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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

La flota fantasma de la crisis

Pablo M. Díez el

“Kota Gemar” de Hong Kong. “Pegasus 7” de Panamá. “Onsys Leo” de Malasia. “Kyokuei Maru” de Japón. “Titan Gemini” de Tailandia. Y así hasta cientos de grandes cargueros y petroleros permanecen fondeados con distintas banderas de conveniencia frente a las costas del sur de Malasia, a unos 30 kilómetros del puerto de Singapur.

Se trata de la flota fantasma que la crisis ha dejado en el dique seco por la caída del consumo en Occidente. Después de crecer durante los últimos años por encima de los dos dígitos al amparo de la globalización y el ascenso de países emergentes, como China y la India, el comercio marítimo se ha reducido más de un 10 por ciento desde que el fiasco de las hipotecas “subprime” y el hundimiento del banco de inversiones Lehman Brothers desataran el “tsunami” financiero en septiembre de 2008.

Como el 80 por ciento del comercio internacional se efectúa a través de barcos, la recesión que azota a buena parte del planeta, sobre todo a Estados Unidos y Europa, se ha enseñado con las navieras. Según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el 10 por ciento de la flota mundial se quedó inactiva a mediados del año pasado, lo que equivale a 1,1 millones de contenedores de 20 pies varados en los puertos sin tener ningún destino adonde ir por falta de compradores.

Junto a las colas del paro, el hundimiento de las Bolsas y la quiebra de los negocios, la flota fantasma revela otra de las caras más traumáticas de la crisis. Por sí sola, la estampa ya es sobrecogedora: cientos de grandes barcos, algunos con más de 200 metros de eslora, dibujan su descomunal perfil contra el anaranjado horizonte, donde una puesta de sol propia de una postal ensombrece a lo lejos el “skyline” de rascacielos de la pujante Singapur.

“Muchos de ellos llevan ya dos años aquí; parados, sin moverse y contaminando el mar por la basura que sueltan y las fugas de petróleo”, se queja Chong En Kaw, el marinero con cuyo barco de pesca nos acercamos a la flota fantasma. A medida que el bote se aproxima, los diminutos puntos negros que se atisbaban en lontananza se van agrandando más y más hasta revelar sus gigantescas dimensiones. Zarandeado arriba y abajo por las olas, el pesquero parece una mosca revoloteando junto a una manada de elefantes al lado de los petroleros y cargueros anclados frente a las costas de Malasia. Sin carga alguna en sus bodegas, los cascos oxidados de los buques sobresalen del mar muy por encima de la línea roja de flotación.

En las cubiertas, los marineros matan las horas haciendo una y otra vez pequeñas reparaciones, tomando el sol aburridos o incluso bebiendo sin parar latas de cerveza desde por la mañana hasta la noche. Impulsadas por el frenético crecimiento de la economía internacional, estas embarcaciones surcaban antes los siete mares transportando a los voraces mercados occidentales miles de toneladas de petróleo y contenedores cargados con todo tipo de productos salidos de la “fábrica global” china, desde ordenadores hasta pantallas de plasma pasando por juguetes, muebles y coches.

Pero todo el tinglado se vino abajo con la crisis y, para ahorrarse los costes de atracarlos en los puertos, las navieras optaron por fondear sus barcos en una estrecha franja de 30 kilómetros entre las costas de Johore, al sur de Malasia, y la isla indonesia de Batan. Aquí, al menos, están a salvo de los tifones y los piratas que siguen abordando navíos en el cercano Estrecho de Malaca, por donde cada año pasan 60.000 buques que transportan la mitad del petróleo que se consume en todo el planeta y un tercio del comercio mundial.

Con unas tripulaciones reducidas a una decena de personas, algunos expertos calculan que hay entre 300 y 500 petroleros y cargueros esperando órdenes para recoger sus pedidos en el vecino puerto de Singapur, donde el año pasado arribaron 130.000 barcos. Aunque esta próspera ciudad-Estado es la puerta de Asia y uno de los puertos con mayor tráfico de carga junto a Hong Kong, en 2009 pasaron por sus muelles 25,9 millones de contenedores de veinte pies (TEU), un 13,5 por ciento menos que los 29,9 millones del ejercicio anterior.

Pedidos durante los años de bonanza de 2005, 2006 y 2007, los astilleros de todo el mundo están entregando ahora sus barcos a una industria naviera hundida por la crisis. Recién salidos de fábrica, los más modernos y relucientes petroleros y cargueros se encuentran con que no tienen rutas que cubrir. Según la consultora Det Norske Veritas (DNV), a mediados del año pasado se cancelaron los pedidos de 325 buques, 47 petroleros y 78 grandes cargueros.

Con un volumen de 8.170 millones de toneladas, la capacidad del comercio marítimo mundial se vio ampliada el año pasado un 9,6 por ciento por la entrega de nuevos barcos. En un momento en que la demanda mundial del tráfico de mercancías por mar se redujo un 9,1 por ciento, supuso el segundo mayor incremento de la flota global de la última década.

Pero lo peor está por venir este año y el próximo, cuando los astilleros coreanos, que absorben un 40 por ciento de los encargos de todo el mundo, se queden sin pedidos, al igual que los japoneses (24 por ciento) y chinos (14 por ciento).

Además, los precios de los envíos en contenedores de barco se han venido abajo hasta el punto de provocar, por primera vez en su historia, pérdidas en importantes navieras como Maersk.

“Desde octubre de 2008, la industria naviera se ha visto afectada en todo el mundo. En el último medio año, el comercio marítimo ha mejorado lentamente pero con cautela, ya que la crisis no ha concluido aún”, explica Daniel Tan, director ejecutivo de la Asociación de Armadores de Singapur. A su juicio, la “recuperación del comercio marítimo dependerá del aumento del consumo en EE.UU. y Europa, ya que las navieras están aguantando bien en Asia porque hay una mayor demanda de bienes y servicios”.

Donde realmente esperan que este repunte del comercio mundial se lleve a la flota fantasma es en Sungai Rengit, el pequeño pueblo de Malasia frente al que se han plantado los cientos de barcos que se han quedado sin rutas por la recesión. En su animado puerto, los pescadores se quejan cada noche cuando regresan de faenar con sus cada vez más exiguas capturas. “Hay tantos barcos y son tan grandes que ya apenas podemos echar las redes”, protesta Koo. Descargando una canasta de sardinas a su lado, Wang critica que “el Gobierno no hace nada por remediar la contaminación que están causando en nuestro litoral”. Y es que algunos navíos aprovechan la multitud para pasar desapercibidos y traficar con combustible en alta mar, lo que está prohibido por el elevado riesgo de que se produzcan vertidos.

Al fondo, el oscuro horizonte aparece iluminado por decenas de puntitos de color blanco. Son los focos de los buques que, como si fueran un atasco de coches atrapados de noche en una autopista, congestionan esta transitada ruta que enlaza el Océano Índico con el Mar de la China Meridional y el Pacífico a través de los estrechos de Malaca y Singapur. Visible desde los aviones que sobrevuelan la zona, la concentración de barcos ha sido tal que el puerto de Singapur ya ha advertido del “peligro para la navegación que entrañan las embarcaciones fondeadas en estas aguas internacionales”.

Pero la flota fantasma sigue esperando a que pase el temporal de la crisis para echarse de nuevo al mar de la revuelta economía de mercado.

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