La capital de Corea del Sur, Seúl, es una megalópolis de diez millones de habitantes plagada de rascacielos en cuyas fachadas centellea sin cesar una colorista jungla de luces de neón. A pie de calle, una multitud de ejecutivos enchaquetados que ven la televisión en sus teléfonos móviles, bellas mujeres elegantemente vestidas a la última moda y escolares uniformados enganchados a sus Play-Station inundan el centro de la ciudad, cuyos callejones están atestados de tiendas, restaurantes y bares donde no parece caber un alfiler. Al ser cinco veces más pequeña que España pero contar con mayor número de habitantes, la elevada densidad de población es una de las características fundamentales de esta nación asiática, que permanece separada del paupérrimo Norte comunista desde el fin de la Guerra Civil (1950-53). La otra es el alto nivel de progreso alcanzado gracias a su crecimiento económico, que ha transformado en medio siglo al que era uno de los países más pobres de la Tierra en la undécima economía mundial gracias a los chaebols, las grandes corporaciones industriales como Hyundai, Samsung, Daewoo o LG.