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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Encantos orientales al descubierto

Pablo M. Díez el

No quiero ponerle los dientes largos a mi admirado compañero y querido amigo Mikel Ayestarán, quien en su blog desde Oriente Medio nos informaba el otro día de la tremenda belleza que podía intuir en las iraníes bajo la capa del hiyab y demás normas del decoro que impone a las mujeres la religión musulmana.
Pero, al igual que ocurre en aquella parte del mundo, el verano también ha llegado a China, aunque aquí no hay problemas para destaparse si el calor aprieta.
En el dragón rojo la situación es bien distinta. Para empezar, treinta años de feroz maoísmo han acabado con cualquier atisbo de moralidad religiosa en una sociedad a la que, imbuida de filosofías como el budismo, el confucionismo o el taoísmo, siempre le sonaron a chino conceptos como pecado o represión sexual. Además, y por si algo de esto pudiera haber reaparecido tras la muerte de Mao, casi treinta años ya de apertura económica y capitalismo salvaje han terminado por borrar todos (o casi todos) los prejuicios morales de la sociedad china. Sobre todo en cuanto a un aspecto muy a tener en cuenta en un país que, sin ser el mayor del mundo, cuenta con 1.300 millones de habitantes: el sexo. Y, ojo, que conste que los niños no vienen de París.

Por eso, la llegada del verano a Pekín ha dejado buena parte de los encantos orientales al descubierto, especialmente entre las mujeres.
En los dos años y medio que llevo ya en la ciudad, las minifaldas, que ya eran minis de por sí en el tórrido verano de 2005, han menguado a la misma velocidad con la que se producen los cambios en este país. No en vano, su economía crece ya más de un 11 por ciento gracias a unos salarios próximos a la esclavitud y a unos horarios a tiempo completo que llevan a los bancos y tiendas a abrir hasta los domingos y a los albañiles a construir rascacielos sin parar día y noche.
Y eso que todas las noches, más ahora en verano, están a rebosar las discotecas de esta megalópolis de 15 millones de habitantes, donde una nutrida generación de nuevos ricos se entrega a disfrutar de los placeres de la dolce vita que les ha reportado el camarada Deng Xiaoping gracias a su política de apertura y reforma.
Las modas avanzan a un ritmo igual de frenético y, en apenas un par de temporadas, han liberado a las jóvenes chinas de los escasos trapitos que antes cubrían sus suaves y delgados cuerpos.
En primer lugar, las minifaldas derivaron hacia unos minipantalones vaqueros que dejaban al aire las piernas de quien quisiera y pudiera lucirlas. Notablemente afectados por el virus de la fiebre amarilla, y que me perdonen las feministas y todos aquéllos que tengan un poco de clase, los extranjeros que formamos la comunidad de expatriados en Pekín bautizamos a aquella prenda con el evocador y pegadizo nombre de pantalones chocheros.
Pero el último grito, y puedo asegurar que de regocijo para muchos, ha sido comprobar que esta temporada dichos pantalones han sido sustituidos por los cinturones chocheros. Debidamente promocionados por algunas revistas de moda, tales cinturones son sólo una pequeña braguita de bikini que, para tapar un poco las vergüenzas o las desvergüenzas del personal, tiene adosada una gran hebilla tan erótica como inútil.
Y es que, por mucho que uno vaya de progre, liberal y moderno (y en ese orden), miedo me da pensar lo que nos deparará la moda en el futuro. Como sólo voy a casa en Navidad, como el famoso turrón televisivo, y en esas fechas tan entrañables no se estilan mucho estas prendas, desconozco si esta tendencia ha llegado o no a España, pero sí les puedo asegurar que en China son un escándalo y amenazan con causar un auténtico furor. Amén de lo que se ahorran los fabricantes en metros de tela.
Y es que ésta no es ya, al menos en sus grandes ciudades, la humilde China comunista que el Gran Timonel Mao Zedong dejó laboriosamente trabajando hace más de tres décadas.
Pero, como dicen con desparpajo algunas de mis amigas más descocadas, ande yo fresquita y ríase la gente. Una máxima llena de sabiduría oriental muy a tener en cuenta en esta abrasadora ciudad que, en julio, llega a registrar 40 grados de un calor tan húmedo como sofocante. Mucho me temo que, a medida que proliferen los cintos de marras, las temperaturas van a seguir subiendo.

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