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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Escuchando “El Muro” en Pyongyang

Pablo M. Díez el

Si no fuera por los seis millones de personas que apenas tienen para comer a tenor de la ONU, los 200.000 prisioneros que se pudren en los campos de trabajo según las organizaciones humanitarias y las miserias generalizadas de la vida cotidiana, Corea del Norte sería uno de los países más divertidos del planeta. Con su trasnochada estética estalinista, su capital, Pyongyang, se ha convertido en un gran parque temático para los poco más de 5.000 turistas occidentales que la visitan cada año en busca de su añejo encanto soviético. A ellos se suman también unos 30.000 visitantes chinos, muchos de los cuales son empresarios que hacen negocios en la frontera.

Los retratos de Kim Il-sung y Kim Jong-il presiden la fachada del Gran Palacio de Estudio del Pueblo.

Desde que uno se baja del Tupolev de fabricación rusa, los guías le acompañan hasta el lavabo para que no ande solo, no vaya a ser que fotografíe donde no debe o se le ocurra hablar con algún norcoreano. Una precaución innecesaria teniendo en cuenta que la mayoría no habla inglés, pero que la da cierta emoción a un viaje donde, desde por la mañana hasta por la noche, se están visitando museos revolucionarios dedicados a mayor gloria de la dinastía Kim y monumentos que no desentonarían en “El Muro” de Pink Floyd. Con su hoz coreana para representar a los campesinos, su martillo para simbolizar a los obreros y su pincel para aglutinar a los artistas, uno de ellos es el siniestro Monumento al Partido de los Trabajadores, de 30 metros de altura.

También destaca la Torre de la Idea Juche, el monolito más alto del mundo al medir 170 metros, que fue levantado en 1972 para honrar la particular doctrina comunista ideada por Kim Il-sung, el padre de la patria y abuelo del actual dictador, el joven Kim Jong-un. Dicho pensamiento sitúa a “las masas populares como el motor de la revolución porque el hombre es el maestro de todo y puede hacer lo que quiera”, aunque luego todos los norcoreanos depositan ciegamente su confianza en el líder porque nadie se considera tan capacitado como él.

El Monumento al Partido de los Trabajdores no desentonaría en “El Muro” de Pink Floyd.

Emulando a las antiguas dinastías imperiales, el nacimiento de Kim Il-sung el 15 de abril de 1912 ha marcado un nuevo calendario en Corea del Norte, que vive en el Año Juche 102. Otra singularidad más para un país cuyo “Presidente Eterno” es Kim Il-sung, quien murió en julio de 1994 pero sigue figurando como jefe del Estado desde el mausoleo en el que se exhibe su cuerpo embalsamado junto al de su hijo, el “Querido Líder” Kim Jong-il, fallecido en diciembre de 2011.

Al otro lado del río Tadeong, la Torre de la Idea Juche se ve desde la terraza del Gran Palacio de Estudio del Pueblo, un fantasmagórico recinto de 100.000 metros cuadrados con 600 salas de lectura y 30 millones de libros. Entre ellos no figuran, por supuesto, ni “1984” de Orwell ni “El proceso” de Kafka, pero sí dispone de los 18.000 libros que, con una extensión mínima de 150 páginas, el régimen atribuye al “Gran Líder” Kim Il-sung. Para comprobar los libros que tienen en español, pido “El Quijote”, pero por la cinta transportadora aparecen de inmediato los siguientes títulos, todos traídos de Cuba: “Ernesto Cardenal: poeta, revolucionario y monje”, “Bacterias fitopatogenas”, “Manual técnico para organopónicos, huertos intensivos y organoponía protegida” y, finalmente, “Mi conejo”. Me abstengo de hacer comentarios porque unos títulos tan surrealistas ya lo dicen todo.

La Torre de la Idea Juche, el monolito más alto del mundo para honrar la doctrina comunista de Kim Il-sung.

En las clases de inglés, los alumnos repiten de carrerilla un diálogo, pero apenas pueden entablar conversación cuando se les pregunta algo más que cómo se llaman o cuántos años tienen. Con dicho nivel de idiomas no parece probable que entiendan las canciones de los Beatles que otra guía le está poniendo a una turista inglesa en la sala de música para demostrar la discoteca tan moderna que tiene el Palacio. Como la guía asegura que le gusta el “pop” y el “rock” pero se queda a cuadros cuando le pregunto si tienen algo de los Rolling Stones, le dejo el iPod para que escuche “El Muro” de Pink Floyd. Lo hace en la terraza del Palacio, desde donde se divisa todo Pyongyang, con sus ubicuos retratos de los líderes, sus estatuas propias del musculoso realismo socialista y sus iconos arquitectónicos de estilo soviético. Y, de repente, surge un momento mágico: en sus oídos suena “We don´t need no education, we don´t need no thought control. All in all we´re just another brick in the wall”, seguido de ese inmortal punteo de guitarra de David Gilmour que me sigue erizando el vello después de tantos años y haciéndome sentir algo que no sé si la pobre guía ha experimentado o podrá experimentar en su vida: libre. Aunque dice que le gusta mucho la música, dudo que entienda la letra y, mucho menos, el significado de la canción.

Y me voy de allí deseando que algún día aquella chica pueda disfrutar de la música que le guste a ella, y no sólo de los himnos patrióticos o las canciones de la orquesta “Moranbong” que la propaganda emite a todas horas para adoctrinar a las masas. Pyongyang no es más que un kafkiano decorado, pero recomiendo a todo el mundo que venga a Corea del Norte porque es un país único en el mundo, afortunadamente, que cambiará y acabará abriéndose tarde o temprano. Afortunadamente, también.

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