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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Hong Kong: pisos por las nubes y cuchitriles en las azoteas

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Alzándose majestuosa sobre su bahía, la espectacular jungla de rascacielos de Hong Kong simboliza de un golpe su poderío económico. Con siete millones de habitantes densamente repartidos en 1.104 kilómetros cuadrados, esta “ciudad vertical” con 1.200 rascacielos es una de las más prósperas del mundo con un Producto Interior Bruto (PIB) per cápita de 40.000 dólares (36.414 euros) y un avanzado sistema social y educativo.

El “skyline” (línea de rascacielos) de Hong Kong refleja la pujanza de esta ciudad china.

Sin tierras cultivables ni materias primas ni industria, su pujanza se debe a su rol indiscutible como centro financiero y comercial de Asia, que la han convertido en una de las urbes más importantes del planeta junto a Nueva York, Londres, Tokio y París. Gracias a sus bajísimos impuestos y a su libre comercio, Hong Kong lleva encabezando el Índice de Libertad Económica mundial desde 1995, ya que miles de empresas extranjeras se han instalado en esta antigua colonia británica para hacer sus negocios por Extremo Oriente. Mientras en los años 50 y 60 basó su crecimiento en las manufacturas gracias a su barata mano de obra, en los 70, 80 y 90 dio el gran salto a los servicios, que aportan el 90% de su economía. Gracias a su eficiencia y seguridad jurídica, entre 1961 y 1997 su PIB creció 180 veces y el per cápita 87, convirtiendo así a Hong Kong en uno de los cuatro “tigres asiáticos” junto a Singapur, Corea del Sur y Taiwán.

Devuelta en 1997 por el Reino Unido a China, que se comprometió a mantener un alto nivel de autonomía y su sistema capitalista, la ciudad también se ha beneficiado del extraordinario desarrollo económico del gigante asiático. De su puerto, el más transitado del planeta tras el de Singapur, salen buena parte de las mercancías procedentes de la “fábrica global” en la vecina provincia de Cantón (Guangdong): 22,2 millones de contenedores de veinte pies el año pasado. Su Bolsa, la segunda de Asia tras la de Tokio, está compuesta en su mayoría por multinacionales chinas que han protagonizado salidas récord al parqué, como PetroChina, el Banco Industrial y Comercial de China (ICBC), China Mobile, el Banco de la Construcción de China, HSBC, el Banco de China o Sinopec. Y, cuando la ciudad ha sufrido graves crisis como la financiera de 1997 o el SARS, el autoritario régimen de Pekín ha acudido a su rescate inyectándole dinero.

Además, unos 47 millones de turistas chinos visitaron el año pasado Hong Kong, que es también una de las capitales del lujo y está plagada de futuristas centros comerciales comunicados por pasos elevados y donde abundan las tiendas de grandes marcas como Chanel, Dior, Louis Vuitton o Prada. El reverso de toda esta pompa son sus elevados precios y sus abismales desigualdades.

Debido a su falta de espacio, los precios del sector inmobiliario están disparados en Hong Kong.

Con el precio por metro cuadrado disparado por la falta de espacio, la calle más cara del planeta es Peak Road, en la frondosa cima del Pico Victoria, desde donde se contempla toda la ciudad. Según un estudio de la inmobiliaria Savills para la revista “Billionaire”, el metro cuadrado llega a costar aquí 105.000 euros. Once veces más de los 9.453 euros en los que el portal inmobiliario idealista.com tasa el metro cuadrado en la calle más cara de España, el Paseo de Miraconcha en San Sebastián.

En febrero, una mansión con 11.000 metros cuadrados habitables en el número 75 de Peak Road se vendió por 5.100 millones de dólares de Hong Kong (600 millones de euros). En junio, un empresario danés compró por casi 500 millones de dólares de Hong Kong (59 millones de euros) el apartamento más caro de Asia: un dúplex de 481 metros cuadrados, con dos cocheras, jardín y piscina, en el exclusivo edificio Opus del Pico Victoria, diseñado por el famoso arquitecto Frank Gehry.

Chan Piu, jubilado de 58 años, vive en un cuartucho de tres metros cuadrados, construido ilegalmente en una azotea, por el que paga un alquiler de 118 euros al mes.

En el extremo opuesto de esta ciudad de contrastes aparece el cuchitril de tres metros cuadrados en el que vive Chan Piu, jubilado de 58 años, en el populoso barrio de Kowloon, al otro lado de la bahía. Construido en la azotea de un vetusto bloque de diez plantas sin ascensor en la zona obrera de Sham Shui Po, el cuarto es tan pequeño que ni siquiera cabe una cama y Chan Piu debe dormir sobre unos periódicos en el suelo. Para asarse de calor en verano y congelarse de frío en invierno, por este cubículo sin ventanas paga un alquiler mensual de 1.000 dólares de Hong Kong (118 euros). Junto a la suya, hay otras nueve diminutas habitaciones que el dueño del edificio ha levantado para sacarle tajada a la azotea, donde Chan Piu comparte un inmundo aseo y una cochambrosa cocina con los otros vecinos.

Edificadas ilegalmente en los años 50, cuando llegó la primera oleada de inmigrantes chinos, las casas en las azoteas forman parte de las 170.000 infraviviendas que el Gobierno de Hong Kong quiere erradicar, entre las que figuran abarrotados “pisos patera” y hasta cuartos con jaulas para sus moradores.

En Hong Kong todavía quedan “pisos-patera” donde sus moradores viven en jaulas.

“Jamás he vivido en una casa decente ni me he metido nunca en una bañera; solo he podido darme duchas ocasionales”, se queja Chan Piu bajo la potente bombilla que pende sobre su cabeza, que ilumina un armario con sus únicas pertenencias: perchas, tarteras, cubos y unas mantas.

Nacido en Foshan, al otro lado de la frontera en la entonces China maoísta, Chan Piu emigró con su familia a Hong Kong en los años 60 huyendo del hambre y la represión.  Con su padre, que fregaba platos en un restaurante, sus abuelos y sus dos hermanos, vivió primero en un garaje y, aunque de niño fue al colegio, tuvo que dejarlo pronto para trabajar. “Haciendo chapuzas para tirar adelante, nunca gané lo suficiente para casarme ni comprar un piso, por lo que llevo dos años esperando para conseguir una vivienda de alquiler pública”, concluye desanimado. Como él, hay 250.000 personas en una lista de espera que, según Angela Liu, de la ONG SoCo, “suele tardar tres años o más”. Para evitar su claustrofóbico cuarto, Chan Piu se pasa el día fuera, en la calle o en la azotea, donde al menos tiene buenas vistas.

Mientras por las calles de Hong Kong desfilan deportivos de lujo bajo sus 1.200 rascacielos, uno de cada cinco habitantes subsiste bajo el nivel de la pobreza. Con el metro cuadrado por las nubes, en esta megalópolis conviven los multimillonarios y ejecutivos expatriados que se gastan hasta 30.000 euros mensuales de alquiler en las mansiones de Repulse Bay con las más de 100.000 personas que ocupan infraviviendas, entre los que figuran los marginados que pagan 100 euros por vivir en una jaula o en las azoteas en los hacinados pisos de Kowloon. Con sus luces y sombras, Hong Kong simboliza los contrastes del capitalismo.

 

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