Pablo M. Díez el 03 oct, 2010 Camboya es sinónimo de genocidio. De destrucción. De los dos millones de personas que fueron exterminadas en los tristemente famosos “campos de la muerte” o perecieron de hambre durante la desquiciada revolución agraria dirigida entre 1975 y 1979 por Pol Pot, el infame “Hermano Número 1”. Camboya se identifica, en definitiva, con el infierno en la Tierra que trajo el despiadado régimen de los Jemeres Rojos, que tiñeron el nombre de la civilización original de este país del Sureste Asiático con el comunismo y el color de la sangre inocente que derramaron. Tétricos retratos de los presos torturados y ejecutados en la prisión de Tuol Sleng S-21 Tétricas fotografías de los presos encarcelados, torturados y ejecutados en la prisión de Tuol Sleng S-21 Pero Camboya también puede equivaler a belleza, la de sus frondosos parques naturales y sus junglas vírgenes, y a paraíso terrenal, el que representan los monumentales templos de Angkor en Siem Reap, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1992. En medio de una maleza tropical cuyas raíces, troncos y ramas engullen sus muros de piedra, los cientos de edificios que conforman el conjunto arqueológico de Angkor se han detenido en el tiempo y son auténticos fósiles vivientes del imperio jemer, que duró desde el año 802 hasta 1432. Seis siglos que alternaron esplendor con decadencia, bonanza con penurias y épicas conquistas con humillantes derrotas y sus consiguientes saqueos y pillajes. Idílica estampa del templo de Angkor al atardecer Tras pasar su juventud en la isla indonesia de Java, donde se pudo ver influido por el templo hindú de Prambanan y el budista de Borobudur, el soberano Jayavarman II (802-50) fue el primero en unificar Camboya y proclamarse “dios rey” como representación en la Tierra de la divinidad india Shiva. Angkor, la capital de este imperio que llegó a expandirse por Laos, Camboya, Birmania y la Península Malaya, fue creciendo a partir de ese momento porque cada monarca quería superar la obra de su antecesor. En su auge, se calcula que llegó a albergar un millón de habitantes y sofisticados sistemas de regadío con presas hidráulicas para controlar los cultivos de arroz, la base de la civilización asiática. Las grandes puertas de Angkor Thom dan buena cuenta de la magnificencia del imperio jemer Tras un primer declive, Suryavarman II (1112-52) volvió a unificar el reino y construyó el principal templo de Angkor, probablemente como un mausoleo con el que quería honrar al dios hindú Vishnu. Romántica postal de atardecer, los penachos que rematan las torres de piedra de Angkor Wat se reflejan sobre el foso que lo rodea amplificando su ordenada geometría simétrica. Sobre la roca labrada de sus paredes, bellos bajorrelieves relatan pasajes históricos y glosan tiempos pasados con miles de “apsaras” (ninfas), “asuras” (demonios), “devas” (dioses buenos), “lingas” (símbolos fálicos de fertilidad) o “garudas” (el medio pájaro medio hombre que cabalga Vishnu). Acompañados de los simpáticos monjes budistas que se dejan fotografiar a cambio de una buena propina, los visitantes pueden luego entrar por una de las cinco inmensas puertas de piedra que, con 20 metros de altura, acceden a Angkor Thom, la “gran ciudad” de diez kilómetros cuadrados levantada por Jayavarman VII (1181-1219). Un monje budista se deja fotografiar ante las ruinas del templo para deleite de los turistas Justo en el centro se erige majestuoso el inquietante templo de Bayon, que refleja el ego del monarca porque en sus 54 torres se esculpieron 216 caras que lo representaban como Avalokiteshvara, el Bodhisattva de la Compasión al que encomendó su reinado cuando renegó del hinduismo de sus predecesores y adoptó el budismo Mahayana. Perpetuarse en la Historia por la cara era la obsesión de Jayavarman VII Con más de 11.000 figuras en sus 1,2 kilómetros de bajorrelieves, los sonrientes pero fríos rostros del soberano no pierden de vista al visitante por sus estrechos pasillos y angostas y empinadas escalinatas de piedra. Todo lo contrario al templo de Ta Prohm, literalmente devorado por la voracidad de la jungla, que funde desde hace siglos sus raíces y troncos con los desgastados muros del recinto. Y así hasta un centenar de misteriosos templos que el viajero no podrá descubrir ni en un semana porque, precisamente, el tiempo es lo único que sobra en Angkor. Angkor Wat, donde el tiempo parece haberse detenido DÓNDE DORMIR En el Raffles Grand Hotel d´Angkor, un lujoso y elegante establecimiento colonial construido en 1932 y con 120 habitaciones y suites, por donde han pasado Charles Chaplin, Charles de Gaulle, Jackie Kennedy o Bill Clinton. 1, Vithei Charles de Gaulle. Khum Svay Dang Kum. Tel. 00 855 63 963 888. DÓNDE COMER En el restaurante Amok, donde se sirve el tradicional plato camboyano compuesto de pescado horneado al curry sobre una hoja de plátano, apetitosas barbacoas y jugosas ensaladas tropicales. En el Callejón, frente al Mercado Antiguo (Old Market). Tel. 00 855 63 965 407. Otros temas Tags angkorarquitecturabudismohinduismohumanidadjemerjemeresjoyamonumentoparaísopatrimonioreaprojossiemtemploturismounescowat Comentarios Pablo M. Díez el 03 oct, 2010
Entrevista íntegra a la Nobel de la Paz María Ressa: “Las elecciones de Filipinas son un ejemplo de la desinformación en las redes sociales”