Comparte una compañera de mi empresa desde Reino Unido el artículo publicado la semana pasada en The Guardian sobre Nicola Thorp, una chica inglesa de 27 años que ha sido despedida por llevar zapatos planos para hacer su trabajo de recepcionista en las oficinas londinenses de la firma consultora PriceWaterhouseCoopers.
Los zapatos de Nicola iban en contra del dress code de la empresa subcontratista Portico que presta servicios de secretarias y recepcionistas a PwC. Argumenta nuestra protagonista en el video de The Guardian que es incapaz de acompañar a los clientes por los pasillos durante ocho horas montada en tacones de entre 5 y 10 centímetros, directriz que exige su compañía y que atenta contra la igualdad de género en lo profesional.
Por mi parte, creo que la igualdad de género en esta ocasión se ha vulnerado desde el momento en que seleccionaron a Nicola entre las diferentes personas que optaron al puesto, ya que ella es una chica guapísima y con un tipazo (posiblemente el único hecho que le hizo merecedora del trabajo) y entonces no se quejó. Nunca habrían seleccionado como recepcionista de PwC a un hombre de cincuenta años, con barriguita incipiente y coronilla calvorota. ¿Por qué el 99% del secretariado son mujeres? ¿Y los obreros de la construcción, hombres? Misterios sin resolver.
Para no irme por los cerros de Úbeda y volver al tema de la entrada, opino que las empresas están en su derecho de imponer códigos de vestimenta razonables para sus empleados. A menudo me cruzo en la oficina con compañeros, hombres y mujeres malvestidos, con camisetas zarrapastrosas, zapatillas de deporte, tops que dejan al aire el sujetador, pantalones caídos que muestran sin pudor “huchas” peludas que da horror mirar por la mañana. Y esto frente a los clientes puede dar una imagen tan lamentable como el que en una reunión se duerme o se hurga la nariz.
Pero imponer uniformes de faldas cortísimas (sucede en algunas clínicas privadas), generosos escotes o altos tacones es una práctica a todas luces sexista.
A mí me gusta llevar tacones al trabajo, creo que me da un aspecto más formal y estoy acostumbrada. Pero el tacón es una opción, y el exceso a veces es peor que el defecto. Una compañera lleva cada día tacones con plataforma tan desmesurados que le hacen caminar como Robocop, lo que le da un aspecto francamente ridículo. No dejo de sonreír internamente cuando la veo avanzar por el pasillo con gran dificultad, a pasitos pequeños, las rodillas dobladas, pero toda digna. En contraste con la foto de Ana Boyer Preysler que publicó una revista el día que comenzaba su trabajo en una firma de consultoría, vestida ideal con chaqueta, pantalón y zapato plano de corte masculino con cordones.
Nota al pie: Nicola Thorp se declara en su cuenta de twitter actriz y escritora (no menciona lo de recepcionista, será porque tiene menos glamour). Ha creado el grupo #myheelsmychoice para pedir al gobierno británico que ilegalice el zapato plano como causa de despido para las mujeres y en solo diez días ha reunido más de cien mil firmas.
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