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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Bombay, la joya del arrabal

Pablo M. Díez el

De capa caída por el salvaje ataque terrorista de noviembre, que dejó más de 170 muertos, la ciudad india de Bombay ha vuelto a recuperar su maltrecha sonrisa gracias a los ocho Oscars que acaba de ganar la película Slumdog Millionaire. Aunque ha sido dirigida por el cineasta británico Danny Boyle, autor de Trainspotting y La playa, la cinta es una producción al más puro estilo Bollywood. Así se conoce a la potente industria cinematográfica radicada en esta caótica megalópolis de 20 millones de habitantes llena de contrastes. Bombay, la capital económica y financiera de la India, combina a partes desiguales su esplendoroso pasado colonial y el lujo con la miseria más descarnada en sus slums (suburbios de chabolas e infraviviendas).
Protagonizada por auténticos habitantes de estos infernales arrabales, la película Slumdog Millionaire fue rodada en Dharavi, el mayor barrio de chabolas de Asia. Enclavado en pleno centro de Bombay y con las horas contadas para que su demolición dé paso a rascacielos de lujo y centros comerciales, en sus 1,6 kilómetros cuadrados viven hacinadas más de 600.000 personas (un millón según otras estimaciones).

Según las estadísticas oficiales, en las dos últimas décadas se ha doblado hasta alcanzar los 60 millones el número de personas que malviven en barriadas marginales de la India. Sólo en Bombay ya suponen el 60 por ciento de la población, donde un millón de personas viven en plena calle y otros 2,5 millones habitan edificios declarados en ruinas.
Por eso, todo lo que aparece en el film es un fiel reflejo de una realidad que, casi siempre, suele superar a la ficción. Destartaladas casas formadas con paneles de latón y tejas de uralita. Apestosos canales de aguas fecales corriendo por las aceras. Diminutos cuchitriles sin luz ni agua. Estrechos y abigarrados callejones por donde, tamizada, se cuela la luz del sol a través de los huecos que deja la ropa tendida para que se seque.

Polvorientas calles de tierra plagadas de socavones donde se acumulan las montañas de basura. Camiones de reparto intentando abrirse camino entre bicicletas, vetustos motocarros y los típicos taxis Ambassador de hace 40 años. Esqueléticas vacas rumiando a su antojo los desperdicios en medio de una nube de moscas. Comerciantes desplumando a las gallinas junto a los tenderetes de fruta y verduras. Asfixiantes talleres textiles donde los trabajadores sudan la gota gorda envueltos en el ensordecedor ruido de las máquinas de coser.

Mujeres ataviadas con sus vistosos saris de vivos colores o enjauladas en el naqib musulmán, una especie de burka negro que les cubre todo el cuerpo salvo los ojos. Plazas de pescado al aire libre donde las vendedoras esparcen sal sobre la mercancía bajo un sol de justicia. Oscuros locales de zapateros remendones y arcaicas fundiciones al más puro estilo medieval. Tiendas de electrodomésticos y hasta joyerías repartidas por gremios en esta ciudad con vida propia en pleno corazón de Bombay. Y, sobre todo, una riada de niños medio desnudos que juegan a correr de un lado para otro sin parar de reírse.

A pesar de la pobreza que impera en Dharavi, en pocos sitios del planeta y por supuesto en ninguno del deprimido mundo desarrollado se pueden encontrar tanta alegría y ganas de vivir como aquí.
Esa es la verdadera grandeza de Bombay y sus arrabales. A diferencia de las violentas favelas brasileñas o los broncos guetos surafricanos, aquí sus moradores abren sus puertas a los visitantes y hasta se ofrecen recorridos turísticos donde posan para las fotos con la mejor de sus sonrisas.

Porque, por debajo de la mugre y las miserias de una vida de perros, subyacen los sueños que alimentan esa gran factoría del celuloide que es Bollywood, otra de las principales atracciones turísticas de Bombay. Por poco más de 50 euros, se puede visitar uno de sus singulares rodajes en la Ciudad del Cine y asistir en pleno plató a los acrobáticos bailes y a las inverosímiles canciones que entonan los actores. Y no hay que preocuparse por el día, ya que a casi todas horas se filma un nuevo título en Bollywood, donde cada año se producen un millar de películas que recaudan más de 1.000 millones de euros y llegan a 3.600 millones de espectadores en todo el mundo.

Tras darse un baño de amarga realidad en Dharavi y soñar con el lujo de Bollywood, nada mejor que viajar en el tiempo hasta la época colonial. Junto a Calculta, la antigua capital de la India británica, las huellas del pasado permanecen indelebles en los impresionantes edificios victorianos de Bombay.
Sin duda, el más espectacular es la antigua Estación Victoria, rebautizada como Chhatrapati Shivaji (CTS) en 1998, dos años después de que la ciudad adoptara su nombre oficial en maratí, Mumbai.

La imponente terminal, que sobresale por una fachada donde se mezclan los estilos gótico, hindú y musulmán, fue terminada en 1887 y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2004. Dos siglos después de que partiera de ella el primer ferrocarril de la India, la estación asiste al trasiego de los más de tres millones de pasajeros que toman sus 1.250 trenes diarios, por cuyas puertas asoman los viajeros en unos desvencijados vagones llenos a rebosar.

El arco del triunfo de la Puerta de la India, la catedral de Santo Tomás, el Tribunal Supremo, la Universidad, el clásico hotel Taj Mahal y los templos de la Isla Elefanta contrastan con los laberínticos bazares de la ciudad y los rascacielos de Marine Drive. Lujo y miseria conviven a partes desiguales en Bombay, la joya del arrabal.

Más información en:– Dharavi, un gueto en pie de guerra– Bollywood, la “fábrica de sueños” india

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