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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

El kafkiano “proceso” contra Ai Weiwei

Pablo M. Díez el

Como en el tsunami de Japón y posterior accidente nuclear de Fukushima, el caso “Ai Weiwei” vuelve a demostrar que la realidad supera siempre a la ficción. Por obra y gracia del régimen chino, el célebre artista se ha convertido en un trasunto de ojos rasgados de Joseph K. Al igual que el desdichado protagonista de “El Proceso”, de Kafka, Ai Weiwei ha sido abducido por el laberíntico y burocrático mundo de ese oxímoron que es la Justicia china.

Ai Weiwei saluda a los periodistas al llegar a su casa tras su liberación. AP

Desde su detención el 3 de abril en el aeropuerto de Pekín hasta su liberación el miércoles por la noche, el artista más famoso y crítico de China se ha pasado 80 días en paradero desconocido bajo custodia policial. Según las leyes de este país, la Policía puede incomunicar a un detenido durante doce horas, pero al cabo de un día debe avisar a la familia de su arresto. Sin tener acceso a un abogado para planificar su defensa, en todo este tiempo Ai Weiwei sólo ha podido reunirse una vez con su esposa, Lu Qing. Ocurrió durante una breve visita el pasado 15 de mayo, 42 días después de su arresto.

Después de casi tres meses bajo “vigilancia residencial”, el eufemismo con que el régimen oculta el secuestro de un ciudadano por parte de la maquinaria represora del Estado, Ai Weiwei ha acabado cantando. La agencia oficial de noticias informa de que el artista ha mostrado “buena actitud” y ha confesado finalmente que ha evadido impuestos. No es de extrañar: si lo llegan a retener un par de meses, habría incluso reconocido que mató a Kennedy.

Como en “El Proceso”, el artista ha sufrido una experiencia kafkiana. Al contrario de lo que ocurre en los países democráticos, donde las leyes salvaguardan los derechos del detenido y su “habeas corpus”, en China primero se detiene al sospechoso (¿de qué?) y luego ya se le encontrará algún delito que imputarle. Que para eso nadie es inmaculado, como bien decía el despreciable, por real, Viktor Komarovski de “Doctor Zhivago”.

En tan particular “proceso”, no son los tribunales los que deben demostrar la culpabilidad de Ai Weiwei, sino que éste se ve obligado a probar su inocencia sin haber sido acusado aún de delito alguno ni comparecido formalmente ante ningún juez. Amparándose en su delicado estado de salud a buenas horas, mangas verdes, con el humanitarismo , el régimen lo ha puesto en libertad bajo fianza. Algo tan poco habitual en este país que todo huele a que, finalmente, ha habido un acuerdo para ponerlo en la calle a cambio de que rectifique y deje de criticar a diestro y siniestro. Tras este susto para cerrarle el pico, el artista ha regresado por fin a su casa-estudio en las afueras de este Pekín grisáceo y monolítico, que encajaría a la perfección en los decorados impresionistas que Orson Welles recreó para filmar su versión de “El Proceso” con Anthony Perkins como protagonista.

Como Ai Weiwei, Anthony Perkins (el Joseph K. de Orson Welles) llama sin éxito a las puertas de la Justicia

Elegido por su fama internacional como cabeza de turco para lanzar un aviso a la disidencia, Ai Weiwei empezaba ya a ser un problema para el régimen chino. Una campaña orquestada por los museos de todo el mundo, 140.000 firmas de 175 países pidiendo su liberación y el próximo viaje del primer ministro, Wen Jiabao, a la Alemania de la siempre combativa Angela Merkel, donde el artista goza de su merecido prestigio, parecen haber decidido finalmente su liberación.

Una vez más, la propaganda de Xinhua asegura que Ai Weiwei devolverá el dinero que ha defraudado, pero aún no hay noticias sobre los cargos ni la fecha de su juicio. Que es donde, en esa absurda teoría que rige en los Estados democráticos, se dilucida la culpabilidad o inocencia de un acusado. Pero no en los “procesos” kafkianos.

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