Por Esperanza López Merino – Alumna del Máster en Neurociencia de la UAM
La supresión del apetito a corto plazo es una consecuencia bien conocida del ejercicio vigoroso. Sin embargo, el mecanismo fisiológico por el que tiene lugar esa reducción no se conocía hasta ahora. Y es precisamente el incremento de la temperatura corporal que acompaña al ejercicio intenso el que reduce el hambre, a la vez que nos produce una sensación de bienestar.
Lo acaba de descubrir un neurocientífico aficionado a correr. Young-Hwan Jo, que así se llama, es profesor asociado de Farmacología Molecular en Facultad de Medicina Albert Einstein de Nueva York. Tres veces a la semana Young-Hwan Jo corre en una pista cerca de su casa entre 30 y 45 minutos. Como muchos deportistas, notó dos cosas sobre los entrenamientos intensos: aumentan la temperatura corporal y reducen el apetito durante varias horas.
Jo estudia el hipotálamo, la parte del cerebro que desempeña el papel central en la regulación del metabolismo y el peso. Y se preguntó si algunas neuronas del hipotálamo responderían al incremento de temperatura inducido por el ejercicio liberando un mensaje de ‘¡Dejar de comer!’.
El Dr. Jo se centró en las neuronas muy concretas, denominadas proopiomelanocortinas (POMC), que suprimen el apetito en una zona del hipotálamo demoninada núcleo arqueado. Algunas de esas neuronas no están protegidas por la barrera hematoencefálica que aísla al cerebro, por lo que pueden detectar y responder directamente a las hormonas y nutrientes en la sangre. Y Jo se preguntó si esas neuronas percibirían también cambios en la temperatura corporal.
Y efectivamente comprobó que eran capaces de responder a los cambios de temperatura gracias a unos receptores, llamados TRPV1, similares a los que tenemos en la piel o en la lengua. Estos receptores se activan por el calor y por el picante, que, como el ejercicio, tiene un efecto saciante. El hallazgo se ha publicado en Plos One Biology.
Las neuronas POMC son anorexigénicas, es decir son las encargadas lanzar el mensaje de NO comer. Utilizando ratones, los investigadores comprobaron que al hacer ejercicio durante 40 minutos la temperatura corporal de los roedores aumentaba y reducían su ingesta a la mitad durante las siguientes 12 horas.
Lo mismo ocurría cuando los investigadores activaban localmente estos receptores TRPV1 inyectando capsaicina, componente activo de las guindillas. Comprobaron además que este efecto saciante del ejercicio o la guindilla no tenía lugar si previamente bloqueaban químicamente los receptores TRPV1 o los eliminaban con técnicas de ingeniería genética. Así demostraron que estos receptores son los responsables de monitorizar los aumentos de temperatura e influir sobre la ingesta.
El aumento de temperatura que produce el ejercicio es sutil (como máximo 2ºC), pero es suficiente para ser detectado por estas neuronas POMC e influir en el apetito. “Nuestro estudio aporta evidencias de que la temperatura corporal puede actuar como una señal para regular la ingesta, tal y como lo hacen los nutrientes y las hormonas” afirma Jo Young-Hwan. Este hallazgo abre la puerta a nuevas formas de controlar el apetito y tratar la obesidad y el sobrepeso, un problema que afecta a más de 20 millones de españoles en la actualidad y se prevé que siga aumentando en los próximos años.
Entendiendo el cerebro