A propósito de “La mejor oferta”, que observo que es una película susceptible de crear una cierta polémica, se me ocurre hablar de la distancia que hay, y que conocéis, entre estar viendo una película y haberla visto. Confieso que habiendo visto “La mejor oferta” podría entrar a discutir si el papel de ella es tal o es cual, si el de él tiene idas y vueltas, si la película contiene todo lo que parece o si en la trama hay tierra, agua o barro… Pero, confieso aún más sinceramente que mientra la estuve viendo asistí a un enjambre de ideas, de emociones y de sensaciones por completo sorprendentes, muchas de ellas basadas en ese personaje peculiar, insólito, distorsionado y complejo que ofrece el personaje interpretado por Geoffrey Rush, alguien que produce en la pantalla todos esos elementos que, al menos a mí, me mantienen pegado a esa historia por completo. Y me sumerge en lo que yo creo una pasión rara, alejada de lo vulgar, llena de elegancia, sentido y sensibilidad. Como es una película, se permite la osadía de afilar la trama, ensortijarla, cambiarle el género, introducir elementos de suspense, de intriga, equívocos e imprevistos. Luego, a tiro hecho o a película vista, uno podrá entrar a cuchillo según su propio parecer o interés, pero creo que el análisis pierde ya el efecto “estar en ella”. Me encantó estar viendo “La mejor oferta”, y no me parece justo desbaratar ese encanto con una calculadora; para mí es la historia de un tío que espera entre relojes que llegue la hora, no de la venganza, sino del amor. Toma ya.
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