Por Pilar Quijada
Cuando estamos estresados, con frecuencia sentimos más dolor. Y un grupo de investigadores de Londres han querido indagar si esto también les ocurre a los bebés. Por extraña que pueda parecernos la duda, hay que recordar que hasta hace un par de décadas se pensaba que los bebés no sentían dolor e incluso se les sometía a dolorosas intervenciones quirúrgicas sin anestesia.
Hoy se sabe que no solo sienten el dolor, sino que los procedimientos dolorosos en las primeras etapas de la vida dejan una huella permanente que hace que, de adultos, perciban el dolor con más intensidad. Y ahora una nueva investigación concluye que como los adultos, los recién nacidos estrados perciben también el dolor con más intensidad.
Cuando los bebés recién nacidos están bajo estrés, sus cerebros muestran una mayor respuesta al dolor, según un nuevo estudio. Sin embargo, paradójicamente, el comportamiento de los bebés no lo refleja. El estudio, publicado en Current Biology, muestra que el estrés conduce a una aparente desconexión entre la actividad cerebral de los bebés y su comportamiento.
“Cuando los bebés recién nacidos experimentan un procedimiento doloroso, hay un aumento razonablemente bien coordinado en su actividad cerebral y sus respuestas conductuales, como llorar y hacer muecas”, explica Laura Jones, del University College de Londres. Sin embargo, esa conexión entre actividad cerebral provocada por el dolor y comportamiento se pierde en situaciones de estrés. “Cuando los bebés que están estresados muestran una respuesta cerebral mayor después de un procedimiento doloroso. Pero, para estos bebés, esta mayor actividad cerebral ya no se corresponde con un comportamiento que lo delate“, añade Jones.
Esta observación es importante. Debido a que los recién nacidos no pueden decirnos cuándo tienen dolor, los médicos e investigadores usan medidas indirectas de dolor basadas en el comportamiento. Esas medidas a veces se usan en el hospital para evaluar si un bebé debe tomar analgésicos. Pero según este estudio, el estrés anula los signos en los que se basa el personal sanitario para detectar el dolor.
Los investigadores observaron a 56 recién nacidos sanos de ambos sexos de la unidad posnatal y de la unidad de cuidados especiales del bebé en Elizabeth Garrett Anderson Obstetric Wing, University College Hospital. Midieron los niveles de estrés de los bebés basándose en los niveles salivales de cortisol, la hormona del estrés, y los patrones de latidos cardíacos, tanto antes como después de una punción de talón clínicamente necesaria. Al mismo tiempo, midieron la respuesta al dolor de los bebés usando la actividad cerebral mediante electroencefalograma y la expresión facial.
Los datos mostraron que los bebés con niveles más altos de estrés de fondo mostraron una reacción cerebral más grande al procedimiento de la punción del talón. Sin embargo, esa actividad elevada en el cerebro no se correspondía con un cambio en el comportamiento de los bebés.
Jones resalta que los efectos del estrés en la respuesta cerebral no fueron una sorpresa. Pero no esperaban que el comportamiento de los bebés no siguiera la misma tendencia. En retrospectiva, sin embargo, el laboratorio de Fitzgerald había encontrado antes que el comportamiento y la actividad cerebral en los bebés no siempre están relacionados. “Ahora tenemos una mayor comprensión de lo que puede causar esta disociación”, explica Jones.
Los resultados añaden una nueva razón para tratar y cuidar a los bebés de manera que minimicen el dolor y el estrés. Los bebés estresados pueden no parecer responder al dolor, incluso cuando su cerebro lo está procesando. “Esto significa que los cuidadores pueden subestimar la experiencia de dolor de un bebé“, señala la investigadora.
De hecho, los médicos y enfermeras neonatales saben que los bebés prematuros a veces “desconectan” y dejan de responder cuando se sienten abrumados. Los nuevos hallazgos parecen confirmar esas observaciones clínicas también en recién nacidos a término.
Los investigadores planean explorar en futuros estudios cómo otros factores ambientales y experiencias previas, como las interacciones entre la madre y el bebé, influyen en la forma en que los recién nacidos procesan y experimentan dolor.
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