda que hace que ya no estés estudiando por y para saber, sino para publicar y así poder pedir tu próxima beca, convirtiéndose en un círculo poco virtuoso. La misión de la Universidad está en juego; la idea de Universitas se está fragmentando. Aún estamos a tiempo.

Acaba de ser galardonado en la primera edición del premio de investigación Linda G. O’Bryant del Instituto de Ciencias Noéticas (IONS) de EEUU que reconoce propuestas científicas para demostrar que la mente es más que una función neuronal. ¿Puede explicar su propuesta teórica?

Pedían una propuesta teórica con un detallado mapa empírico para testar una alternativa viable a la visión materialista que proclama que la mente “vive encerrada dentro de la cabeza”. Apoyándome en la tesis de “la mente extendida” —cada vez más popular entre científicos y filósofos actuales—, la he extendido todavía más. Para decirlo a modo de titular, propongo que vemos con la mente más que con los ojos o con el cerebro. Si eso es cierto, deberíamos ser capaces de percibir imágenes del mundo exterior sin usar el sentido de la vista tal y como lo concebimos habitualmente. En mi propuesta, recojo evidencias desperdigadas en distintos países y culturas a lo largo de más de un siglo y las integro críticamente a la luz de una serie de test rigurosos que permitirían verificar, o refutar, la hipótesis de partida. Aún no sabemos la respuesta (por eso hay que investigar), pero los resultados podrían cambiar profundamente nuestra visión de la realidad. Creo además que mi ensayo ayudará tanto a escépticos como a creyentes (yo soy ambas cosas, según el día de la semana) a entender qué es y qué no es eso que llamamos “pseudo-ciencia”. Aunque son más de treinta páginas (en inglés), invito al lector a que bucee en mi propuesta. Está escrita para todos los públicos.

¿Qué ha supuesto este premio en su carrera?

No hay que tomarse los premios demasiado en serio. Pero, obviamente, es una gran alegría. Y es también una confirmación, al menos para mí, de que mi apuesta por una nueva ciencia de la consciencia es reconocida por otros, aunque sea desde el otro lado del Atlántico. Este centro norteamericano de referencia en el estudio científico de la relación entre mente y materia (por cierto, fundado hace cincuenta años por el sexto hombre en pisar la luna) reconoce hoy las ideas de un españolito entre más de cien propuestas de todo el mundo. Es dulcemente irónico ver que “en casa” no me reconocen “papá y mamá”, pero fuera de casa sí. Casi nadie es profeta en su tierra… Y yo no pretendo ni ser profeta, ni víctima, ni verdugo. Solo ejercito mi libertad de cátedra, principio fundamental en la Academia, para estudiar científicamente aquello que me parece interesante, fructífero e incluso urgente para entender mejor la mente humana y sus capacidades. Creo que aquellos que creen dogmáticamente que el cerebro produce, en vez de permitir, la consciencia son los terraplanistas del mañana. Dicen que la paciencia es la madre de la ciencia. Habrá pues que esperar, un poco más.

 

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