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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Boda “express” en Vietnam

Pablo M. Díez el

A Vietnam va uno buscando una noticia y puede acabar descompuesto y con novia o, más bien, con esposa. Eso es lo que casi me ocurrió en Ho Chi Minh, el antiguo Saigón, mientras entrevistaba a la ex mujer de un soldado americano que luchó en la guerra de hace ya treinta años.
Mister, ¿tiene usted novia?, inquirió en inglés la hoy abuela, olvidándose por completo de la pregunta que le estaba haciendo el traductor sobre los difíciles tiempos del conflicto. Evidentemente, su cuestión era demasiado atractiva como para responder que sí. Lo que no podía imaginarme es que mi curiosidad periodística casi me lleva al altar.
Y es que la mujer, que había tenido una hija con un sargento de los Estados Unidos que luego se había despedido a la francesa quizás en honor a los anteriores colonizadores del país me propuso conocer a su vecina, una chica de 25 años a la que colmó de todas las virtudes imaginables en esta parte del mundo.

Por supuesto, accedí a su invitación porque, entre otras cosas, eso me permitiría desplazarme al delta del río Mekong, un espectacular paisaje natural que ha recuperado su belleza tras quedar arrasado durante la guerra.
La mujer vivía en Mieu Cong Than, un pequeño pueblo situado a cinco horas en coche de Ho Chi Minh. Una vez allí, había que tomar una lancha en el embarcadero, donde un grupo de chicas montadas en bicicleta, ataviadas con el tradicional traje ao dai y tocadas con el característico non (gorro cónico de caña), aguardaban para cruzar al otro lado de la orilla.

En ese lado del río esperaba la familia de Nguyen Thi Kieu Thu, que había preparado un suculento banquete en su humilde casa para dar la bienvenida al extranjero. La vivienda, compuesta por tres habitaciones prácticamente vacías, se hallaba rodeada por un huerto que garantizaba la subsistencia a sus moradores, puesto que lo único que tenían era esta tierra y el bote en el que habíamos surcado el Mekong para llegar hasta aquí.
En estas condiciones, no resulta de extrañar que se perciba al extranjero como rico y, por consiguiente, un buen partido para la hija de cualquier familia. Mister, ¿le gusta Miss Kieu Thu?, preguntaba sonriente, con las pocas palabras en inglés que sabía, mi celestina, mientras me animaba con la mano a intimar con la chica.
Ésta, avergonzada y con la cabeza gacha, procuraba agradar sirviéndome té, pero se notaba que no sabía si reír o llorar. Lo que me dejó una seria duda que todavía no he aclarado: ¿sería de alegría o de pena?
Ante esta situación, hay dos alternativas. O escandalizarse al pensar que los padres están ofreciendo a su hija al primer extranjero que aparece, o intentar comprender una cultura milenaria en la que las relaciones de pareja y los sentimientos, sobre todo de las mujeres, están todavía directamente unidos con asegurarse el porvenir.

Algo que ocurre en toda Asia, a excepción del hiperdesarrollado Japón, y que una amiga pequinesa, universitaria de buena familia para más señas, ejemplificó perfectamente al definir a su hombre ideal: guapo, simpático, cariñoso y que sepa ganar dinero.
Dependiendo de las circunstancias de cada cual, el orden de estos requisitos puede variar pero, nos gusten o no y los comprendamos o no, estarán ahí todavía durante muchos años. Y no sólo por las necesidades de los países menos avanzados, sino también por algo que es tan fuerte como la lucha por la propia supervivencia: la cultura y la opinión generalizada en el Lejano Oriente de que el hombre proveerá a la mujer.
O, como dijo otro español expatriado: Una mujer asiática no deja de quererte porque no tengas dinero es que te quiere menos.

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