Por una de esas extrañas razones que rara vez revisten las guerras con actos nobles, justos y ciertamente románticos, dos versos del poeta maldito francés Paul Verlaine («Les sanglots longs des violons de l’automne/ blessent mon coeur d’une langueur monotone»)* fueron los escogidos por el mando aliado para anunciar a la Francia ocupada y a todo el movimiento de la Resistencia que el dÃa de la liberación de Europa se acercaba tras cuatro años de ocupación nazi. El Desembarco se acercaba. El inicio del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Estados Unidos y Gran Bretaña se unirÃan en tamaña empresa bajo el mando del jefe supremo de la invasión, el general estadounidense Dwight D. Eisenhower. Fue el «DÃaD», 6 de junio de 1944. La «Hora H», 06.30. El lugar, las playas francesas de NormandÃa. «Ok, adelante».
La radio británica BBC retransmitió el primer verso el 1 de junio. El segundo, cuatro dÃas más tarde. Era la señal, el aluvión aliado estaba preparado. La denominada Operación Overlord, —«la acción militar más difÃcil que jamás se haya llevado a cabo», en palabras del entonces primer ministro británico, Winston Churchill— desplegarÃa en sus primeras 24 horas 4.000 lanchas de desembarco, 600 buques de guerra, 2.000 aviones y 87.000 soldados en su mayorÃa estadounidenses y británicos— aunqueno faltaron tropas y voluntarios canadienses, franceses, checos, polacos… y españoles—. Todo ello para contrarrestar la defensa de unas 70.000 tropas alemanas.
Asimismo unos 20.000 paracaidistas, lanzados la noche anterior, se encontraban ya detrás de las lÃneas nazis con el objetivo de asegurar vÃas de comunicación y provocar sabotajes. Los ciudadanos de los pueblos normandos de Sante Mère Eglise y Sante Marie du Mont abrazaron con esperanza y temor aquella lluvia de «sábanas blancas» .
El éxito de la Operación Overlord estribó en la propia naturaleza de la misma: su atrevimiento. Más no se debe olvidar que el factor sorpresa junto con una cadena de inexplicables errores del Ejército del Tercer Reich terminaron por sentenciar las primeras veinticuatro horas del desembarco. Aquella jornada considerada por el mariscal de campo alemán Erwin Rommel como decisiva: «Será en las playas donde se decidirá el curso del desembarco. Será el dÃa más largo».
Ni el lugar del desembarco parecÃa el más lógico. Todo hacÃa prever que los aliados elegirÃan para el despliegue el Paso de Calais, el punto más próximo a Gran Bretaña. Ni el dÃa parecÃa el más oportuno —aunque las mareas y las horas de luz favorecieran a priori—: tan sólo dos dÃas antes el Canal habÃa sufrido el peor temporal en veinte años. La resaca aún se dejaba notar.
Asà las cosas, nada hacÃa presagiar al mariscal de las tropas alemanas en Francia, el general Gerd von Rundstedt, encargado de proteger el muro del Atlántico, que estadounidenses y británicos decidieran abrir un segundo frente occidental en la fase decisiva de la Segunda Guerra Mundial, cuando las divisiones del general soviético Georgy Zhukov se abrÃan paso con facilidad en el frente oriental.
Error capital el de Von Rundstedt al que habrÃa que sumar el hecho de que los alemanes tan sólo contaban el dÃa del asalto con una división Panzer en la zona; el general Rommel se encontraba de visita familiar; Hitler no fue informado del desembarco hasta que no se despertó de su profundo sueño; además el mando nazi creyó que el despliegue inicial en NormandÃa no era sino una maniobra de artificio que escondÃa el verdadero propósito de desembarcar en Calais. Toda una cadena de despropósitos que permitieron a las tropas aliadas ganar tiempo, desembarcar en NormandÃa, asegurar cabezas de puente en las playas y avanzar hacia el interior.
A las seis y media de la mañana del «DÃa D», los soldados aliados, procedentes de diversas localidades costeras británicas (el cuartel general se encontraba muy cerca de Portsmouth) tocaron las orillas de cinco playas distintas, cuyos códigos respondÃan a los nombres de Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword. El desembarco se realizó en una área que comprendÃa 90 kilómetros de costa, entre Cherburgo y Le Havre. Atrás, en Gran Bretaña, aguardaban aproximadamente dos millones de soldados prestos a entrar en acción.
Durante esa jornada, las bajas, aunque menores de las esperadas (12.000, de las cuales 4.500 eran muertos; 20.000 muertes civiles además), fueron tan graves y los progresos tan acotados que el Alto Mando aliado pudo llegar a creer que la batalla estaba perdida. No fue asÃ. El avance de los aliados liderados por el general británico Bernard Montgomery, y los estadounidenses George Patton y Omar Bradley serÃa imparable en los meses posteriores, aunque no ausente de dificultades. Ya toda Europa comenzaba a soñar con el dÃa de la liberación. Y de paso la carrera hacia BerlÃn, entre la Unión Soviética, por un lado, y EE.UU. y Gran Bretaña, por el otro, habÃa comenzado.
*Del poema Canción de Otoño: «Los largos sollozos de los violines del otoño/hieren mi corazón con una monótona languidez».
En Twitter: @villarejo
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